Creer implica adhesión y obediencia, el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) Como todos los miércoles también este 23 de enero Benedicto XVI
celebró su acostumbrada audiencia general. En esta ocasión en el Aula Pablo VI del
Vaticano ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países.
En su catequesis el Santo Padre se refirió al primer artículo del Credo. Y explicó
que “creer implica adhesión, acogida y obediencia; es un acto personal, una respuesta
libre”.
En nuestro idioma, el Papa resumió su catequesis general en italiano
con las siguientes palabras:
Queridos hermanos
y hermanas:
La catequesis de hoy está dedicada al primer artículo del
Credo «creo en un solo Dios», una afirmación fundamental, que parece sencilla pero
que encierra un inmenso tesoro. Creer implica adhesión, acogida y obediencia; es un
acto personal, una respuesta libre. Decir «creo» supone un don que se nos da y una
responsabilidad que aceptamos; es una experiencia de diálogo con Dios que, por amor,
nos habla como amigos. ¿Cómo escuchar su voz? Fundamentalmente en la Escritura, que
nos habla de fe y nos narra una historia en la que el Señor cumple su proyecto de
redención, a través de personas que creen y confían. Una de ellas es Abrahán, nuestro
padre en la fe, porque es capaz de salir de su tierra, confiando sólo en Dios y en
su promesa. A pesar de ver su cuerpo deteriorado y a su mujer anciana, y de vivir
siempre como extranjero en una tierra habitada por otros, espera contra toda esperanza;
por ello recibe la bendición de Dios, llena de vida y fecundidad, para hacer de él
un gran pueblo. Para nosotros, Abrahán es ejemplo de libertad ante la opinión corriente,
ante el juicio del mundo que busca un éxito aparente; Abrahán nos invita a responder
también a Dios con un acto de confianza, que trasforme nuestra vida.
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes
de España, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a no tener miedo
de seguir al Señor, olvidándonos de nosotros mismos y confiando en la bendición de
Dios. Muchas gracias.
Como es costumbre, Su Santidad afirmó que reza por
todas las personas de lengua árabe, a quienes bendijo.
Al saludar cordialmente
a los peregrinos y de modo particular a las religiosas de Santa Isabel, acompañadas
por la Madre General, su Consejo y las ecónomas provinciales y religiosas, el Santo
Padre recordó que el próximo viernes, con la Fiesta de la Conversión de San Pablo
se clausura la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos. Y formuló votos
para que la oración ecuménica de los fieles de las diversas iglesias y comunidades
cristianas fructifique en el Año de la fe con la profundización del diálogo, de la
búsqueda de la verdad, del reconocimiento de las tradiciones, y con gestos de reconciliación.
A
dar su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana, el Obispo de Roma saludó
a las religiosas, estudiantes y grupos parroquiales presentes en esta audiencia. En
especial, el Papa saludó a los fieles de Frazzanò, acompañados por el Obispo de Patti,
Mons. Ignazio Zambito, con ocasión del Año Jubilar y por el aniversario de la muerte
de su patrono, el monje San Lorenzo.
A todos el Pontífice les manifestó su
deseo de que la Semana de oración por la unidad de los cristianos impulse en todas
las comunidades el empeño necesario para pedir con insistencia al Señor el don de
la unidad y para vivir la comunión fraterna.
Por último, al dirigir un pensamiento
afectuoso a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes en el Aula
Pablo VI del Vaticano, Benedicto XVI les recordó que el próximo viernes celebraremos
la Fiesta de la Conversión de San Pablo. De ahí su invitación a los jóvenes a que
este Apóstol sea para ellos modelo de integridad de vida y de radicalidad en la fe.
A los queridos enfermos el Papa les pidió que ofrezcan sus sufrimientos por la causa
de la unidad de la Iglesia de Cristo. Y a los recién casados les sugirió que inspirándose
en la vida del Apóstol de las gentes, reconozcan en su vida familiar la primacía de
Dios y de su amor.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Traducción
completa de la catequesis del Papa en italiano
Queridos hermanos
y hermanas:
en este Año de la fe, hoy me gustaría empezar a reflexionar juntos
sobre el Credo, la solemne profesión de fe, que acompaña nuestras vidas como creyentes.
El Credo comienza así: "Creo en Dios". Es una afirmación fundamental, aparentemente
simple en su esencialidad, que sin embargo abre al mundo infinito de la relación
con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión a Dios, acogida de
su Palabra y obediencia gozosa a su revelación.
