Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo, el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) Para hablar de Dios, es necesario que crezcamos cada día en el
conocimiento y la intimidad con el Señor. Lo dijo Benedicto XVI en su catequesis de
la audiencia general de esta mañana, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano ante
la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países. El Papa explicó
que el amor de Dios no es una “realidad intimista” que impulsa a encerrarse en sí
mismos, sino, al contrario, pide que salir de sí, porque el bien es difusivo, se difunde
mediante la fuerza interior, como reconocía Platón, y san Agustín que afirmaba que
“el amor de Dios dilata los confines de nuestra misma humanidad”.
Por esta
razón es Dios mismo, Amor y Bien supremo, quien tiende a comunicarse. He aquí entonces
la pregunta a la que Benedicto XVI ha querido responder: ¿Cómo hablar de Dios en nuestro
tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvífica en los
corazones con frecuencia cerrados de nuestros contemporáneos y en sus mentes frecuentemente
distraídas por los tantos resplandores de la sociedad?
Queridos hermanos
y hermanas: La pregunta que nos hacemos hoy es: ¿cómo podemos hablar de
Dios en nuestro tiempo? Sabemos que el amor de Dios es expansivo por su propia naturaleza.
El mismo Dios, en virtud de este amor, se nos comunica en su Hijo muerto y resucitado.
Recibimos la fe precisamente escuchando este anuncio. Es este amor el que nos exige
salir de nosotros mismos para proclamarlo a todos. Para hablar de Dios, es necesario
que crezcamos cada día en el conocimiento y la intimidad con el Señor. En el anuncio
del Reino no debemos buscar el éxito inmediato, sino seguir su ejemplo de humildad
y paciencia. No buscarnos a nosotros mismos sino centrarnos en lo esencial del misterio
de Dios. Con el ejemplo de su vida, Jesús nos enseña a hacernos cargo de la debilidad
del hombre para llevarlo hacia Dios. Nos pide que nuestra vida sea, como la suya,
reflejo de una íntima unión con Dios. Así, en nuestras vidas, nuestras familias, con
nuestros hijos, podremos manifestar ese mismo amor de Cristo, estando atentos a cada
necesidad, a los anhelos más profundos, para poder dar una respuesta de esperanza
a la humanidad.
Al saludar en nuestro idioma a los fieles procedentes
de America Latina y de España, el Papa invitó a dar testimonio de Dios con las siguientes
palabras:
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
México, Bolivia y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dar testimonio de
Dios, que nos ha mostrado en la muerte y resurrección de su Hijo el más grande amor,
y nos pide seguirlo y dejarnos transformar por Él, de modo que en su Iglesia, a través
de la Palabra y los sacramentos, podamos renovar el mundo entero. Muchas gracias.
Como ya es costumbre, el Santo Padre también afirmó que reza por todas
las personas de lengua árabe, a quienes deseó la bendición de Dios.
Al saludar
los peregrinos polacos que participaron en esta audiencia Benedicto XVI les recordó
que el Año de la fe es el tiempo de la escucha de Dios que nos habla, pero también
es el tiempo para hablar de Él y de su amor infinito. Y formuló votos para que nuestro
anuncio, con la palabra y con las obras, de la verdad sobre el divino deseo de salvar
a todos los hombres sea un testimonio de la fe vivida personalmente.
Al dar
su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana, el Papa saludó a los sacerdotes,
religiosos y seminaristas de la diócesis de Macerata, acompañados por el Obispo, Mons.
Claudio Giuliodori. También saludó a los Frailes Menores de la Provincia Siciliana,
a quienes deseó que su visita a las Tumbas de los Apóstoles sea ocasión para renovar
la fe en las iniciativas pastorales.
De misma manera el Santo Padre manifestó
su satisfacción al acoger a los miembros de la Corte de Cuentas de la República Italiana,
en el 150° aniversario de su fundación, y manifestó su deseo de que esta Institución
realice un servicio proficuo por el bien común.
Por último, al dirigir un pensamiento
afectuoso a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta audiencia, el
Pontífice recordó que el próximo tiempo de Adviento sea un aliciente para que los
jóvenes redescubran la importancia de la fe en Cristo; ayude a los queridos enfermos
a afrontar sus sufrimientos con la mirada dirigida al Niño Jesús; y acreciente en
los recién casados el sentido de la presencia de Dios en su nueva familia.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Traducción del texto completo de la
catequesis en italiano
Queridos hermanos y hermanas:
La
pregunta principal que nos planteamos hoy ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo?
