El Papa Francisco dialoga con los jóvenes estudiantes de las escuelas de jesuitas:
“sean magnánimos”
(RV).- (audio) Al mediodía, el Papa
Francisco recibió a una ingente y alegre representación de estudiantes de las escuelas
que dirigen los jesuitas en Italia y Albania. Más de 8 mil personas: jóvenes con sus
familias, profesores y amigos, han llenado el Aula Pablo VI del Vaticano. Fue una
especie de feliz fiesta de final de curso que vino precedida, antes de la llegada
del Papa, por momentos de animación y testimonio. Pero llegado el momento del discurso,
el Santo Padre les ha dicho que cinco páginas eran demasiado, que resultaría muy aburrido.
Y ha propuesto entregarles el discurso por escrito, resumiendo en pocas palabras el
sentido del mismo, para pasar luego a un vivo diálogo, en directo, de preguntas y
respuestas entre los alumnos y el Santo Padre. Siguiendo el camino de san Ignacio
de Loyola, que entendió que “Jesús enseña a vivir bien, a dar un sentido profundo
a nuestra existencia”, el Santo Padre en su discurso escribe a los muchachos que sigan
con “entusiasmo, alegría y esperanza a éste gran Maestro de vida que no sólo enseña,
sino que invita a seguirle”. “El elemento principal en la escuela -afirma el Papa-
es aprender a ser magnánimos: tener un corazón grande, tener grandes ideales, el deseo
de cumplir grandes cosas, pero también pequeñas cosas, para responder a lo que Dios
nos pide”. Y tras hablarles de las virtudes humanas insiste en dos grandes valores:
la libertad y el servicio. Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu
de servicio se requiere la formación espiritual. ¡Queridos chicos, queridos jóvenes,
amen cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y ustedes
serán felices y construirán bien su vida si saben responder a esa llamada. Sientan
la presencia del Señor en su vida. Él está cerca de cada uno de ustedes como compañero,
como amigo, que les ayuda comprender, que les alienta en los momentos difíciles y
nunca les abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia,
descubrirán que Él está realmente cerca. Y aprendan también a leer los signos de Dios
en su vida. Él siempre nos habla, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo
y de nuestra existencia cotidiana: a nosotros nos corresponde escucharlo. Luego,
el Santo Padre Francisco dirigiéndose a los educadores: jesuitas profesores y padres,
les exhorta a que no se desanimen ante las dificultades que presenta el desafío educativo.
“Denles a los jóvenes esperanza, optimismo para afrontar su camino en el mundo. Enséñenles
a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre. Pero sobre todo sean coherentes
testigos con su vida de lo que les comunican. ¡Sin coherencia no es posible educar!
Todos ustedes son educadores, no pueden delegar competencias en esta materia. La colaboración
en un espíritu de unidad y comunidad entre los diferentes componentes educativos es,
pues, esencial y debe ser alentada y alimentada. La escuela puede y debe actuar como
catalizador, para ser un lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad
educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras,
simples, honestas y competentes, que sepan amar con lealtad, que sepan vivir la vida
como una respuesta a la vocación de Dios, y la futura profesión como un servicio a
la sociedad. Al final de su discurso el Santo Padre saluda a la delegación del
Colegio jesuita albanés de Scutari, que después de largos años de represión de las
instituciones religiosas, a partir de 1994 reanudó sus actividades, acogiendo y educando
a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos
familiares agnósticos. “Así la escuela -escribe el Papa- se convierte en un lugar
de diálogo y de confrontación pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha,
amistad y espíritu de cooperación”. ER RV
Traducción integral del
texto del discurso escrito en italiano por el Papa
Queridos chicos,
queridos jóvenes! estoy encantado de recibirles con sus familias, los educadores
y los amigos de la gran familia de las Escuelas de los Jesuitas italianos y de Albania.
A todos vosotros, dirijo mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos ustedes me siento
verdaderamente "en familia". Y es una alegría especial la coincidencia de nuestro
encuentro con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Déjenme decirles una
cosa en primer lugar que se refiere a San Ignacio de Loyola, nuestro fundador. En
el otoño de 1537, yendo a Roma con un grupo de sus primeros compañeros se preguntaron:¿si
nos piden quiénes somos, que responderemos? La respuesta fue espontánea: "Diremos
que somos la "Compañía de Jesús" (Fontes Narrativa Societatis Iesu, vol 1, p 320-322).
