Que el Señor conceda otro Buen Pastor a su Santa Iglesia
(RV).- Esta mañana a las 10,00, en la Basílica de San Pedro tuvo lugar la solemne
celebración de la Santa Misa Pro eligendo Romano Pontifice presidida por el
Cardenal Decano, Angelo Sodano, y concelebrada por todos los purpurados, incluidos
los no electores.
En su homilía, el Cardenal Sodano, invitó a los participantes
a dar gracias a Dios por la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa Iglesia
y, en particular dijo, “por el luminoso Pontificado que nos ha concedido con la vida
y las obras del 265º Sucesor de Pedro, el amado y venerado Pontífice Benedicto XVI,
al cual en este momento renovamos toda nuestra gratitud”.
En su invitación
final el Decano del Colegio Cardenalicio pidió que se rece “para que el Señor nos
conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón generoso tal noble misión”. “Se
lo pedimos – dijo – por intercesión de María Santísima, Reina de los Apóstoles, y
de todos los Mártires y los Santos que en el curso de los siglos han hecho gloriosa
esta Iglesia de Roma”. (MFB – RV).
Texto completo de la homilía que pronunció
el Decano del Colegio Cardenalicio:
¡Queridos concelebrantes, distinguidas
autoridades, hermanos y hermanas en el Señor!
“Cantaré eternamente las misericordias
del Señor” es el canto que una vez mas ha resonado en la tumba del Apóstol Pedro,
en esta hora importante de la historia de la Santa Iglesia de Cristo. Son las palabras
del salmo 88 que han florecido en nuestros labios para adorar, agradecer y suplicar
al Padre que está en los Cielos. “Las misericordias del Señor eternamente cantaré”:
es el bello texto en latín que nos ha introducido en la contemplación de Aquel que
siempre vigila con amor sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los
siglos y vivificándola con su Santo Espíritu.
También nosotros hoy con tal
actitud interior queremos ofrecer con Cristo al Padre que está en los Cielos, agradecerle
por la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa Iglesia, y en particular
por el luminoso Pontificado que nos ha concedido con la vida y las obras del 265º
Sucesor de Pedro, el amado y venerado Pontífice Benedicto XVI, al cual en este momento
renovamos toda nuestra gratitud.
Al mismo tiempo queremos implorar del Señor
que a través de la solicitud pastoral de los Padres Cardenales, quiera pronto conceder
otro Buen Pastor, a su Santa Iglesia. Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la
promesa de Cristo sobre el carácter indefectible de su Iglesia. Jesús en efecto dijo
a Pedro: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella” (Cfr. Mt 16,18).
Hermanos míos,
las lecturas de la Palabra de Dios que recién escuchamos, nos pueden ayudar a comprender
mejor la misión que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.
1. El
mensaje del amor
La primera lectura nos ha vuelto a proponer un celebre
oráculo mesiánico de la segunda parte del libro de Isaías, aquella parte llamada “el
Libro de la consolación” (Isaías 40, 66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel
destinado al exilio en Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno
de misericordia, un Mesías que podrá decir “El espíritu del Señor Dios está sobre
mí… me ha enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones
rotos, a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros,
a promulgar el año de misericordia del Señor” (Isaías 61, 1-3).
El cumplimiento
de tal profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer presente
el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace particularmente notar
en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, con todas las fragilidades
del hombre, sea físicas que morales. Es conocida al respecto la célebre encíclica
del Papa Juan Pablo II “Dives in misericordia”, que añadía: “el modo en el cual se
manifiesta el amor es a propósito denominado en el lenguaje bíblico ‘misericordia’.”
(Ibíd. n. 3).
Esta misión de misericordia ha sido luego confiada por
Cristo a los pastores de su Iglesia. Es una misión que compromete a cada sacerdote
y obispo, pero compromete aún más al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal.
A Pedro, en efecto, Jesús dijo: “Simón de Juan ¿me amas tú más que estos? … Apacienta
mis ovejas” (Jn 21, 15). Es conocido el comentario de san Agustín a estas palabras
de Jesús: “sea por lo tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor”; “sit amoris
officium pasceré dominucum gregem” (In Iohannis Evangelium,123, 5; PL 35,
1967).
En realidad, es este amor que empuja a los Pastores de la Iglesia a
desarrollar su misión de servicio a los hombres de cada tiempo, del servicio caritativo
más inmediato hasta el servicio más alto, aquel de ofrecer a los hombres la luz del
Evangelio y la fuerza de la gracia.