Como enseña el Catecismo de
la Iglesia Católica: "La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la
iniciativa de Dios que se revela. " (n. 166). Poder decir que se cree en Dios es,
por lo tanto, un don y un compromiso al mismo tiempo, es gracia divina y responsabilidad
humana, en una experiencia de diálogo con Dios, que, por amor, "habla a los hombres
como amigos" (Dei Verbum, 2), nos habla para que, en la fe y con la fe, podamos entrar
en comunión con Él.
¿Dónde podemos escuchar a Dios que nos habla? Para ello
es fundamental la Sagrada Escritura, en la que, la Palabra de Dios se hace audible
para nosotros y nutre nuestra vida de "amigos" de Dios. Toda la Biblia narra la revelación
de Dios a la humanidad, toda la Biblia habla de la fe y nos enseña la fe, narrando
una historia en la que Dios lleva a cabo su plan de redención y se acerca a los hombres,
a través de tantas figuras luminosas de personas que creen en Él y confían en Él,
hasta la plenitud de la revelación en el Señor Jesús.
En este sentido, es muy
lindo el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos – que acabamos de escuchar - que habla
de la fe y hace relucir las grandes figuras bíblicas que han vivido la fe, llegando
a ser modelo para todos los creyentes: "Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes
que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. "(11,1) – dice el
primer versículo. Los ojos de la fe son, por lo tanto, capaces de ver lo invisible
y el corazón del creyente puede esperar más allá de toda esperanza, al igual que Abraham,
del que Pablo dice en la Carta a los Romanos que "creyó, esperando contra toda esperanza"
(4,18).
Y precisamente sobre Abraham, me gustaría que detengamos nuestra atención,
porque él es la primera gran figura de referencia para hablar acerca de la fe en Dios:
el gran patriarca Abraham, modelo ejemplar, padre de todos los creyentes (cfr. Rom
4,11-12 ). La Carta a los Hebreos lo presenta así: "Por la fe, Abraham, obedeciendo
al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber
a dónde iba. Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar
que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero
en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos
con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos,
cuyo arquitecto y constructor es Dios. "(11, 8-10).
El autor de la Carta a
los Hebreos se refiere aquí a la llamada de Abraham, narrada en el libro del Génesis
¿qué le pide Dios a este gran patriarca? Le pide que abandone su tierra para ir al
país que le mostrará, " El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de
tu padre, y ve al país que yo te mostraré. " (Génesis 12, 1). ¿Cómo habríamos respondido
nosotros a una invitación semejante? Se trata, en efecto, de un partir en la oscuridad,
sin saber dónde lo conducirá Dios, es un camino que requiere una obediencia y una
confianza radicales, a la que sólo la fe permite acceder. Pero la oscuridad de lo
desconocido está iluminada por la luz de una promesa; Dios añade a su mando una palabra
tranquilizadora, que le abre a Abraham un futuro de vida en toda su plenitud: " Yo
haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre... y por ti se bendecirán
todos los pueblos de la tierra" (Gen 12,2.3).
La bendición, en la Sagrada Escritura,
se enlaza principalmente con el don de la vida que viene de Dios y se manifiesta ante
todo en la fertilidad, en una vida que se multiplica, pasando de generación en generación.
Asimismo, la bendición está relacionada también con la experiencia de poseer una tierra,
un lugar estable para vivir y crecer en libertad y seguridad, temiendo a Dios y construyendo
una sociedad de hombres fieles a la Alianza, "un reino de sacerdotes y una nación
santa" (cfr. Ex 19,6).
Por lo tanto, Abraham, en el diseño de Dios, está destinado
a llegar a ser el "padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5; cfr. Rom 4, 17-18)
y a entrar en una nueva tierra donde vivir. Y, sin embargo, Sara, su esposa, es estéril,
no puede tener hijos, el país al que Dios lo conduce está lejos de su tierra natal,
ya está habitado por otros pueblos y nunca le pertenecerá verdaderamente. El narrador
bíblico hace hincapié en esto, aunque muy discretamente: cuando Abraham llegó al lugar
de la promesa de Dios: " los cananeos ocupaban el país " (Gen 12:6). La tierra que
Dios le dona a Abraham no le pertenece, él es un extranjero y lo seguirá siendo para
siempre, con todo lo que ello conlleva: no tener intenciones de posesión, sentir siempre
la propia pobreza, verlo todo como un don. Ésta es también la condición espiritual
de quien acepta seguir al Señor, de quien decide partir aceptando su llamada, bajo
el signo de su bendición invisible pero poderosa. Y Abraham, el "padre de los creyentes",
acepta esta llamada, en la fe. San Pablo escribe en la carta a los Romanos: “Esperando
contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como
se le había anunciado: Así será tu descendencia. Su fe no flaqueó, al considerar que
su cuerpo estaba como muerto - tenía casi cien años - y que también lo estaba el seno
de Sara. El no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido
por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir
lo que promete”.(Rm 4,18-21).