¿Cómo comunicar el Evangelio, para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones
de nuestros contemporáneos, a menudo cerrados, y en sus mentes, a veces distraídas
por tantos destellos de la sociedad? El mismo Jesús, nos dicen los Evangelistas, al
anunciar el Reino de Dios se preguntó acerca de esto: Ha dicho"¿Con qué podríamos
comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?" (Mc 4, 30).
Cómo hablar de Dios hoy. La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios
porque Dios ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar de Dios es, por
lo tanto, la escucha de lo que ha dicho el mismo Dios. Ha hablado con nosotros. Dios
no es una hipótesis lejana del mundo por su origen, Dios se preocupa por nosotros,
Dios nos ama, Dios ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se
ha ‘auto-comunicado’ hasta encarnarse. Por lo tanto, Dios es una realidad de nuestra
vida, Dios es tan grande que tiene tiempo también para nosotros, que puede ocuparse
de nosotros y se ocupa de nosotros. En Jesús de Nazaret, encontramos el rostro de
Dios, que ha bajado de su Cielo, para sumergirse en el mundo de los hombres y en nuestro
mundo y enseñar el "arte de vivir", el camino hacia la felicidad; para liberarnos
del pecado y hacernos plenamente hijos de Dios (cfr. Ef 1, 5, Rom 8, 14). Jesús vino
para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio.
Hablar de Dios
significa, ante todo tener claro lo que debemos brindar a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo. No un Dios abstracto, no una hipótesis, sino un Dios concreto, un
Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia, el
Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y cómo vivir.
Por lo tanto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y su Evangelio, presupone
un conocimiento nuestro personal y real de Dios y una gran pasión por su proyecto
de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios
mismo. El método de Dios es el de la humildad, Dios se hace uno de nosotros, es el
método cumplido en la Encarnación, en la humilde casa de Nazaret y en la gruta de
Belén, el la parábola del grano de mostaza. Se requiere no temer la humildad de los
pequeños pasos y confiar en la levadura, que penetra en la masa y la hace crecer lentamente
(cfr. Mt 13, 33). Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la guía
del Espíritu Santo, es necesario recuperar la simplicidad, un retorno a lo esencial
del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real, concreto, de un Dios que se preocupa
por nosotros, de un Dios-Amor que se acerca a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz
y que, en la Resurrección nos dona la esperanza y nos abre a una vida que no tiene
fin, la vida eterna. Ese comunicador excepcional que fue el apóstol Pablo nos ofrece
una lección que va directo al corazón de la fe, sobre cómo hablar de Dios con gran
sencillez. Hemos escuchado hace poco que en la primera carta a los Corintios escribe:
"Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no
llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise
saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado" (2, 1-2). Por lo tanto,
la primera realidad es que no habla de una filosofía que él ha desarrollado, no habla
de ideas que ha encontrado o que ha inventado, habla de una realidad de su vida, habla
del Dios que ha entrado en su vida, habla de un Dios real, que vive, que ha hablado
con él, que hablará con él del Cristo resucitado, crucificado y resucitado. La segunda
realidad es que habla, no se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de admiradores,
no quiere entrar en la historia como cabeza de una escuela de grandes conocimientos,
no se busca así mismo, no quiere tener un grupo de admiradores suyos, Pablo anuncia
a Cristo y quiere ganar personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla con el
único anhelo de predicar lo que ha entrado en su vida y que es la verdadera vida,
que lo ha conquistado en el camino a Damasco. Hablar de Dios quiere decir dar espacio
a Aquél que nos lo hace conocer, que nos revela su rostro de amor; significa expropiar
nuestro propio yo, ofreciéndolo a Cristo, conscientes de que no somos nosotros los
que podemos ganar a los otros para Dios, sino que debemos esperarlos de parte del
mismo Dios, invocárselos a Él. El hablar de Dios nace por lo tanto de la escucha,
de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con Dios, en la
vida de oración y según los mandamientos.
Comunicar la fe, para san Pablo
no quiere decir traer a sí mismo, sino decir abiertamente y públicamente lo que ha
visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que él ha experimentado en su vida ya
transformada por aquel encuentro: es llevar a Jesús, que siente en sí mismo y se ha
convertido en el verdadero sentido de su vida, para que quede claro a todos que Él
es necesario para el mundo y decisivo para la libertad de cada hombre. El Apóstol
no se contenta con proclamar las palabras, sino que implica la totalidad de su vida
en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios, tenemos que dejarle espacio en la esperanza
de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejar espacio sin miedo, con sencillez
y alegría, en la profunda convicción de que cuanto más lo pongamos en medio, y no
a nosotros, más nuestra comunicación será fructífera. Y esto también vale para las
comunidades cristianas: ellas están llamados a mostrar la acción transformadora de
la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazones, egoísmos, indiferencia y
viviendo en sus relaciones cotidianas el amor de Dios. ¿Son realmente así nuestras
comunidades? Tenemos que ponernos en acción para ser cada vez más anunciadores de
Cristo y no de nosotros mismos.