Así lo ha indicado Benedicto XVI en el
Mensaje para la Cuaresma de este año (Cfr. n. 3). Leemos en efecto en tal mensaje:
“A veces se tiende en efecto a circunscribir el término ‘caridad’ a la solidaridad
o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio recordar que la máxima obra
de caridad es precisamente la evangelización, o sea el ‘servicio de la Palabra’. No
hay una acción más benéfica y por tanto caritativa hacia el prójimo que partir el
pan de la Palabra de Dios, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización
es la más alta e integral promoción de la persona humana. Como escribe el Siervo de
Dios Papa Pablo VI en la Encíclica: Populorum progressio: es el anuncio de
Cristo el primer y principal factor de desarrollo (Cfr. n.16)”.
2. El mensaje
de la unidad
La segunda lectura sacada de la Carta a los Efesios, escrita
por el Apóstol Pablo propiamente en esta ciudad de Roma durante su primer encarcelamiento
(años 62-63 d.C.). Es una carta sublime en la cual Pablo presenta el misterio de Cristo
y de la Iglesia. Mientras la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda,
donde se introduce el texto que hemos escuchado, es de tono más pastoral (cap. 4-6).
En esta parte Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada antes
y empieza con una fuerte llamado a la unidad eclesial: "Los exhorto pues yo, el prisionero
del Señor, a comportarse de manera digna de la vocación que han recibido, con toda
humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose recíprocamente con amor, tratando
de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de la paz (Ef 4, 1-3).
S. Pablo explica luego que en la unidad de la Iglesia existe una diversidad
de dones, según la multiforme gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función
de la edificación del único cuerpo de Cristo: “Es él el que ha establecido a algunos
como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores
y maestros, para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el ministerio, a fin de
edificar el cuerpo de Cristo" (Cfr. 4,11-12).
Es propiamente por la
unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y al mismo
tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro sobresale como el fundamento
visible de la unidad de la Iglesia.
En nuestro texto San Pablo nos enseña
que también todos nosotros tenemos que colaborar para edificar la unidad de la Iglesia,
ya que para realizarla es necesaria “la colaboración de cada articulación, según
la energía propia de cada miembro” (Ef 4,16). Todos nosotros, pues, somos
llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro, fundamento visible de tal unidad eclesial.
3. La misión del Papa
Hermanos y hermanas en el
Señor, el Evangelio de hoy nos reconduce a la última cena, cuando el Señor les dijo
a sus Apóstoles: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo
los he amado” (Jn 15,12). El texto también conduce a la primera lectura del
profeta a Isaías sobre el actuar del Mesías, para recordarnos que la actitud fundamental
de los Pastores de la Iglesia es el amor. Es aquel amor que nos empuja a ofrecer la
misma vida por los hermanos. Nos dice, en efecto, Jesús: “nadie tiene un amor más
grande que éste: dar la vida por los propios amigos” (Jn 15,12).
La
actitud fundamental de cada buen Pastor es pues dar la vida por sus ovejas (Cfr. Jn
10,15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal.
Porque cuánto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene
que ser la caridad del Pastor. Por esto en el corazón de cada Sucesor de Pedro resuenan
siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un día al humilde pescador de Galilea:
“Diligis me plus his? Pasce agnos meos… pasce oves meas”; ¿me quieres más que
éstos? Apacienta mis corderos… ¡apacienta mis ovejas! (Cfr. Jn 21,15-17).
En
el surco de este servicio de amor hacia la Iglesia y hacia la humanidad entera, los
últimos Pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia
los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz.
Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial.
Del
resto, este servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo
ha recordado el Papa Benedicto XVI diciéndonos: “también el servicio de la caridad
es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión irrenunciable
de su misma esencia” (Carta apostólica en forma de Motu proprioIntima
Ecclesiae natura, el 11 de noviembre de 2012, proemio; Cfr. Carta Encíclica Deus
caritas est, n. 25).
Es una misión de caridad que es propia de la Iglesia,
y de modo particular es propia de la Iglesia de Roma, que, según la bella expresión
de S. Ignacio de Antioquía, es la Iglesia que “preside en la caridad”; “praesidet
caritati” (Cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen gentium, n. 13).
Mis
hermanos, oremos para que el Señor nos conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón
generoso tal noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima, Reina
de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que en el curso de los siglos
han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. ¡Amén!