(RV).- (Con audio) Siguiendo su estilo de “movimiento”, el Papa Francisco que se presentó
al mundo como Obispo de Roma, se dirigió esta mañana a la parroquia de Santa Ana en
la Ciudad del Vaticano, para celebrar la Misa del V Domingo de Cuaresma. Antes de
entrar en la pequeña iglesia saludó a diversas de las numerosas personas que se habían
quedado afuera a causa de la falta de espacio. Mientras tanto, a la Plaza de San Pedro
miles de fieles y peregrinos acudían en espera del mediodía, para rezar con el nuevo
Sucesor del Apóstol Pedro su primer ángelus dominical.
El Evangelio de la liturgia
del día presenta el episodio de la adúltera a la que los fariseos y los escribas quieren
lapidar, y a la que Cristo perdona diciéndole que vaya y no peque más. Y en su homilía,
el Papa Francisco dijo que “el mensaje de Jesús es la misericordia”.
El Obispo
de Roma destacó que se trata de un mensaje muy bello, porque Jesús no se cansa jamás
de perdonarnos, al contrario, somos nosotros los que nos cansamos de ir a pedirle
perdón. Y dijo que no es fácil encomendarse a la misericordia de Dios, porque se trata
de un abismo incomprensible. Sin embargo, invitó a hacerlo, porque a Jesús le agrada
que uno le cuente sus cosas, aunque sean graves, y las olvida. Él tiene una capacidad
especial para olvidarse. Se olvida, te besa, te abraza y de dice sólo: “Ni siquiera
yo te condeno. Ve y de ahora en adelante no peques más”. Sólo ese consejo te da”.
Texto completo de la homilía del Santo Padre:
Esto es bello.
Primero Jesús solo en el monte, rezando. Oraba solo. Después fue nuevamente al templo,
y todo el pueblo iba con Él. Jesús en medio del pueblo. Y después, al final, lo dejaron
solo, con la mujer. Pero esa soledad de Jesús, es una soledad fecunda: aquella de
la oración con el Padre y esa tan bella, que es precisamente el mensaje de hoy de
la Iglesia, la de su misericordia con esta mujer. También, hay una diferencia entre
el pueblo: “Todo el pueblo iba hacia Él; Él se sentó y se puso a enseñarles”: el pueblo
que quería sentir las palabras de Jesús. El pueblo de corazón abierto, necesitado
de la Palabra de Dios. Había otras personas que no sentían nada: ¡no podían sentir!
Y son los que llevaron a la mujer. “Escucha, Maestro, esta es una tal y cual... Debemos
hacer lo que Moisés nos ha mandado hacer con estas mujeres así”.
También
nosotros, creo que somos este pueblo que, por una parte quiere escuchar a Jesús, pero
por otra parte a veces nos gusta bastonear a los demás, ¿no?, condenar a los demás.
Y el mensaje de Jesús es éste: la misericordia. Para mí, lo digo humildemente,
es el mensaje más fuerte del señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: “No he
venido por los justos: los justos se justifican solos. Bendito el Señor: si tú puedes
hacerlo, yo no puedo hacerlo. Pero ellos creen que lo pueden hacer. Yo he venido por
los pecadores”.
Piensen en ese comentario después de la vocación de
Mateo: “¡Pero este va con los pecadores!”. Y Él ha venido por nosotros. Cuando nosotros
reconocemos que somos pecadores. Pero si somos como aquel fariseo, ante el altar:
“Te doy gracias Señor, porque no soy como los otros hombres, y menos como el que está
en la puerta, come aquel publicano…”, no conocemos el corazón del Señor, ¡y no tendremos
jamás la alegría de sentir esta misericordia!
No es fácil encomendarse
a la misericordia de Dios, porque es un abismo incomprensible. ¡Pero debemos hacerlo!
“¡Pero, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así!”. “¿Por qué?, ¿qué
has hecho?”. “¡Oh, hice cosas graves!”. “¡Mejor! Ve con Jesús: a Él le gusta que le
cuentes estas cosas! Él se olvida: Él tiene una capacidad especial para olvidarse.
Se olvida, te besa, te abraza y de dice sólo: “Tampoco yo te condeno. Ve y de ahora
en adelante: ¡no peques más!”. Sólo ese consejo te da”.
Después de un
mes, estamos en las mismas condiciones… volvemos al Señor. El Señor jamás se cansa
de perdonar: ¡jamás! Somos nosotros quienes nos cansamos de pedirle perdón. Pidamos
la gracia de no cansarnos de pedir perdón, porque Él no se cansa jamás de perdonar.
Pidamos esta gracia.