Indefenso poder del Niño que vence las potencias del mundo, el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) En su última catequesis de este año, Benedicto XVI reflexionó con
los fieles y peregrinos de numerosos países – reunidos en el Aula Pablo VI del Vaticano
– sobre la fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.
Hablando
en italiano el Papa destacó que la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe
también incluye el elemento de la oscuridad. Y afirmó que la relación del ser humano
con Dios no cancela la distancia entre el Creador y la criatura. Así es para María
– dijo el Santo Padre – cuya fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa
a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, para poder llegar hasta la luz
de la Resurrección. Antes de rezar el Padrenuestro el Pontífice se despidió afirmando
que la solemnidad de la Navidad del Señor, que celebraremos dentro de poco, nos invita
a vivir la misma humildad y obediencia de la fe de María. Porque la gloria de Dios
no se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no resplandece en una ciudad
famosa o en un suntuoso palacio, sino que pone su morada en el seno de una virgen
y se revela en la pobreza de un niño. La omnipotencia de Dios, también en nuestra
vida, actúa con la fuerza, con frecuencia silenciosa, de la verdad y del amor. La
fe nos dice, entonces, que el indefenso poder de aquel Niño, al final vence el rumor
de las potencias del mundo.
Al resumir estos conceptos en nuestro idioma,
el Papa dijo:
Queridos hermanos:
En
nuestro camino del Adviento, nos detenemos a considerar la fe de María, a la luz del
misterio de la anunciación. El ángel invita a la Virgen a alegrarse llamándola la
“llena de gracia”. La fuente de la alegría de María es la gracia, la comunión con
Dios. Ella es la criatura que, mediante su actitud de escucha de la palabra y su obediencia
de la fe, ha abierto de modo único las puertas a su Creador. Como Abrahán, también
María se fía plenamente de la divina palabra, convirtiéndose en modelo y madre de
todos los creyentes. Pero, al igual que el Patriarca, la fe de la Virgen Santísima
incluye un elemento de oscuridad. Ella debe renovar continuamente el “sí” dado en
la anunciación, su sí a la voluntad de Dios hasta el momento de la cruz. Esta fe firme
de María ha sido posible por su actitud constante de diálogo íntimo con la palabra
de Dios, por su humildad profunda y obediente que acepta incluso lo que no comprende
de la acción de Dios, dejando que sea Él quien le abra la mente y el corazón.
Saludo
a los peregrinos de lengua española, en particular a los Legionarios de Cristo que
recientemente han sido agregados al Orden Sacerdotal, así como a sus familiares. Saludo
a los grupos venidos de España y de los países latinoamericanos. Que la próxima solemnidad
de la Navidad, en la que contemplamos cómo Dios pone su morada en el seno de la Virgen,
nos haga crecer en el amor al Señor, acogiendo con humildad su Palabra. Muchas gracias
y Feliz Navidad. En sus saludos en diversas lenguas a los grupos de peregrinos
presentes, como ya es costumbre, Benedicto XVI dijo que reza por todas las personas
de lengua árabe, por quienes invocó la bendición de Dios. Al saludar a los fieles
polacos, el Papa afirmó que en el clima del Adviento recordamos la escena de la Anunciación.
Y añadió que la Virgen María, dócil a la voluntad de Dios, con fe y humildad acepta
convertirse en la Madre del Salvador. Por esta razón invitó a aprender la obediencia
a la voluntad de Dios de Ella así como a escuchar su palabra. Con alegría el Santo
Padre se dirigió a un grupo de peregrinos lituanos de la ciudad de Klaipėda. A quienes
invitó, en este tiempo de espera de la gracia de la Santa Navidad, a acoger en los
corazones la plenitud de la vida que nos ofrece generosamente Jesús, que nace por
nosotros. Por último, hablando en italiano, el Obispo de Roma dirigió un saludo
especial a los jóvenes, enfermos y recién casados que asistieron a esta audiencia
general. Dirigiéndose a los jóvenes, especialmente a los alumnos del Instituto Capriotti
de San Benedetto del Tronto, los invitó a acercarse al misterio de Belén con los mismos
sentimientos de fe y de humildad que fueron de María. A los enfermos les dijo que
tomen del pesebre esa alegría e íntima paz que Jesús viene a traer al mundo. Y a los
recién casados les recomendó que contemplen el ejemplo de la sagrada Familia de Nazaret,
para orientar hacia las virtudes que ella puso en práctica su camino de vida familiar.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Traducción completa del texto de
la catequesis del Papa en italiano
Queridos hermanos y hermanas:
en
el camino del Adviento, la Virgen María ocupa un lugar especial, como aquella que
de forma única ha esperado el cumplimiento de las promesas de Dios, recibiendo en
la fe y en la carne a Jesús, el Hijo de Dios, en obediencia total a la voluntad divina.