La fe conduce a Abraham a seguir un camino paradójico.
Él será bendecido, pero sin los signos visibles de la bendición: recibe la promesa
de formar un gran pueblo, pero con una vida marcada por la esterilidad de Sara, su
esposa; es llevado a una nueva patria, pero tendrá que vivir como un extranjero; y
la única posesión de la tierra que se le permitirá será el de una parcela de terreno
para enterrar a Sara (cf. Gn 23,1 a 20). Abraham fue bendecido porque, en la fe, supo
discernir la bendición divina yendo más allá de las apariencias, confiando en la presencia
de Dios, incluso cuando sus caminos se le muestran misteriosos.
¿Qué significa
esto para nosotros? Cuando decimos: "Yo creo en Dios", decimos, como Abraham: "Confío
en ti, me confío a ti, Señor", pero no como a Alguien a quien se acude sólo en los
momentos de dificultad o al que dedicar algún momento del día o de la semana. Decir
"Yo creo en Dios" significa fundar en Él mi vida, dejar que su Palabra la oriente
cada día, en las opciones concretas sin temor de perder algo de mí mismo. Cuando,
en el rito del Bautismo, se pide tres veces: "¿Creéis? en Dios, en Jesucristo, en
el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica y las demás verdades de la fe, la
triple respuesta es en singular: "Yo creo", porque es mi existencia personal la que
va a recibir un viraje con el don de la fe, es mi vida la que debe cambiar, convertirse.
Cada vez que participamos en un Bautismo, debemos preguntarnos cómo vivimos cada día
el gran don de la fe.
Abraham, el creyente, nos enseña la fe; y, como un extranjero
en la tierra, nos muestra la verdadera patria. La fe nos hace peregrinos en la tierra,
dentro del mundo y de la historia, pero en camino hacia la patria celestial. Creer
en Dios nos hace, pues, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda
y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir conductas que no pertenecen
a la manera común de pensar. El cristiano no debe tener miedo de ir "contra corriente"
para vivir su propia fe, resistiendo a la tentación de "adecuarse". En muchas de nuestras
sociedades, Dios se ha convertido en el "gran ausente" y en su lugar hay muchos ídolos,
en primer lugar el "yo" autónomo. Y también los significativos y positivos progresos
de la ciencia y de la tecnología han llevado al hombre a una ilusión de omnipotencia
y de autosuficiencia, y un creciente egoísmo ha creado muchos desequilibrios en las
relaciones y el comportamiento social.
Y, sin embargo, la sed de Dios (cf.
Sal 63,2) no se extinguió y el mensaje del Evangelio sigue resonando a través de las
palabras y los hechos de muchos hombres y mujeres de fe. Abraham, el padre de los
creyentes, sigue siendo el padre de muchos hijos que están dispuestos a seguir sus
pasos y se ponen en camino, en obediencia a la llamada divina, confiando en la presencia
benevolente del Señor y acogiendo su bendición para ser una bendición para todos.
Es el mundo bendecido por la fe al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo
siguiendo al Señor Jesucristo. Y a veces es un difícil viaje, que conoce, incluso,
la prueba de la muerte, pero que está abierto a la vida, en una transformación radical
de la realidad que sólo los ojos de la fe pueden ver y disfrutar en abundancia.
Afirmar
"yo creo en Dios" nos conduce, pues, a ponernos en camino, a salir de nosotros mismos
continuamente, al igual que Abraham, para llevar, en la realidad cotidiana en que
vivimos, la certeza que viene de la fe: la certeza, es decir, la presencia de Dios
en la historia, también hoy; una presencia que da vida y salvación, y nos abre a un
futuro con Él para una plenitud de vida que nunca conocerá la puesta del sol.