(RV).- Prosiguiendo sus
catequesis sobre el Credo, en el Año de la Fe, el Obispo de Roma, invitó a «dar testimonio
del gozo de ser hijos de Dios, de la libertad que da el vivir en Cristo, que es la
verdadera libertad». En su audiencia general de hoy, el Papa Francisco habló también
en español y centro su catequesis en el tema : «El tercer día resucitó: sentido y
alcance salvífico de la Resurrección. También esta mañana, acudieron a la Plaza de
San Pedro numerosos peregrinos de tantos países del mundo.
(CdM - RV)
Palabras
del Santo Padre en español:
Queridos hermanos y hermanas: Deseo
reflexionar sobre el valor salvífico de la Resurrección de Jesús, en la que se funda
nuestra fe y por la que hemos sido liberados del pecado y hechos hijos de Dios, generados
a una vida nueva. Éste es el don más grande que recibimos del Misterio Pascual de
Cristo. Dios nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza y nos ama
aun cuando nos equivocamos. Esta relación filial con el Señor debe crecer, ser alimentada
cada día con la escucha de su Palabra, la oración, la participación en los Sacramentos
y la práctica de la caridad. Comportémonos como hijos de Dios, sin desanimarnos por
nuestras caídas, sintiéndonos amados por Él, sabiendo que Él es nuestra fuerza. Ser
cristianos no se reduce sólo a cumplir los mandamientos, es ser de Cristo, pensar,
actuar, amar como Él, dejando que tome posesión de nuestra existencia para que la
cambie, la trasforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado. A quien nos
pida razón de nuestra esperanza, mostrémosle a Cristo Resucitado y hagámoslo con el
anuncio de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados.
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, provenientes de España, Argentina,
México y los demás países hispanoamericanos. En particular, al grupo de las diócesis
de Galicia, con sus Obispos, así como a los sacerdotes del curso de actualización
del Pontificio Colegio Español, y al grupo del Club Atlético San Lorenzo de Almagro,
de Buenos Aires. Invito a todos a dar testimonio del gozo de ser hijos de Dios, de
la libertad que da el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad. Muchas gracias.
Traducción del texto completo de la catequesis del Papa
en italiano
El tercer día resucitó: sentido salvífico y
alcance de la Resurrección
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En
la pasada Catequesis nos hemos centrado en el acontecimiento de la Resurrección de
Jesús, en el que las mujeres han jugado un papel especial. Hoy me gustaría reflexionar
sobre su significado para la salvación. ¿Qué significa para nuestra vida la Resurrección?
¿Y por qué sin ella nuestra fe es en vano? Nuestra fe se basa en la Muerte y Resurrección
de Cristo, al igual que una casa está construida sobre sus cimientos: si éstos ceden,
toda casa se derrumba. En la cruz, Jesús se ofreció a sí mismo al tomar sobre sí nuestros
pecados y descender al abismo de la muerte, y en la Resurrección los vence, los elimina
y nos abre el camino para renacer a una nueva vida. San Pedro lo expresa sintéticamente
al comienzo de su Primera Carta, como hemos escuchado: " Bendito sea Dios, el Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la
resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada
e imperecedera"(1:3-4).
El Apóstol nos dice que con la Resurrección de Jesús
algo absolutamente nuevo sucede: somos liberados de la esclavitud del pecado y nos
convertimos en hijos de Dios, es decir somos engendrados a una nueva vida. ¿Cuándo
sucede esto para nosotros? En el Sacramento del Bautismo. En la antigüedad, se recibía
normalmente por inmersión. El que iba a ser bautizado descendía en la gran bañera
del Baptisterio, dejando su ropa, y el Obispo o el Presbítero le vertía agua tres
veces sobre la cabeza, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. A continuación, el bautizado salía de la bañera y se vestía la nueva ropa,
la blanca: es decir, había nacido a una nueva vida, sumergiéndose en la Muerte y la
Resurrección de Cristo. Se había convertido en hijo de Dios. Esto quiere decir que
cada día debemos permitir que Cristo nos transforme y nos haga semejantes a Él; significa
tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo, incluso si vemos nuestras limitaciones
y nuestras debilidades. La tentación de dejar a Dios apartado para ponernos nosotros
mismos en el centro siempre está a las puertas y la experiencia del pecado daña nuestra
vida cristiana, nuestro ser hijos de Dios. Por eso debemos tener la valentía de la
fe, no dejamos llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no sirve, no es importante
para ti". Es todo lo contrario: sólo comportándonos como hijos de Dios, sin desanimarnos
por las caídas, sintiéndose amado por Él, nuestra vida será nueva, animada por la
serenidad y la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza! San Pablo
en su Carta a los Romanos escribe: ustedes “han recibido el espíritu de hijos adoptivos,
que nos hace llamar a Dios" “¡Abba! Padre "(Rom. 8:15). Es el precisamente el espíritu
que que hemos recibido en el Bautismo, que nos enseña, nos lleva a decir a Dios: "Padre."