Hoy quisiera hacer una breve reflexión sobre la fe de María, a partir del gran misterio
de la Anunciación.
"Chaire kecharitomene, me Kyrios meta sou", "Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Éstas son las palabras – como
narra el Evangelista Lucas – con las que el arcángel Gabriel se dirige a María. A
primera vista la palabra Chaire, “alégrate”, parece un saludo normal en la costumbre
griega, pero esta palabra, cuando se lee en el contexto de la tradición bíblica, adquiere
un significado mucho más profundo. Este mismo término está presente cuatro veces en
la versión griega del Antiguo Testamento y siempre como un anuncio de alegría por
la venida del Mesías (cfr. Sofonías 3,14; Joel 2,21; Zacarías 9:9; Lam 4,21).
«El
saludo del ángel a María es, por lo tanto, una invitación a la alegría, a una alegría
profunda, anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo ante el límite de la vida,
el sufrimiento, la muerte, la maldad, la oscuridad del mal que parece oscurecer la
luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, la Buena
Nueva. Pero ¿por qué María es invitada a alegrarse de esta manera? La respuesta está
en la segunda parte del saludo: "El Señor está contigo." Aquí, también, con el fin
de comprender el significado de la expresión debemos recurrir al Antiguo Testamento.
En el libro de Sofonías, encontramos esta expresión "¡Grita de alegría, hija de Sión!
... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti...¡El Señor, tu Dios, está en
medio de ti, es un salvador poderoso" (3, 14-17). En estas palabras hay una doble
promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y habitará en
medio de su pueblo, en el vientre de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel
y María se realiza exactamente esta promesa: se identifica a María con el pueblo
elegido por Dios, es verdaderamente la hija de Sión en persona, en ella se cumple
la espera de la venida definitiva de Dios, en ella coloca su morada el Dios vivo.
En
el saludo del ángel, María es llamada "llena de gracia"; en griego la palabra "gracia"
charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra "alegría". También en esta expresión,
se aclara aún más la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia,
es decir, proviene de la comunión con Dios, por tener una relación tan vital con Él,
por ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada por la acción de Dios. María
es la criatura que de una manera única que ha abierto de par en par la puerta a su
Creador, se ha puesto en sus manos, sin límites. Ella vive totalmente ‘de’ la y ‘en’
la relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a percibir los signos
de Dios en el camino de su pueblo; está insertada en una historia de fe y de esperanza
en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente
a la palabra recibida, la voluntad divina en la obediencia de la fe.
El Evangelista
Lucas narra la vivencia de María a través de un paralelismo con la de Abraham. Así
como el gran Patriarca es el padre de los creyentes, que respondió al llamado de Dios
a dejar la tierra en que vivía y sus seguridades, para iniciar el camino hacia una
tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa divina, también María se entrega
con la plena confianza a la palabra, que le anuncia el mensajero de Dios y se vuelve
modelo y madre de todos los creyentes.
Me gustaría hacer hincapié en otro
aspecto importante: la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe incluye también
el elemento de la oscuridad. La relación entre el ser humano y Dios no borra la distancia
entre el Creador y la criatura, no elimina lo que el Apóstol Pablo dice ante la profundidad
de la sabiduría de Dios, "¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles
sus caminos! " (Rm 11, 33). Pero, precisamente aquel que - al igual que María - está
abierto de forma total a Dios, llega a aceptar la voluntad de Dios, aunque sea un
misterio, a pesar de que a menudo no corresponda a su propia voluntad y es una espada
que atraviesa el alma, como proféticamente le dice el viejo Simeón a María, en el
momento en que Jesús es presentado en el Templo (cfr. Lc 2:35).
El camino de
fe de Abraham comprende el momento de la alegría por el don de su hijo Isaac, pero
también el momento de oscuridad, cuando tiene que ir al monte Moriah para cumplir
un gesto paradójico: Dios le pide que sacrifique a su hijo, que acaba de darle . En
la montaña, el ángel le ordena: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún
daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único».
(Génesis 22:12); la plena confianza en Dios de Abraham fiel a las promesas existe
incluso cuando su palabra es misteriosa y difícil, casi imposible de comprender. Lo
mismo sucede con María, su fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa
a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, para poder llegar hasta la luz
de la Resurrección.
