(RV).- Como anunció al mediodía, Benedicto XVI se trasladó la tarde de este sábado
8 de diciembre a la Plaza de España en el centro de Roma, para el tradicional homenaje
a María Inmaculada. El Papa pidió seguir el ejemplo de la Madre de Dios, "para que
también en nosotros la gracia del Señor encuentre respuesta en una fe genuina y fecunda".
Alocución del Santo Padre a a los pies de la estatua de la Inmaculada Concepción
en la plaza de España de Roma Queridos hermanos y hermanas!
Siempre
es un placer especial para reunirnos aquí, en la Piazza de España, en la fiesta de
María Inmaculada. Reunirnos juntos - romanos, peregrinos y visitantes - a los pies
de la estatua de nuestra Madre espiritual, nos hace sentir unidos en el signo de la
fe. Me gusta subrayarlo en este Año de la fe que toda la Iglesia está viviendo. Os
saludo con afecto y me gustaría compartir con ustedes algunos simples pensamientos,
sugeridos por el Evangelio de esta solemnidad: el Evangelio de la Anunciación.
En
primer lugar, nos sorprendente siempre, y nos hace reflexionar, el hecho de que el
momento decisivo para el futuro de la humanidad, el momento en que Dios se hizo hombre,
está rodeado de un gran silencio. El encuentro entre el mensajero divino y la Virgen
Inmaculada pasa totalmente desapercibido: nadie sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento
que, si hubiera sucedido en nuestro tiempo, no dejaría huella en los periódicos y
en las revistas, porque es un misterio que sucede en el silencio. Lo que es realmente
grande a menudo pasa desapercibido y el silencio apacible se revela más fructífero
que la frenética agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que - con las debidas
proporciones - se vivía ya en las grandes ciudades de entonces, como Jerusalén. Aquel
activismo que nos impide detenernos, estar tranquilos, escuchar el silencio en el
que el Señor hace oír su voz discreta. María, el día que recibió el anuncio del
Ángel, estaba recogida y al mismo tiempo abierta a la escucha de Dios. En ella no
había obstáculo alguno, ninguna pantalla, nada que la separa de Dios. Este es el significado
de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la más mínima imperfección,
no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una sintonía perfecta: su pequeño
corazón humano está perfectamente "centrado" en el gran corazón de Dios. Así que,
queridos hermanos y hermanas, venir aquí ante este monumento a María, en el centro
de Roma, nos recuerda en primer lugar, que la voz de Dios no se reconoce en el ruido
y la agitación; su diseño en nuestra vida personal y social no se percibe quedándose
en la superficie, sino yendo a un nivel más profundo, donde las fuerzas no son de
índole económica o política, sino morales y espirituales. Es allí, donde María nos
invita a ir y a sintonizar con la acción de Dios. Hay una segunda cosa, aún más
importante, que la Inmaculada nos dice cuando estamos aquí, y es que la salvación
del mundo no es obra del hombre - de la ciencia, de la tecnología, de la ideología
-, sino es por la gracia. ¿Qué significa esta palabra? Gracia significa el Amor en
su pureza y belleza, es Dios tal como se revela en la historia de la salvación narrada
en la Biblia y cumplida en Jesucristo. María es llamada la "llena de gracia" (Lc 1:28)
y esta identidad nos recuerda el primado de Dios en nuestra vida y en la historia
del mundo, nos recuerda que el poder del amor de Dios es más fuerte que el mal, puede
llenar los vacíos que el egoísmo provoca en la historia de las personas, de las familias,
naciones y el mundo. Estos vacíos pueden convertirse en infiernos, donde la vida humana
es como si se tirara hacia abajo y hacia la nada, perdiendo el sentido y la luz. Las
falsas soluciones que ofrece el mundo para llenar esos vacíos – emblemática es la
droga - de hecho ensanchan el abismo. Sólo el amor nos puede salvar de esta caída,
pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en él la pureza de Gracia – de Dios
que transforma y renueva - y que pueda poner en los pulmones intoxicados nuevo oxígeno,
aire limpio, energía nueva de vida. María nos dice que, por mucho que pueda caer el
hombre, nunca es demasiado bajo para Dios, que descendió hasta los infiernos; por
mucho que nuestro corazón ande por mal camino, Dios es siempre "más grande que nuestro
corazón" (1 Juan 3:20). El soplo suave de la Gracia puede dispersar las nubes más
negras, puede hacer la vida más hermosa y llena de significado incluso en las situaciones
más inhumanas.
Y aquí viene la tercera cosa que nos dice María Inmaculada:
nos habla de la alegría, la verdadera alegría que se extiende en el corazón liberado
del pecado. El pecado trae consigo una tristeza negativa, que nos induce a encerrarnos
en sí mismos. La Gracia trae la verdadera alegría que no depende de la posesión de
las cosas, sino que tiene sus raíces en lo más íntimo, en lo más profundo de la persona,
y que nada ni nadie puede quitar. El cristianismo es esencialmente un "evangelio",
una "buena noticia", mientras que algunos piensan que es un obstáculo a la alegría,
ya que lo ven en él una serie de prohibiciones y reglas. En realidad, el cristianismo
es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.
Y si implica algunos sacrificios y disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento,
es precisamente porque en el hombre hay la raíz venenosa del egoísmo, que perjudica
a sí mismos y a los demás. Por tanto, debemos aprender a decir no a la voz del egoísmo
y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es plena, porque en su corazón
no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida:
Jesús concebido y llevado en el vientre, después niño confiado a sus cuidados maternos,
adolescente y joven y hombre maduro. Jesús que parte de casa, seguido a distancia
con la fe hasta la Cruz y la Resurrección: Jesús es la alegría de María y la alegría
de la Iglesia.
Que en este tiempo de Adviento, María Inmaculada nos enseñe
a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio para recibir su Gracia, que nos
libera del pecado y del egoísmo, para gozar así la verdadera alegría. María, llena
de gracia, ruega por nosotros! (Traducción del italiano: Eduardo Rubió- RV)