Cristianos intensifiquen la diaconía de la caridad hacia los que sufren, alienta el
Papa
(RV).- En su Mensaje para
la Jornada Mundial del Enfermo 2013, publicado hoy, Benedicto XVI reitera su paternal
cercanía a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Con el título «Anda
y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Papa recuerda las palabras de Jesús, en la parábola
del Buen Samaritano, destacando que «el Señor nos señala cuál es la actitud que todo
discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados
de atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de
una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen
Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu,
hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo
vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo
enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe».
Ante
la XXI Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará solemnemente el próximo 11 de
febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, en
el Santuario mariano de Altötting - en Alemania, cerca de Marktl am Inn, donde nació
Joseph Ratzinger - Benedicto XVI hace hincapié en que «el Año de la fe que estamos
viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad
en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del
que está a nuestro lado». Y presenta, como ejemplo y estímulo, algunas de las muchas
figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas enfermas a valorar
el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual. Santa Teresa del Niño
Jesús y de la Santa Faz, el venerable Luigi Novarese, Raúl Follereau, la beata Teresa
de Calcuta y santa Ana Schäffer de Mindelstetten.
El Mensaje de Benedicto
XVI comienza evocando unas palabras del Beato Juan Pablo II, en la Carta por la que
se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, del 13 mayo de 1992 y dirige su profundo
reconocimiento y ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad
civil, a las diócesis, las comunidades cristianas y a las asociaciones de agentes
sanitarios y de voluntarios.
Antes de impartir de todo corazón su Bendición
Apostólica, el Santo Padre confía la XXI Jornada Mundial del Enfermo a «la intercesión
de la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para que acompañe
siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que
ayude a todos los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos
samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento».
(CdM
– RV)
Texto completo del Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI para la Jornada
Mundial del Enfermo:
Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo
«Anda
y haz tú lo mismo» (Lc 10,37)
Queridos hermanos y hermanas
1. El
11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes,
en el Santuario mariano de Altötting, se celebrará solemnemente la XXI Jornada Mundial
del Enfermo. Esta Jornada representa para todos los enfermos, agentes sanitarios,
fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, «un momento fuerte de
oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia,
así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo
el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación
de la humanidad» (Juan Pablo II, Carta por la que se instituía la Jornada Mundial
del Enfermo, 13 mayo 1992, 3). En esta ocasión, me siento especialmente cercano a
cada uno de vosotros, queridos enfermos, que, en los centros de salud y de asistencia,
o también en casa, vivís un difícil momento de prueba a causa de la enfermedad y el
sufrimiento. Que lleguen a todos las palabras llenas de aliento pronunciadas por los
Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II: «No estáis… ni abandonados ni inútiles;
sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen» (Mensaje a los enfermos,
a todos los que sufren).
2. Para acompañaros en la peregrinación espiritual
que desde Lourdes, lugar y símbolo de esperanza y gracia, nos conduce hacia el Santuario
de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la figura emblemática del
Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La parábola evangélica narrada por san Lucas forma
parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las
que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando
experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la
parábola del Buen Samaritano, «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala
cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente
hacia los que están necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor
infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza
para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien
está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido
y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino
para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en
una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir
ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar
en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito»
(Enc. Spe salvi, 37).
3. Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura
del Buen Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones
a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio pecado (cf. Orígenes, Homilía
sobre el Evangelio de Lucas XXXIV, 1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas,
71-84; Agustín, Sermón 171). Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del
Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que
«se despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición» divina, para
asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a
los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene
con avidez el ser igual a Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia,
sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el
vino de la esperanza.
4. El Año de la fe que estamos viviendo constituye una
ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades
eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado.
En este sentido, y para que nos sirvan de ejemplo y de estímulo, quisiera llamar la
atención sobre algunas de las muchas figuras que en la historia de la Iglesia han
ayudado a las personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano
y espiritual. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, «experta en la scientia
amoris» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio ineunte, 42), supo vivir «en profunda
unión a la Pasión de Jesús» la enfermedad que «la llevaría a la muerte en medio de
grandes sufrimientos» (Audiencia general, 6 abril 2011). El venerable Luigi Novarese,
del que muchos conservan todavía hoy un vivo recuerdo, advirtió de manera particular
en el ejercicio de su ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos
y los que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios marianos, de
modo especial a la gruta de Lourdes. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl
Follereau dedicó su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen,
hasta en los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la Jornada
Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día encontrando
a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el rosario en la mano
para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los
que «no son queridos, ni amados, ni atendidos». También santa Ana Schäffer de Mindelstetten
supo unir de modo ejemplar sus propios sufrimientos a los de Cristo: «La habitación
de la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio
misionero… Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable
en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo»
(Homilía para la canonización, 21 octubre 2012). En el evangelio destaca la figura
de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico
en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el
dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios
nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia
divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien
se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del
Señor.
5. Quisiera por último dirigir una palabra de profundo reconocimiento
y de ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, a
las diócesis, las comunidades cristianas, las asociaciones de agentes sanitarios y
de voluntarios. Que en todos crezca la conciencia de que «en la aceptación amorosa
y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive
hoy un momento fundamental de su misión» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles
laici, 38).
Confío esta XXI Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de
la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para que acompañe
siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que
ayude a todos los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos
samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento,
a la vez que imparto de todo corazón la Bendición Apostólica. Vaticano, 2 de enero
de 2013