2012-11-23 17:10:36

Responder con paz a la violencia: Card. Turkson


(RV).- En Granada, España, del 22 al 24 de noviembre se realizó el IX Congreso titulado “Persecución y martirio a causa de la fe y del compromiso con el Evangelio”, en la facultad de Teología de Granada, promovido por la Asociación del Laicado Trinitario de España, en el que participó el Cardenal Peter K.A. Turkson, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, y a quien se le asignó el tema “La libertad religiosa, derecho fundamental como camino para la paz”. El purpurado en su disertación recuerda que si bien los cristianos constituyen el grupo religioso más perseguido en el mundo, siguen haciéndose promotores de un mensaje de paz, para responder con paz a la violencia.

A continuación el texto con la prolusión del Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson:


IX Congreso Trinitario Internacional “Granada 2012”,
«Persecución y martirio a causa de la fe y del compromiso con el Evangelio»
LA LIBERTAD RELIGIOSA, DERECHO FUNDAMENTAL,
COMO CAMINO PARA LA PAZ
Jueves 22 de noviembre de 2012
Saludos
Porto conmigo los saludos y los mejores deseos en la oración del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Confío en que vuestras jornadas aquí, reflexionando sobre el importante tema Persecución y martirio a causa de la fe y del compromiso con el Evangelio.


    Introducción/conexión con el tema general del Congreso

El titulo que me ha sido asignado, La libertad religiosa, derecho fundamental, como camino para la paz, trae a la memoria, inmediatamente, el Concilio Vaticano II y la formidable declaración Dignitatis humanae. Asi, quiero desarrollar, en el espíritu del aniversario del Concilio, una clave de lectura del tema de este Congreso en términos de encuentro de la Iglesia con el mundo.
En este sentido, este título traduce en términos históricos y doctrinales el titulo general del Congreso según una clave de lectura que cada día buscamos realizar en el Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz.
El fin principal de mi intervención es animar la acción y la inspiración de la solidaridad trinitaria en comunión con nuestros hermanos perseguidos en cualquier parte del mundo.


    Conexión con el fundador, san Juan de Mata (1154-1213) e introducción a los temas

El diálogo entre las religiones y el ecumenismo son dos aspectos decisivos de la Iglesia de nuestro tiempo, aunque no son conceptos nuevos para ella. La Orden Trinitaria es antiquísima. Su fundador, San Juan de Mata (1154-1213) dedicó toda su existencia a la liberación y al auxilio de las almas oprimidas por la esclavitud del espíritu y del cuerpo a causa de la fe. Situación presente aun en nuestros días – en el tercer milenio-, en los que la humanidad no ha superado todavía, por desgracia, la abominación de la persecución y de la opresión del hombre por el hombre.
Las noticias internacionales cada día, presentan una situación vasta y dolorosa al respecto, realidad aun más dolorosa cuando se tiene noticia de atentados y delitos sanguinarios efectuados contra pacíficas comunidades reunidas en oración.
Recuerdo, al respecto, un pasaje muy significativo del discurso de Benedicto XVI, dirigido al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede en el 2011: «La paz se construye y se conserva solamente cuando el hombre puede libremente buscar y servir a Dios en su corazón, en su vida y en sus relaciones con los demás».
He aquí el núcleo de la cuestión: la relación entre la libertad religiosa y la paz. La libertad religiosa constituye parte fundamental de la dignidad de la persona humana, y esto no sólo para los cristianos, sino para toda la humanidad, porque esta libertad establece el derecho de cada uno de buscar a Dios según las propias posibilidades y en comunión con él y con los hermanos.
En este sentido, la libertad religiosa está estrechamente vinculada a la libertad de conciencia y constituye el fundamento de todas las libertades del hombre, también en el plano histórico.
La Orden trinitaria se inspira en este derecho fundamental, siguiendo el modelo luminoso de su fundador, Juan de Mata, que de teólogo en París, de ser hombre de doctrina, pasó a ser también constructor de paz, constructor de libertad religiosa, vistiendo el hábito sacerdotal y fundando la Orden de la Santísima Trinidad.


