(RV).- (Con
audio) Celebramos el amor
victorioso, vivo, que arde en el corazón de carne del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret.
Es un corazón como el que palpita dentro de nuestro pecho. Si se detiene nos morimos.
El corazón de Jesús se detuvo en su muerte, pero vuelve a latir con la resurrección.
Es un corazón como el nuestro pero es el de la Palabra hecha carne, en el habita la
plenitud de la divinidad, es decir la plenitud de la vida de Dios en el amor del Padre
y del Hijo en el Espíritu.
¿Como es esto? Es un misterio. Un sacerdote me contó
que cuando reza cierra los ojos y se imagina como si estuviera dentro del pecho de
Jesús y puede ver como palpita el Corazón de Jesús, lleno de amor por nosotros. Hay
algo semejante en esta manera de rezar a la imagen de Juan apóstol y evangelista,
el más joven de los discípulos, el predilecto, que en la última cena apoya su cabeza
en el pecho de Jesús. Así, sintió los latidos del Corazón del Señor.
En la
última cena, desbordante de pasión por nosotros, Jesús adelanta su sacrificio cruento
de la Cruz, ofreciéndose entero en la Eucaristía. Los discípulos comen su carne, beben
su sangre. En uno de esos milagros eucarísticos, que no son dogma de fe, pero que
ayudan a la devoción, cuando se analizó la hostia convertida en carne, se concluyó
que es carne de corazón humano. El sacramento del amor, el sacramento de la fe, tiene
carne del Corazón del Señor. Y lo que sí es dogma de fe es la presencia de Jesús entero
en la Eucaristía, en cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Santa Margarita María
rezando delante del santísimo sacramento vio a Jesús que le mostraba su corazón ardiendo
de amor por nosotros, rodeado de una corona de espinas y con una cruz. El mismo Jesús
le dijo que la Compañía de Jesús era elegida para difundir la devoción al Sagrado
Corazón, a través del jesuita san Claudio de la Colombiere.
El de Dios no se
trata de un amor etéreo, es concreto en la carne del corazón del Hijo de Dios presente
hoy entre nosotros en el misterio de la Eucaristía.
Es un amor encarnado que
nos toca, como nos toca la Eucaristía que adoramos y comemos. Y ¡es un amor victorioso!
Esto es importante decirlo porque no comemos carne de un muerto. Es el corazón de
Jesús resucitado que entra en nosotros para “inhabitarnos” y resucitar nuestro corazón.
Es victorioso porque el Hijo de Dios con corazón humano descendió a las periferias
existenciales más hondas del ser humano, hasta nuestra pequeñez y miseria para buscar
a la oveja perdida. Su amor y su misericordia pueden liberarte a ti y a mí del mal,
de la tentación, de la muerte y hacer que su propio amor, el amor de Dios arda en
tu corazón y el mió y nos mueva a salir a las periferias existenciales con nuestro
trabajo apostólico. No somos para quedarnos encerrados en el egoísmo, en nuestro mundito.
Somos para salir con el amor de Cristo a llevarlo a nuestros hermanos que lo necesitan.
“Ven
Espíritu santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor.”