2013-03-11 14:02:00

Sólo salva el poder de la cruz, de la humildad y del amor


Especial La Voz del Papa
(RV).- (Con audio) RealAudioMP3 Recorrido de los últimos, intensos, 18 días del Pontificado de Benedicto XVI.

Benedicto XVI anuncia a los Cardenales reunidos en el Consistorio del 11 de febrero su decisión: la renuncia al ministerio petrino. Es el día de la memoria de la Virgen de Lourdes. Mientras tanto, el próximo 16 de abril, memoria de Santa Bernardita, cumplirá 86 años. Las fuerzas que disminuyen no le permiten proseguir adecuadamente en su ministerio. Por eso encomienda la Iglesia a la guía de su Sumo Pastor, Cristo. También estos últimos dieciocho días nos muestran su gran fe. Escuchemos sus palabras durante la audiencia general del pasado 13 de febrero:

“Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, quien no le hará faltar jamás su guía y su atención... Sigan rezando por mí, por la Iglesia, y por el futuro Papa. El Señor no guiará”.

En su catequesis Benedicto XVI recordaba que “no es el poder mundano el que salva, sino el poder de la cruz, de la humildad, del amor”. E invitaba a “dar a Dios el primer lugar”.

Durante la Misa del Miércoles de Ceniza Benedicto XAVI habla de la necesidad de conversión, que es obra de la misericordia de Dios, en un mundo que con frecuencia sólo quiere condenar:

“En efecto, también en nuestros días, muchos están preparados a rasgarse las vestiduras frente a los escándalos y las injusticias, naturalmente cometidos por otros, pero pocos parecen disponibles a actuar sobre su propio corazón, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”.

Benedicto XVI invitaba a los creyentes a no deformar el rostro de la Iglesia con divisiones e individualismos. El testimonio “será cada vez más incisivo – afirmaba – cuanto menos buscaremos nuestra gloria”.

El 14 de febrero se encontraba con los sacerdotes de su diócesis, Roma, ante quienes habló durante 45 minutos de sus recuerdos sobre el Concilio Ecuménico Vaticano II, sin dudar un instante. Recordó entonces las esperanzas de un nuevo Pentecostés de la Iglesia que – dijo – es una “realidad vital” que entra en nuestra alma:

“Nosotros somos la Iglesia, la Iglesia no es una estructura; nosotros mismos los cristianos, juntos, somos todos el Cuerpo vivo de la Iglesia. Y, naturalmente, esto vale en el sentido de que nosotros, el verdadero ‘nosotros’ de los creyentes, junto al Yo de Cristo, es la Iglesia; cada uno de nosotros, no ‘un nosotros’, un grupo que se declara Iglesia. No: este ‘nosotros somos Iglesia’ exige precisamente mi inserción en el gran ‘nosotros’ de los creyentes de todos los tiempos y lugares”.

A la hora del ángelus del 17 de febrero, Benedicto XVI subrayaba que la conversión comporta un verdadero “combate espiritual”:

“En cada momento nos encontramos frente a una encrucijada: ¿queremos seguir al yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, lo que realmente es bien?”.

Al término de los Ejercicios espirituales, el 23 de febrero, Benedicto XVI explicaba que la “verdad es bella” porque Dios es belleza. Pero el maligno quiere ensuciar esta belleza para hacer irreconocible al Creador: así el Hijo de Dios es coronado de espinas y crucificado:

“Y sin embargo, precisamente así, en esta figura sufriente del Hijo de Dios, comenzamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos, en el silencio de la ‘noche oscura’, escuchar sin embargo la Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor”.

Más de 100 mil personas participaron en el rezo del último ángelus de su pontificado, el pasado 24 de febrero. Benedicto XVI volvió a explicar entonces su gesto de “subir al monte” de la oración:

“Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de un modo más apto a mi edad y a mis fuerzas”.

En su última audiencia general, el 27 de febrero, ante más de 150 mil fieles, Benedicto XVI recordó los momentos de alegría de su pontificado, pero también aquellos en los que las aguas estaban agitadas y el Señor parecía dormir:

“Pero he sabido siempre que en esa barca está el Señor y he sabido siempre que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda”.

He querido el Año de la fe precisamente para reforzar nuestra confianza en Dios:

“Quisiera invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a encomendarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permite caminar cada día, también en la fatiga. Quisiera que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno sintiera la alegría de ser cristiano”.

Después, una vez más, explica su renuncia:

“Amar a la Iglesia significa también tener el valor de realizar elecciones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no a nosotros mismos… No abandono la cruz, sino que permanezco de modo nuevo ante el Señor Crucificado”.

Al encontrarse el último día de su pontificado, por última vez, con los Cardenales, pronuncia unas palabras por el Cónclave:

“Que el Señor os muestre lo que él quiere. Y entre vosotros, entre el Colegio Cardenalicio, está también el futuro Papa, al cual ya desde hoy le prometo mi incondicionada reverencia y obediencia”.

Su último abrazo Benedicto XVI lo reservó a los fieles y a los ciudadanos de Castelgandolfo: deja de ser el Pontífice de la Iglesia católica, y se convierte en un simple peregrino que inicia “la última etapa de su peregrinación en la tierra”.

Producción de María Fernanda Bernasconi (ispano@vatiradio.va).
El programa especial “La voz del Papa y la actividad de la Santa Sede”, se transmite los lunes a las 15,00 UTC.







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