No es diferente para el camino de fe de cada uno de nosotros:
encuentra momentos de luz, pero también pasajes en los que Dios parece ausente, su
silencio pesa en nuestro corazón y su voluntad no se corresponde con la nuestra, con
lo que quisiéramos. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, más acogemos el don de la
fe, ponemos por completo en Él nuestra confianza - como Abraham y como María - más
Él nos hace capaces con su presencia, para vivir cada situación de la vida en paz
y en la certeza de su lealtad y su amor. Pero esto significa salir de sí mismos, de
nuestros propios proyectos, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe nuestros
pensamientos y nuestras acciones.
Quisiera volver a centrarme en un aspecto
que surge de las historias sobre la infancia de Jesús narradas por San Lucas. María
y José traen a su hijo a Jerusalén, al Templo, para presentarlo y consagrarlo al Señor
como prescribe la ley de Moisés: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor"
(Lc 2:22-24). Este gesto de la Sagrada Familia de Nazaret adquiere un sentido aún
más profundo si lo leemos a la luz de la ciencia evangélica de Jesús de doce años
que, después de tres días de búsqueda, se encuentra en el Templo discutiendo entre
los maestros. A las palabras llenas de preocupación de María y José:: «Hijo mío, ¿por
qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados» corresponde
el misterio de la respuesta de Jesús: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo
ocuparme de los asuntos de mi Padre?». (Lc 2,48-49). María debe renovar la fe profunda
con la que dijo "sí" en la Anunciación; debe aceptar que el verdadero y propio Padre
de Jesús tiene precedencia; debe dejar libre a aquel Hijo que ha creado para que siga
con su misión. Y el "sí" de María a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe,
se repite a lo largo de su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.
Frente
a todo esto, podemos preguntarnos: ¿cómo ha podido vivir María este camino junto a
su Hijo con una fe tan fuerte, incluso en la oscuridad, sin perder la confianza plena
en Dios? Hay una actitud de fondo que María asume frente a lo que está sucediendo
en su vida. En la Anunciación, ella permanece turbada al oír las palabras del ángel
- es el temor que siente un hombre cuando es tocado por la cercanía de Dios -, pero
no es la actitud de los que tienen miedo delante de lo que Dios puede pedir. María
reflexiona, se interroga sobre el significado de este saludo (cf. Lc 1:29). La palabra
griega que se usa en el Evangelio de definir esta "reflexión", "dielogizeto" se refiere
a la raíz de la palabra "diálogo". Esto significa que María entra en diálogo íntimo
con la Palabra de Dios que le ha sido anunciada, no la considera superficialmente,
sino que la sopesa, la deja penetrar en su mente y en su corazón para entender lo
que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio. Otro indicio del comportamiento
interior de María frente a la acción de Dios lo encontramos, siempre en el Evangelio
de San Lucas, en el momento del nacimiento de Jesús, después de la adoración de los
pastores. Se dice que María " María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón
" (Lc 2:19)... podríamos decir que Ella "tenía unidos", "ponía juntos" en su corazón
todos los acontecimientos que le estaban ocurriendo; colocaba cada elemento, cada
palabra, cada hecho en el conjunto y lo comparaba, lo conservaba, reconociendo que
todo viene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión
superficial de lo que está sucediendo en su vida, sino que sabe mirar en profundidad,
se deja interpelar por los acontecimientos, los procesa, hace discernimiento de ellos,
y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede proporcionar. Es la humildad profunda
de la fe obediente de María, que acoge dentro de sí mismo incluso aquello que no comprende
de la acción de Dios, dejando que sea Dios quien abra su mente y su corazón. " Feliz
de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
(Lc 1:45), exclama su pariente Isabel. Y es por su fe que todas las generaciones la
llamarán bienaventurada.
Queridos amigos, la solemnidad de la Natividad del
Señor, que pronto celebraremos, nos invita a vivir esta misma humildad y la obediencia
de fe. La gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y el poder de un rey, no resplandece
en una ciudad famosa, en un palacio suntuoso, sino que toma morada en el vientre de
una virgen, se revela en la pobreza de un niño. La omnipotencia de Dios, también en
nuestra vida, actúa con la fuerza, a menudo silenciosa, de la verdad y del amor. La
fe nos dice, pues, que el poder inerme de aquel Niño, al final vence al fragor de
los poderes del mundo.