El camino de la Iglesia en
estas últimas semanas del Pontificado del Papa Benedicto, hasta la elección del nuevo
Papa a través de la “Sede vacante” y del Cónclave, es muy laborioso, dada la novedad
de la situación. No tenemos – y nos alegra – que adolorarnos por la muerte de un
Papa amado, pero no nos ha sido ahorrada otra prueba: aquella del multiplicarse de
las presiones y de las consideraciones ajenas al espíritu con el que la Iglesia quisiera
vivir este tiempo de espera y de preparación. De hecho no falta quien busca aprovecharse
del momento de sorpresa y desorientación de los espíritus débiles para sembrar confusión
y echar descrédito a la Iglesia y sobre su gobierno, recurriendo a instrumentos antiguos
– como la maledicencia, la desinformación, a veces la misma calumnia – o ejerciendo
presiones inaceptables para condicionar el ejercicio del deber de voto por parte de
uno u otro miembro del Colegio de cardenales, considerado no agradable por una razón
u otra. En la mayor parte de los casos quien se coloca como juez, emitiendo graves
juicios morales, no tiene en verdad autoridad alguna para hacerlo. Quien ante todo
tiene en mente dinero, sexo y poder, y está acostumbrado a interpretar en estos términos
las diversas realidades, no es capaz de ver otra cosa ni siquiera en la Iglesia, porque
su mirada no sabe dirigirse hacia lo alto o descender en profundidad para captar las
dimensiones y las motivaciones espirituales de la existencia. De todo esto resulta
una descripción profundamente injusta de la Iglesia y de tantos de sus hombres. Pero
todo aquello no cambiará la actitud de los creyentes, no mellará la fe y la esperanza
con la que miran al Señor que ha prometido acompañar a su Iglesia. Queremos, según
cuanto indica la tradición y la ley de la Iglesia, que este sea un tiempo de reflexión
sincera sobre las expectativas espirituales del mundo y sobre la fidelidad de la Iglesia
al Evangelio, de oración por la asistencia del Espíritu, de cercanía al Colegio de
cardenales que se apresta al arduo servicio de discernimiento y de elección que le
es pedido y que es principalmente para lo que existe. En esto nos acompaña ante
todo el ejemplo y la rectitud espiritual del Papa Benedicto, que ha querido dedicar
a la oración del inicio de Cuaresma este último tramo de su Pontificado. Un camino
penitencial de conversión hacia el gozo de Pascua. Así lo estamos viviendo y lo viviremos:
conversión y esperanza.