(RV).- (Con
audio) El carcelado, el enfermo,
el excluido o “descartable” –como dice el mismo Francisco-; el anciano, el niño, el
débil, el pobre; el pecador reincidente; ese al que Francisco va al encuentro con
sus gestos y palabras -en la profundidad de las periferias existenciales-, se asombra,
siente y gusta la caricia del Obispo de Roma. Se siente mirado, escuchado, considerado
como persona, valorado en su dignidad de hijo de Dios.
Y disfrutando esta caricia
tierna, de amor, con los gestos y palabras de Francisco sobre su cuerpo y alma, se
pregunta ¿por qué Francisco hace esto conmigo? Entonces aparece quien está detrás
de Francisco; emerge Jesús, Hijo de Dios, a quien Papa Francisco transparenta con
sus gestos y palabras. Se hace presente alguien ciertamente más grande, a quien Francisco
representa.
Por eso Francisco atrae y genera tanta esperanza, especialmente
en los que estamos necesitados de esperanza. Hace de Vicario de Cristo; reedita el
Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, aquí, en Roma, en la plaza del santuario de
San Pedro y allí donde va o donde llegan sus gestos y palabras a través de los medios
de difusión.
Este Jesús que Francisco transparenta y hace presente con sus
gestos y palabras, es más que Francisco, es el hijo de Dios que con su encarnación,
muerte y resurrección nos libera, nos salva, nos defiende, nos ofrece la vida plena
de Dios. Los gestos y palabras de Francisco Papa pueden parecer solamente un simple
y pasajero paño de agua fría, una venda apenas. Pero son una invitación importante,
fuerte, convincente a abrir el corazón de par en par a Jesús, Hijo de Dios; a convertirse
y creer en el Evangelio para tener la vida plena que solo Jesús nos ofrece en su Iglesia.