O, más bien, Abba, Papá. Por lo tanto, nuestro Dios es un papá para nosotros. El Espíritu
Santo realiza en nosotros esta nueva condición de hijos de Dios. Y este es el mejor
don que recibimos del Misterio pascual de Jesús. Y Dios nos trata como hijos, nos
comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando cometemos errores. En el Antiguo
Testamento, el profeta Isaías afirma que aunque una madre pueda olvidarse del hijo,
Dios nunca nos olvida, en ningún momento (cf. 49:15). Y eso es hermoso, es muy hermoso!
Sin
embargo, esta relación filial con Dios no es como un tesoro que conservamos en un
rincón de nuestra vida, sino que tiene que crecer, hay que alimentar todos los días
con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, con la participación en los sacramentos,
sobre todo la Penitencia y la Eucaristía y la caridad. ¡Podemos vivir como hijos!
¡Podemos vivir como hijos! Y esta es nuestra dignidad. ¡Comportarnos como verdaderos
hijos! Esto quiere decir que cada día debemos permitir que Cristo nos transforme
y nos haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo,
incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades. La tentación de dejar
a Dios apartado para ponernos nosotros mismos en el centro siempre está a las puertas
y la experiencia del pecado daña nuestra vida cristiana, nuestro ser hijos de Dios.
Por eso debemos tener la valentía de la fe, no dejamos llevar por la mentalidad que
nos dice: "Dios no sirve, no es importante para ti, o cosas por el estilo". Es todo
lo contrario: sólo comportándonos como hijos de Dios, sin desanimarnos por las caídas,
por nuestros pecados, sintiéndonos amados por Él, nuestra vida será nueva, animada
por la serenidad y la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!
Queridos
hermanos y hermanas, tenemos que ser nosotros mismos los primeros en tener firme esta
esperanza y debemos ser un signo visible, claro y brillante para todos. El Señor Resucitado
es la esperanza que no falla, que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza del Señor
no defrauda ¡Cuántas veces en nuestra vida se desvanecen las esperanzas, cuántas
veces las expectativas que llevamos en el corazón no se realizan! La esperanza de
nosotros los cristianos es fuertes, segura, sólida en esta tierra, donde Dios nos
ha llamado a caminar, y está abierta a la eternidad, porque se funda sobre Dios, que
es siempre fiel. No debemos olvidar esto: Dios es siempre fiel, Dios es siempre fiel
con nosotros. El haber resucitado con Cristo mediante el Bautismo, con el don de la
fe, para una heredad que no se corrompe nos lleve a buscar aún más las cosas de Dios,
a pensar más en Él, a rezarle más. Ser cristianos no se reduce a seguir algunas órdenes,
sino que quiere decir estar en Cristo, pensar como Él, actuar como Él, amar como Él.
Es dejar que Él tome posesión de nuestra vida y la cambie, la transforme, la libere
de las tinieblas del mal y del pecado».
Queridos hermanos y hermanas, a quien
nos pida dar cuenta de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15), indiquemos
a Cristo Resucitado. Indiquémosle con el anuncio de la Palabra, pero sobre todo con
nuestra vida de resucitados. Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad
que nos da el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la de la esclavitud del
mal, del pecado y de la muerte! Fijémonos en la Patria celestial, tendremos una nueva
luz y fuerza también en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos cotidianos. Es
un valioso servicio que debemos dar a nuestro mundo, que a menudo ya no es capaz de
levantar la mirada hacia arriba, no es capaz de levantar la mirada hacia Dios. Gracias.