    El desarrollo de los principios de los derechos humanos

Permítanme comenzar, haciendo brevemente memoria de la reciente articulación de los derechos humanos.
Sabemos que los conceptos de derechos humanos se desarrollaron a lo largo de muchos siglos, por no decir milenios, y parte de dicho desarrollo lo constituyen los principios de libertad de conciencia y de expresión. Una de las manifestaciones de la libertad de conciencia es la libertad de culto, de profesar la propia religión. Es este uno de los pilares de todas las libertades humanas. Como es natural, las libertades humanas han sido a menudo objeto de disputas, de negaciones y de restricciones. Dichas libertades, padecieron el culmen del abuso en lo tiempos que consintieron la esclavitud y también han sido prácticamente eliminadas durante los genocidios que la historia de la humanidad ha experimentado. Por ello fue cobrando fuerza la idea de la urgente necesidad de dar a estas libertades una expresión formal y una implementación práctica.
Más cercano a nuestro momento actual, recordamos el intenso deseo de paz experimentado al final de la Segunda Guerra Mundial. Las Naciones Unidas proclamaron su Declaración Universal de los Derechos Humanos (UDHR) en diciembre de 1948. Y en el preámbulo, en la primera frase de la Declaración, encontramos la relación directa entre la paz, los derechos humanos y el reconocimiento de la dignidad intrínseca de todos los miembros de la familia humana: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”
Más aun, los Estados Miembros proclamaban esta Declaración Universal “como ideal común por el que todos los pueblos y naciones…,” con la esperanza de que cada uno y todos los órganos de la sociedad promuevan el respeto por los derechos y las libertades en ella contenidos. El respeto debería significar esfuerzos locales e internacionales para asegurar su efectivo y universal reconocimiento y observancia de esos derechos y libertades.
Otra gran proclamación de Naciones Unidas llegó en 1968. El Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos (ICCPR) afirmaba que nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección. Más aun, la libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger el orden, la seguridad, la salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás. Llamaba además a todos los Estados Partes a que se comprometieran a respetar la libertad de los padres para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. El ICCPR afirmaba además el derecho de las minorías a profesar y practicar su propia religión.
Recordemos ahora algunas características cruciales de los derechos humanos fundamentales. Estos derechos son universales, porque están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Son inviolables, en cuanto inherentes a la persona humana y a su dignidad y porque sería vano proclamar los derechos, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea. Por último, estos derechos son inalienables, porque nadie puede privar legítimamente de ellos a uno solo de sus semejantes, sea quien sea, porque iría contra su propia naturaleza.


    Libertad religiosa y doctrina / Libertad religiosa y dignidad del hombre/ MGMP 2010

