Se bautizó en el Jordán para santificar todas las aguas y el cosmos entero
(RV).- (Audio) En su alocución previa
al rezo mariano del Angelus Domini Benedicto XVI invitó a todos los fieles
a redescubrir el significado del Bautismo mediante el cual hemos adherido al amor
de Dios renaciendo desde lo alto. El Sucesor de Pedro aludió a la fiesta del Bautismo
de Jesús recordando que marca la conclusión del tiempo litúrgico de la Navidad. El
Bautismo de Jesús en el Jordán además de que nos abre a la vida pública de Jesús,
también nos indica que el hijo de Dios, sumergiéndose en el Jordán, santifica las
aguas y el cosmos entero: “Aquel gesto se coloca en la misma línea de la Encarnación,
de la venida de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos.
El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra:
amor, que es el nombre mismo de Dios”.
Texto Alocución del Benedicto
XVI previo al rezo mariano del Angelus Domini 13.01.2012
Queridos
hermanos y hermanas: Con este domingo después de la Epifanía se concluye el Tiempo
litúrgico de la Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido
en el horizonte de la humanidad, disipa las tinieblas del mal y de la ignorancia.
Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, que
contemplamos en el misterio de su nacimiento, lo vemos hoy adulto sumergirse en las
aguas del río Jordán, y santificar así todas las aguas y el cosmos entero –como indica
la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue
para hacerse bautizar por Juan? ¿Por qué quiso realizar este gesto de penitencia y
conversión, junto con tantas personas que de este modo querían prepararse para la
venida del mesías? Aquel gesto –que marca el inicio de la vida pública de Cristo,
se coloca en la misma línea de la Encarnación, de la venida de Dios desde el más alto
de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento
divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe
el apóstol Juan: «Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo,
para que tuviéramos Vida por medio de él», y lo envió «como víctima propiciatoria
por nuestros pecados» (1 Jn 4,9-10). Por esto el primer acto público de Jesús fue
el de recibir el bautismo de Juan, el cual, viéndolo llegar, dijo: «Este es el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).
Narra el evangelista Lucas
que mientras Jesús, habiendo recibido el bautismo, «mientras estaba orando, se abrió
el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma.
Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta
toda mi predilección”» (3,21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente
inmerso en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es Aquel que morirá en la cruz
y resurgirá por la potencia del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y lo consagra.
Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, es decir, en el
amor; el hombre que ante el mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la
responsabilidad, elige no de salvarse a sí mismo sino de ofrecer la propia vida por
la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida
comporta renacer: renacer desde lo alto, desde Dios, desde la Gracia. Este renacer
es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres en
la vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: “quien baja con fe
en este bautismo de regeneración, renuncia al diablo y se une a Cristo, reniega al
enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se desnuda de la esclavitud y se reviste de
la adopción filial” (del Discurso sobre la Epifanía, 10: Pg 10, 862).
Según
la tradición, esta mañana tuve la alegría de bautizar a un numeroso grupo de niños
que nacieron en los últimos tres o cuatro meses. En este momento quiero extender mi
oración y mi bendición a todos los recién nacidos; pero en especial invitar a todos
a recordar nuestro Bautismo, hacer memoria de aquel renacer espiritual que nos abrió
el camino de la vida eterna. Que pueda cada cristiano, en este Año de la fe, redescubrir
la belleza de haber renacido desde lo alto, desde el amor de Dios, y vivir como su
verdadero hijo.
Traducción: Patricia L. Jáuregui Romero / @pjuregui