En este punto debemos preguntarnos cómo
comunicaba Jesús. Jesús en su unicidad habla de su padre - Abba - y del Reino de Dios,
con los ojos llenos de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia
humana. Habla con gran realismo y, yo diría de manera esencial. El anuncio de Jesús
nos muestra que en el mundo y en la creación aparece el rostro de Dios y nos muestra
cómo en las historias cotidianas de nuestra vida Dios está presente, como en las parábolas
de la naturaleza, del grano de mostaza, en la parábola del hijo pródigo, Lázaro y
en todas las parábolas de Jesús. En los Evangelios vemos como Jesús está interesado
por todas las situaciones humanas que encuentra, se inmersa en la realidad de los
hombres y mujeres de su tiempo, con una plena confianza en la ayuda del Padre. Y en
verdad, en estas historias, de manera oculta, Dios está presente y si estamos atentos
lo podemos descubrir. Los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que se reúnen,
ven sus reacciones a los problemas más disparatados, ven cómo habla, cómo se comporta;
ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él anuncio y vida
están entrelazados: Jesús actúa y enseña, siempre a partir de una relación íntima
con Dios Padre. Este estilo se convierte en una indicación fundamental para nosotros
los cristianos: nuestra forma de vivir en la fe y en la caridad se convierte en un
hablar de Dios en el hoy, ya que muestra, con una existencia vivida en Cristo, la
credibilidad y el realismo de lo que decimos con las palabras, porque no son solo
palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. Y en esto hay que
tener cuidado para saber leer los signos de los tiempos de nuestra época, es decir,
identificar el potencial, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura
contemporánea, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia,
la sensibilidad para salvaguardar la creación, y comunicar sin miedo la respuesta
que ofrece la fe en Dios. El Año de la Fe es una oportunidad para descubrir, con la
fantasía animada por el Espíritu Santo, nuevos caminos a nivel personal y comunitario,
a fin de que en todas partes la fuerza el Evangelio sea la sabiduría de la vida y
la orientación existencial.
También en nuestro tiempo, un lugar especial
para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas
generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros
de Dios (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 11;.. Decr Apostolicam actuositatem,
11), llamados a redescubrir su misión, asumiéndose la responsabilidad en la educación,
en abrir la conciencia de los pequeños al amor de Dios como un servicio esencial para
sus vidas, siendo los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos.
Y
en esta tarea es importante ante todo la vigilancia, que significa saber aprovechar
las oportunidades favorables para introducir en la familia el discurso de la fe y
para hacer madurar una reflexión crítica respecto a las muchas influencias a las que
están sometidos los hijos. Esta atención de los padres es también sensibilidad en
el reconocimiento de las posibles preguntas religiosas que se hacen mentalmente los
niños, a veces, evidentes a veces ocultas. Después está la alegría: la comunicación
de la fe siempre debe tener un tono de alegría. Es la alegría de la Pascua, que no
calla u oculta la realidad del dolor, del sufrimiento, la fatiga, las dificultades,
la incomprensión y la muerte misma, sino que puede ofrecer criterios para la interpretación
de todo, desde la perspectiva de la esperanza cristiana.
La vida buena
del Evangelio es esta nueva mirada, esta capacidad de ver con los mismos ojos de Dios
cada situación. Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender
que la fe no es una carga, sino una fuente de alegría profunda, es percibir la acción
de Dios, reconocer la presencia del bien, que no hace ruido, y proporciona valiosas
orientaciones para vivir bien la propia existencia. Por último, la capacidad de escucha
y de dialogo: la familia debe ser un ámbito donde se aprende a estar juntos, para
conciliar los conflictos en el diálogo mutuo, que está hecho de escucha y de palabra,
de entenderse y amarse, para ser signo, el uno para el otro, del amor misericordioso
de Dios.
Hablar de Dios, por lo tanto, significa comprender con la palabra
y con la vida que Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino que es el verdadero
garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Así volvemos al principio:
hablar de Dios es comunicar, con fuerza y sencillez, con la palabra y la vida, lo
que es esencial: el Dios de Jesucristo, el Dios que nos ha mostrado un amor tan grande,
de encarnarse, morir y resucitar por nosotros; ese Dios que nos invita a seguirlo
y dejarnos transformar por su amor inmenso para renovar nuestra vida y nuestras relaciones;
el Dios que nos ha dado a la Iglesia, para caminar juntos y, a través de la Palabra
y los Sacramentos, renovar la entera Ciudad de los hombres, para que pueda llegar
a ser la Ciudad de Dios.