(RV).- (Audio)
La imagen de hoy son
las lágrimas caudalosamente enjugadas por la alegría. La Magdalena lloraba junto a
la tumba donde el cadáver de Jesús ahora tampoco estaba. No solamente habían asesinado
a aquel que la reencendió de amor y de esperanza. Tampoco estaba su cuerpo en la tumba
abierta y vacía.
Lloraba por fuera y dentro su pena inconsolable, como todos
los que conocieron a Jesús de Nazaret y habían creído que era el Hijo de Dios y que
ahora están desechos, rotos, destruidos por su apresamiento, tortura, condena y ejecución
en la cruz.
El dolor es más fuerte cuando es más grande el amor, la esperanza.
La injusticia, el poder del mal, crecen y parecen imposibles de vencer. Se anega el
alma de impotencia, de pena. Por eso las palabras conocidas y vivas de Jesús que
la nombra por su nombre propio, despiertan a María Magdalena a una realidad sorprendente,
desconocida, distinta. Jesús ha resucitado. Sus lágrimas ya no serán más de pena sino
de gozo.
A pesar de haber caminado siempre en otro sentido, la verdadera noticia,
es que María Magdalena no se cerró a la novedad, a la sorpresa que Dios trajo a su
vida y creyó y respondió a lo que Jesús le pedía.
¿Vivo; vives hoy la resurrección
de Jesús como una novedad que cambia la vida? Para María Magdalena cambió todo.
Para ti y para mí todo puede cambiar, si aceptamos a Jesús resucitado en nuestra vida,
como un amigo.
“No hay situación que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que
no pueda perdonar si nos abrimos a él”, dijo papa Francisco en la vigilia de pascua.
¿Aceptas
a Jesús resucitado en tu vida, como un amigo?