La libertad religiosa es un pilar de la Doctrina Social de la Iglesia. Como elemento fundamental e irrenunciable de la dignidad humana, constituye una piedra angular para la construcción de la justicia en este mundo. La Iglesia sostiene que la fuente última de los derechos humanos se encuentra en la persona humana y en Dios su Creador. En palabras del filósofo Jacques Maritain: “El valor de la persona, su libertad, sus derechos, surgen precisamente del orden de los cosas naturalmente sagradas que llevan consigo la huella del Padre del Ser y que tienen en él la finalidad de ese movimiento. Una persona posee una dignidad absoluta porque está en una relación directa con el Absoluto, el único en el que puede hallar su plena realización.” Los derechos humanos surgen de nuestra dignidad al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y nos vienen dados en la naturaleza humana. No son producidos por el Estado o por los poderes públicos. No son el producto de un voto o de un consenso, como tampoco el ser humano está sometido a un voto. He aquí la razón fundamental por la cual Benedicto XVI exhorta continuamente a los cristianos a hacerse constructores, promotores de la libertad de religión, ya sea donde los cristianos constituyen la mayoría religiosa de la población, ya sea donde éstos se encuentran en condición de minoría, y también donde se encuentran en situación de persecución atroz (situación por desgracia cada vez más frecuente).
Todos reconocemos las tensiones religiosas presentes en Europa y en otras regiones del mundo. Un centro de investigación norteamericano muestra que se ha desarrollado un aumento general de las hostilidades sociales de matriz religiosa entre 2007 y 2011 en cuatro países que ha examinado (Reino Unido, Francia, Alemania e Italia), pero señala también que solamente se ha presentado un leve aumento en restricciones impuestas por los gobiernos. Es este un elemento positivo, y la investigación concluye diciendo que: cuanto más una nación protege la libertad religiosa para todos, menos alto será el nivel de las hostilidades sociales con base en la religión. La investigación muestra también que esas hostilidades son más pronunciadas en algunas regiones, y sobre todo en algunas zonas de Asia y de África. A finales de octubre de este año, por ejemplo, “un atacante suicida hizo estallar un jeep cargado de explosivos contra una iglesia católica repleta de gente, en Aduna, al Norte de Nigeria, matando al menos a ocho personas e hiriendo a más de cien.” De acuerdo al reportero de The Telegraph “, la tragedia llevaba la impronta de numerosos ataques similares llevados a cabo por Boko Haram (que se podría traducir como ‘la educación occidental es pecado’), un grupo militante particularmente sanguinario. Otros puntos conflictivos notables se han presentado en Egipto, donde cerca de 600.000 coptos… han emigrado desde la década de los 80’s ante el acoso constante o la opresión absoluta.” El título de este artículo que dice mucho sobre la situación es: “Cristianos perseguidos en el mundo entero”.
Por ejemplo, a inicios de este mes de noviembre, en un artículo de la revista semanal American Catholic se leían estas observaciones:
El Padre McCulloch observa que los mayores problemas que se les plantean hoy en día a los cristianos en Pakistán surgen de “una discriminación continua basada en la religión” y “en la siempre presente amenaza de abuso o mal uso de la leyes contra la blasfemia.” Cree que “el mismo hablar de minoría y de mayoría” en realidad “marginaliza a los cristianos en su propio país” y afirma que “los programas de estudios y los libros de texto promueven un clima de intolerancia” que es “ofensivo” e “insulta” a los jóvenes cristianos e hindúes en la escuela.
En el Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz del 2010, el Santo Padre Benedicto XVI ha señalado que la naturaleza transcendente de la persona humana – en cuya dignidad hunde sus raíces el derecho a la libertad religiosa- «no debe ser ignorada y descuidada. Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Por esto cada persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual».
Así, si el derecho fundamental a la libertad religiosa reside en la dignidad de la persona humana, este es inherente a todos los hombres, también a aquellos que profesan un credo distinto del nuestro o a aquellos que no profesan un credo religioso. Y – como elemento fundamental - este reconocimiento no se encuadra sólo en el ámbito de los acuerdos políticos o jurídicos, sino que constituye, a pleno título, un deber moral, por lo que constituye también una cuestión de justicia universal.
Cuando la libertad religiosa es reconocida por la ley positiva, por la cultura y por la mentalidad, la dignidad de la persona humana es respetada desde la raíz, reforzando el ethos y las instituciones de los pueblos. Viceversa, cuando esta es conculcada y negada, se ofende la dignidad humana y, al mismo tiempo, la justicia y la paz se ven amenazadas.
En este sentido, la libertad religiosa constituye un fundamento del bien común, otra categoría central de la Doctrina Social de la Iglesia.
Efectivamente, el bien común incluye la libertad religiosa en el sentido de que ésta expresa la dimensión transcendental (y no sólo inmanente) de la persona humana. El bien común – se lee en la Gaudium et Spes- es «el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten tanto a los grupos como a los individuos de poder alcanzar la propia perfección más plenamente y más expeditamente». Así, si en las relaciones humanas y en la sociedad, el hombre es golpeado en su dignidad, entonces no puede existir ni una expresión plena de la naturaleza del hombre ni un recto orden social. He aquí la razón fundamental por la cual el ordenamiento jurídico internacional reconoce a los derechos de naturaleza religiosa el mismo status del derecho a la vida y a la libertad personal.
Esto confirma su neta pertenencia a los derechos fundamentales, es decir, a aquellos derechos naturales y universales que ninguna ley positiva, es decir, humana, podrá nunca negar.
A propósito, se lee en la Dignitatis humanae: «el poder civil debe proveer para que la igualdad jurídica de los ciudadanos, que también pertenece al bien común de la sociedad, no resulte nunca dañada por motivos religiosos, abiertamente o de forma oculta, y que no se haga discriminación entre ellos». De ello deriva «que no está permitido al poder público imponer a los ciudadanos con la violencia o con el temor o con otros medios la profesión de una religión cualquiera, y tampoco su negación».


    Benedicto XVI / La Caritas in veritate/ La religión en el espacio público/ La relación

