La Iglesia confía en los jóvenes, el Papa al Consejo Pontificio para la Cultura
(RV).- Con gran alegría, Benedicto XVI dio su bienvenida a los participantes en la
Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, abriendo así sus trabajos
dedicados a comprender y profundizar, desde diversas perspectivas, las “culturas juveniles
emergentes”, con el anhelo de brindar una contribución útil para la acción que la
Iglesia desarrolla frente a la realidad juvenil; una realidad, compleja y articulada,
en rápida evolución a la que contribuyen los medios de comunicación social, los nuevos
instrumentos de comunicación, influyendo en la mentalidad, costumbres y comportamiento.
Texto
completo de la alocución del Santo Padre
Queridos Amigos:
Estoy
verdaderamente feliz de encontraros en la apertura de los trabajos de la Asamblea
Plenaria del Pontificio Consejo para la Cultura, en la que estaréis empeñados en comprender
y profundizar, desde diversas perspectivas, las “culturas juveniles emergentes”. Saludo
cordialmente al Presidente, Cardenal Gianfranco Ravasi, y le agradezco por las amables
palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo a los Miembros, los
Consultores y todos los Colaboradores del Dicasterio, deseando un proficuo trabajo,
que ofrecerá una contribución útil para la acción que la Iglesia desarrolla frente
a la realidad juvenil; una realidad, como se ha dicho, compleja y articulada, que
no debe más ser comprimida al interno de un universo cultural homogéneo, si no en
un horizonte que puede definirse “multiverso”, o sea determinado de una pluralidad
de visiones, de perspectivas, de estrategias. Por esto es oportuno hablar de “culturas
juveniles”, considerando que los elementos que distinguen y diferencian los fenómenos
y los ámbitos culturales prevalecen sobre aquellos, si bien presentes, que en cambio
los acomunan. Numerosos factores concurren, de hecho, a diseñar un panorama cultural
cada vez más fragmentado y en continua, velocísima evolución, al que ciertamente no
son extraños los medios de comunicación social, los nuevos instrumentos de comunicación
que favorecen y, a veces, provocan ellos mismos continuos y rápidos cambios de mentalidad,
de costumbres, de comportamiento.
Se confirma, así, un clima difundido de
inestabilidad que toca el ámbito cultural, como también el político y económico –
este último marcado además por la dificultad de los jóvenes de encontrar trabajo -
para incidir sobre todo a nivel psicológico y relacional. La incertidumbre y la fragilidad
que connota a tantos jóvenes no raramente los empujan a la marginalidad, los hace
casi invisibles y ausentes en los procesos históricos y culturales de las sociedades.
Y siempre más frecuentemente fragilidad y marginalidad desembocan en fenómenos de
dependencia de las drogas, de desviación, de violencia. La esfera afectiva y emotiva,
el ámbito de los sentimientos así como el de la corporeidad, están fuertemente interesados
por este clima y de la temperie cultural que resulta, expresada, por ejemplo, por
fenómenos aparentemente contradictorios, como el ostentar públicamente la vida íntima
y personal y el ensimismamiento individualista y narcisista en las propias necesidades
e intereses. También la dimensión religiosa, la experiencia de fe y la pertenencia
a la Iglesia son a menudo vividas en una perspectiva privatista y emotiva.
Sin
embargo, no faltan fenómenos decididamente positivos. Los impulsos generosos y valientes
de tantos jóvenes voluntarios que dedican a los hermanos más necesitados sus mejores
energías; la experiencia de fe sincera y profunda de tantos muchachos y muchachas
que con gozo testimonian su pertenencia a la Iglesia; los esfuerzos cumplidos para
construir, en tantas partes del mundo, sociedades capaces de respetar la libertad
y la dignidad de todos, comenzando por los más pequeños y débiles. Todo esto nos consuela
y nos ayuda a trazar un cuadro más preciso y objetivo de las culturas juveniles. Por
lo tanto, no nos podemos contentar con interpretar los fenómenos culturales juveniles
según paradigmas consolidados, pero ya convertidos en lugares comunes, o analizarlos
con métodos que ya no son útiles, partiendo de categorías culturales superadas y no
adecuadas.
