La fuerza decisiva para la transformación del Continente americano
(RV).- Esta tarde se inauguró en el Vaticano el Congreso Internacional “Tras las huellas
de la Exhortación Apostólica Postsinodal ‘Ecclesia in America’, bajo la guía de Nuestra
Señora de Guadalupe, Madre de toda América, Estrella de la Nueva Evangelización” organizado
por la Pontificia Comisión para América Latina y los Caballeros de Colón. Benedicto
XVI hizo llegar a los participantes su saludo en español e inglés, leído en el curso
de la ceremonia. Texto del mensaje del Santo Padre
Señores Cardenales, Queridos
Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio, Apreciados Caballeros de Colón
Agradezco
vivamente las palabras del Señor Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Comisión
Pontificia para América Latina, y me alegra que, junto a los Caballeros de Colón,
haya querido promover un Congreso internacional para ahondar en la consideración y
proyección de la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, del beato
Juan Pablo II, y que recoge las aportaciones de la Asamblea especial del Sínodo de
los Obispos para América. Saludo cordialmente a los Señores Cardenales, Obispos, sacerdotes
y personas consagradas, así como a los numerosos laicos venidos para participar en
esta importante iniciativa. Sus rostros me traen nuevamente a la mente y al corazón
los latidos del Continente americano, tan presente en la plegaria del Papa, y cuya
devoción a la Sede Apostólica he podido gratamente experimentar, no sólo durante mis
visitas pastorales a algunos de sus países, sino cada vez que encuentro aquí a pastores
y fieles de esas queridas tierras. Mi venerado Predecesor, el beato Juan Pablo
II, tuvo la clarividente intuición de incrementar las relaciones de cooperación entre
las Iglesias particulares de toda América, del Norte, del Centro y del Sur, y, a la
vez, suscitar una mayor solidaridad entre sus naciones. Hoy dichos propósitos merecen
ser retomados con vistas a que el mensaje redentor de Cristo se ponga en práctica
con mayor ahínco y produzca abundantes frutos de santidad y renovación eclesial. El
tema que guió las reflexiones de aquella Asamblea sinodal puede servir también de
inspiración para los trabajos de estos días: "El encuentro con Jesucristo vivo, camino
para la conversión, la comunión y la solidaridad en América". En efecto, el amor al
Señor Jesús y la potencia de su gracia han de arraigar cada vez más intensamente en
el corazón de las personas, las familias y las comunidades cristianas de sus naciones,
para que en éstas se avance con dinamismo por las sendas de la concordia y el justo
progreso. Por eso, es un regalo de la Providencia que su Congreso tenga lugar poco
después de comenzar el Año de la fe y tras la Asamblea general del Sínodo de los Obispos
dedicada a la nueva evangelización, pues sus deliberaciones contribuirán valiosamente
a la ardua e imperiosa tarea de hacer resonar con claridad y audacia el Evangelio
de Cristo. La citada Exhortación apostólica apuntaba ya a retos y dificultades
que en la hora actual siguen presentes con singulares y complejas características.
En efecto, el secularismo y diferentes grupos religiosos se expanden por todas las
latitudes, dando lugar a numerosas problemáticas. La educación y promoción de una
cultura por la vida es una urgencia fundamental ante la difusión de una mentalidad
que atenta contra la dignidad de la persona y no favorece ni tutela la institución
matrimonial y familiar. ¿Cómo no preocuparse por las dolorosas situaciones de emigración,
desarraigo o violencia, especialmente las causadas por la delincuencia organizada,
el narcotráfico, la corrupción o el comercio de armamentos? ¿Y qué decir de las lacerantes
desigualdades y las bolsas de pobreza provocadas por cuestionables medidas económicas,
políticas y sociales? Todas estas importantes cuestiones requieren un esmerado
estudio. Sin embargo, más allá de su evaluación técnica, la Iglesia católica tiene
la convicción de que la luz para una solución adecuada sólo puede provenir del encuentro
con Jesucristo vivo que suscita actitudes y comportamientos cimentados en el amor
y la verdad. Ésta es la fuerza decisiva para la transformación del Continente americano. Queridos
amigos, el amor de Cristo nos urge a dedicarnos sin reservas a proclamar su Nombre
en todos los rincones de América, llevándolo con libertad y entusiasmo a los corazones
de todos sus habitantes. No hay labor más apremiante ni benéfica que ésta. No hay
servicio más grande que podamos prestar a nuestros hermanos. Ellos tienen sed de Dios.
Por ello es preciso asumir este cometido con convicción y gozosa entrega, animando
a los sacerdotes, a los diáconos, los consagrados y los agentes de pastoral a purificar
y vigorizar cada vez más su vida interior a través del trato sincero con el Señor
y la participación digna y asidua en los sacramentos. A esto ayudará una adecuada
catequesis y una recta y constante formación doctrinal, con fidelidad total a la Palabra
de Dios y al Magisterio de la Iglesia y buscando dar respuesta a los interrogantes
y anhelos que anidan en el corazón del hombre. De este modo, el testimonio de su fe
será más elocuente e incisivo, y se acrecentará la unidad en el desempeño de su apostolado.
Un renovado espíritu misionero y el ardor y generosidad de su compromiso serán una
aportación insustituible que la Iglesia universal espera y necesita de la Iglesia
en América. Como modelo de disponibilidad a la gracia divina y de total solicitud
por los demás, resplandece en ese Continente la figura de María Santísima, Estrella
de la nueva evangelización, y a quien se invoca en toda América bajo el glorioso título
de Nuestra Señora de Guadalupe. A la vez que encomiendo a su materna y amorosa protección
este Congreso, imparto a sus organizadores y participantes la Bendición Apostólica,
prenda de incesantes favores divinos. (RC-RV)