Un nombre comprometido, que quería indicar una relación muy estrecha de amistad, de
total afecto por Jesús, al que querían seguir sus pasos. ¿Por qué os menciono este
hecho? Porque San Ignacio y sus compañeros habían comprendido que Jesús les enseñó
cómo vivir bien, cómo dar un sentido profundo a nuestra existencia, que dé entusiasmo,
que dé alegría y esperanza; habían entendido que Jesús es un gran maestro de vida
y un modelo de vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba a seguirlo
por este camino. Queridos chicos, si ahora les hiciera la pregunta: ¿por qué van
a la escuela, qué me contestarían? Probablemente habría muchas respuestas dependiendo
de la sensibilidad de cada uno. Pero creo que se podría resumir todo diciendo que
la escuela es uno de los ambientes educativos en los que crecemos para aprender a
vivir, para ser hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer
el camino de la vida. ¿Cómo os les ayuda a crecer su escuela? Les ayuda no sólo desarrollar
su inteligencia, sino a tener una formación integral de todos los componentes de su
personalidad. Siguiendo lo que nos enseña San Ignacio, en la escuela el elemento
principal es aprender a ser magnánimo. La magnanimidad: esta virtud del grande y del
pequeño (no coerceri maximo contineri mínimo Divinum este), que nos hace siempre mirar
hacia el horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimo? Significa tener un gran corazón,
tener un alma grande, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de lograr grandes
cosas en respuesta a lo que Dios pide de nosotros, y para ello hacer las cosas bien
todos los días, todas las acciones cotidianas, los compromisos, los encuentros con
la gente; hacer las pequeñas cosas de todos los días con un gran corazón abierto a
Dios y a los demás. Es importante pues cuidar la formación humana destinada a la magnanimidad. La
escuela no sólo les amplía su dimensión intelectual, sino también humana. Y creo que,
en especial, los colegios de los Jesuitas cuidan con esmero las virtudes humanas:
la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Me gustaría hacer hincapié en
dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Sobre todo: ¡sean personas libres!
¿Qué quiero decir con ello? Tal vez piensan que la libertad es hacer todo lo que se
desea, o aventurarse en experiencias-límite para experimentar la emoción y vencer
el aburrimiento. Esto no es libertad. Libertad significa saber reflexionar sobre lo
que hacemos, saber valorar lo que es bueno y lo que es malo, cuáles son los comportamientos
que hacen crecer, significa elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el
bien. ¡Y en eso, no tengan miedo de ir contracorriente, aunque no sea fácil! Ser libres
de escoger siempre el bien es un reto, pero les hará personas rectas, que saben enfrentar
la vida, personas con valentía y paciencia (parresía y ypomoné). La segunda palabra
es el servicio. En sus escuelas ustedes participan en diversas actividades que les
llevan a no encerrarse en uno mismo o en su pequeño mundo, sino a abrirse a los demás,
especialmente a los pobres y necesitados, a trabajar para mejorar el mundo en que
vivimos. Sean hombres y mujeres con los demás y para los demás, verdaderos campeones
en el servicio a los demás. Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu
de servicio se requiere la formación espiritual. ¡Queridos chicos, queridos jóvenes,
amen cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y ustedes
serán felices y construirán bien su vida si saben responder a esa llamada. Sientan
la presencia del Señor en su vida. Él está cerca de cada uno de ustedes como compañero,
como amigo, que les ayuda comprender, que les alienta en los momentos difíciles y
nunca les abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia,
descubrirán que Él está realmente cerca. Y aprendan también a leer los signos de Dios
en su vida. Él siempre nos habla, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo
y de nuestra existencia cotidiana: a nosotros nos corresponde escucharlo. No quiero
ser demasiado prolijo, pero una palabra específica quisiera dirigirla también a los
educadores: los jesuitas, los maestros, los padres. ¡No se desanimen ante las dificultades
que presenta el desafío educativo! Educar no es una profesión, sino una actitud, una
forma de ser; para educar es necesario salir de sí mismos y estar entre los jóvenes,
para acompañarlos en las etapas de crecimiento, estando a su lado. “Denles a los jóvenes
esperanza, optimismo para afrontar su camino en el mundo. Enséñenles a ver la belleza
y la bondad de la creación y del hombre, que siempre conserva la huella del Creador.
Pero sobre todo den testimonio con su vida de lo que les comunican. Un educador -
Jesuita, profesor, operador, padre - transmite conocimientos, valores con sus palabras,
pero va a ser determinante con los niños si acompaña sus palabras con su testimonio
con su vida coherente. ¡Sin coherencia no es posible educar! Todos ustedes son educadores,
no pueden delegar competencias en esta materia. La colaboración en un espíritu de
unidad y comunidad entre los diferentes componentes educativos es, pues, esencial
y debe ser alentada y alimentada. La escuela puede y debe actuar como catalizador,
para ser un lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad educativa con
el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras, simples, honestas
y competentes, que sepan amar con lealtad, que sepan vivir la vida como una respuesta
a la vocación de Dios, y la futura profesión como un servicio a la sociedad. A
los Jesuitas quisiera añadirles que es importante fomentar su participación en el
campo educativo. Las escuelas son una herramienta valiosa para dar una contribución
al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo de la educación no se limita
a la escuela convencional. Anímense a buscar nuevas formas de educación no convencionales,
según "las necesidades del lugar, tiempo y de las personas." Por último, un saludo
a todos los ex-alumnos presentes, a los representantes de las escuelas italianas de
la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que hace en América del
Sur, sobre todo entre las clases más pobres. Y un saludo particular va a la delegación
del Colegio albanés de Scutari, que después de largos años de represión de las instituciones
religiosas, a partir de 1994 reanudó sus actividades, acogiendo y educando a jóvenes
católicos, ortodoxos, musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos familiares
agnósticos. Así la escuela se convierte en un lugar de diálogo y de confrontación
pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de cooperación”. Queridos
amigos, gracias a todos por este encuentro. Los encomiendo a la intercesión maternal
de María y los acompaño con mi bendición: El Señor siempre está cerca de ustedes,
les levanta de las caídas y les empuja a crecer y a tomar decisiones cada vez más
altas "con gran ánimo y liberalidad" con magnanimidad. Ad Maiorem Dei Gloriam. (Para
mayor gloria de Dios). Traducción de Eduardo Rubió