En definitiva, nos encontramos ante una realidad compleja como
nunca pero también fascinante, que va comprendida de manera profunda y amada con
gran espíritu de empatía, una realidad de la cual es necesario saber captar con atención
las líneas de fondo y los desarrollos. Observando, por ejemplo, a los jóvenes de tantos
Países del llamado “Tercer mundo”, nos damos cuenta de que ellos representan, con
sus culturas y con sus necesidades, un desafío a la sociedad del consumismo globalizado,
a la cultura de los privilegios consolidados, de la que beneficia un estrecho círculo
de la población del mundo occidental. Consecuentemente, las culturas juveniles se
vuelven “emergentes” también en el sentido que manifiestan una necesidad profunda,
una solicitud de ayuda o totalmente una “provocación”, que no puede ser ignorada o
descuidada ya sea por la sociedad civil que por la Comunidad eclesial. Varias veces
he manifestado, por ejemplo, mi preocupación y la de toda la Iglesia por la denominada
“emergencia educativa”, a la que seguramente van sumadas otras “emergencias”, que
tocan las diversas dimensiones de la persona y sus relaciones fundamentales y a las
que no se puede responder de forma evasiva y banal. Pienso, por ejemplo, en la creciente
dificultad en el campo del trabajo o a la fatiga a ser fieles a las responsabilidades
asumidas. Derivará, para el futuro del mundo y de toda la humanidad, un empobrecimiento
no solo económico y social sino sobre todo humano y espiritual: si los jóvenes no
esperasen y no progresasen más, si en las dinámicas históricas no insertasen su energía,
su vitalidad, su capacidad de anticipar el futuro, nos encontraríamos con una humanidad
encerrada en sí misma, privada de confianza y de una mirada positiva hacia el mañana.
Si
bien consientes de las tantas situaciones problemáticas, que tocan también el ámbito
de la fe y de la pertenencia a la Iglesia, queremos renovar nuestra confianza en los
jóvenes, reafirmar que la Iglesia mira a su condición, a sus culturas, como a un punto
de referencia esencial e ineludible para su acción pastoral. Por esto quisiera nuevamente
retomar algunos pasajes significativos del Mensaje que el Concilio Vaticano II dirigió
a los jóvenes, para que sea un motivo de reflexión y de estímulo para las nuevas generaciones.
Ante todo se afirmaba: «La Iglesia os mira con confianza y con amor… Ella posee aquello
que hace la fuerza o la belleza de los jóvenes: la capacidad de alegrarse por aquello
que comienza, de darse sin condición, de renovarse y de volver a partir hacia nuevas
conquistas». Luego el Venerable Pablo VI dirigía este llamamiento a los jóvenes del
mundo: «Es en nombre de este Dios y de su Hijo Jesús que nosotros os exhortamos a
ensanchar vuestros corazones según las dimensiones del mundo, a entender el llamado
de vuestros hermanos, y a poner valientemente vuestras juveniles energías a su servicio.
Luchad contra todo egoísmo. Rechazad el dar libre curso a los instintos de la violencia
y del odio, que generan las guerras y su triste cortejo de miserias. Sed generosos,
puros, respetuosos, sinceros ¡Y construid en el entusiasmo un mundo mejor que el actual!».
También
yo quiero repetirlo con fuerza: la Iglesia tiene confianza en los jóvenes, espera
en ellos y en sus energías, necesita de ellos y de su vitalidad, para continuar a
vivir con renovada fuerza la misión confiada por Cristo. Deseo vivamente que el Año
de la fe sea, también para las jóvenes generaciones, una preciosa ocasión para rencontrar
y reforzar la amistad con Cristo, de la cual hacer brotar el gozo y el entusiasmo
para transformar profundamente las culturas y las sociedades.
Queridos amigos,
agradeciendo por el compromiso que con generosidad ponéis al servicio de la Iglesia,
y por la particular atención que dirigís a los jóvenes, os imparto de corazón mi Bendición
Apostólica.