Las extensas proyecciones del concepto de libertad religiosa, nos sitúan frente a una de las cuestiones más importantes y difíciles de nuestro tiempo: la de la convivencia libre y pacífica entre las diversas culturas y religiones, y su respectivo rol en el espacio público.
En este contexto, quisiera recordar casi en su integridad, un texto fundamental presente en el capítulo V de la Caritas in veritate, dedicado a la Colaboración de la familia humana. Escribe Benedicto XVI: «La religión cristiana y las otras religiones pueden dar su aportación al desarrollo sólo si Dios encuentra un lugar en la esfera pública (…). La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a obrar para que las verdades de la fe informen también la vida pública, trae consigo consecuencias negativas para el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, como también el fundamentalismo religioso, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política asume un rostro opresor y agresivo. Los derechos humanos corren el riesgo de no ser respetados, o porque son privados de su fundamento transcendente o porque no es reconocida la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una colaboración provechosa entre la razón y la fe religiosa».
Pues bien, en estas densísimas líneas, Benedicto XVI define la conexión central y frecuentemente dramática que subsiste entre libertad religiosa y religión en el espacio público.
La libertad religiosa, efectivamente, no debe ser solamente tutelada a nivel jurídico como libertad del individuo, a ejercer sólo en su corazón o en su vida privada, sino que debe ser afrontada y entendida necesariamente también en su dimensión exterior, en su dimensión pública.
Así como la persona se define como individuo en relación, así también la libertad religiosa – cuyo punto de partida es el individuo- no se realiza si no es en comunión con los demás. Toda libertad, por lo demás, no llega a su cumplimiento si no es en relación con los demás. La idea de relación, efectivamente, constituye el núcleo del cristianismo como relación del hombre con Dios, a través de la Encarnación y la Cruz, y relación entre los hermanos, y representa uno de los quicios del pontificado de Benedicto XVI.
Así, si la libertad religiosa non es entendida también en su dimensión pública, el desarrollo de toda la sociedad resulta mutilado porque está privado de la contribución de la religión en el discurso público y en la inspiración cultural y social.
Fundamental, en este sentido, es aclarar que la libertad religiosa en el espacio público, es decir la defensa y valorización de la religión en el espacio público, no constituye una instancia teocrática o hierocrática, sino una garantía para la libertad de todos, para la definición del bien común y, en todo caso, para la búsqueda del bien común en condiciones sociales de seguridad y paz.
Cada uno de nosotros tiene el derecho a buscar la verdad según sus propias convicciones, experiencia e ideas. Y, a nivel de búsqueda religiosa, si la persona no es reconocida como ser espiritual en su tensión hacia la trascendencia, «la persona humana se repliega sobre sí misma, no logra encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni a conquistar valores y principios éticos perdurables, y no logra ni siquiera experimentar una libertad auténtica ni desarrollar una sociedad justa». Así, en resumen podemos reafirmar que, sin esta libertad la persona no gozaría de la paz: paz consigo mismo y paz con los hermanos. Y es esta la razón por la cual, en primer lugar, los jerarcas de las religiones han de ser los principales artífices y promotores de la defensa de la libertad religiosa de todo ser humano, en un contexto de diálogo, respeto, garantía y paz entre ellos, en todas las regiones del mundo.
De aquí, la ulterior proyección de la libertad religiosa, que la vincula a un concepto de laicidad muy apreciado por Benedicto XVI y por todos nosotros, que en el respeto del pluralismo y de las libertades, valora la religión en el espacio público, disponiendo a todos a dialogar y a convivir en el reconocimiento – que es más que la simple tolerancia- con la diversidad de fe y de culturas que el progreso de la sociedad interreligiosa e intercultural presenta cada vez más.


    Liberación-cristianismo / Dignitatis Humanae/ Casos de persecución

En la Carta a los Gálatas, san Pablo dice: «Hermanos, Cristo nos ha liberado para la libertad. Perseverad, por tanto y no os dejéis imponer de nuevo el yugo de la esclavitud. Vosotros, hermanos, habéis sido llamados para vivir en libertadۛ».
Pues bien, nosotros hemos sido llamados a la libertad. «Si permanecéis fieles a mi palabra – dice Cristo- seréis verdaderamente discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
La libertad del hombre proviene de Dios que nos ha amado hasta llegar a sacrificar su vida por nosotros. Así, el amor de Cristo es para nosotros fuente de liberación. Sin este amor, sin este alimento, permanecemos esclavos de alimentos ilusorios.
La libertad es para nosotros, los cristianos, el primer don recibido de Dios, porque nos hace iguales, como hijos, ante el Padre. La libertad de cada uno de nosotros es el primer sostén de nuestra fe, porque nos hace comprender el sentido de la responsabilidad en esta vida: responsabilidad hacia nosotros mismos, hacia nuestros hermanos y hacia el Señor.
La libertad religiosa, que en la historia se ha constituido como fundamento de todas las libertades – en primer lugar, de la libertad de conciencia y de expresión - tiene para nosotros un valor de importancia capital. Tenemos que mucho vigilar sobre ella, porque en su relación con la historia (es decir, con el siglo, con la política) está expuesta a instrumentalizaciones, partidismos, abusos, negaciones. Nace aquí la pregunta sobre qué especificaciones jurídicas dar a esta libertad: una cuestión ampliamente debatida en torno a la declaración conciliar Dignitatis Humanae, el último y quizás el más discutido de los documentos aprobados por el Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, es decir, un siglo después de la encíclica Quanta cura y del Sillabo.
En la Dignitatis Humanae se distingue el primado de la conciencia y la no competencia del Estado en materia de religión: «los actos religiosos con que los hombres, partiendo de su íntima convicción, se relacionan privada y públicamente con Dios, trascienden por su naturaleza el orden terrestre y temporal. Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia si pretende dirigir o impedir los actos religiosos».
El tema de la libertad religiosa se mueve a menudo en un ámbito sutil y arriesgado, especialmente si se afronta en territorios donde se es mayoría religiosa o minoría religiosa. En ambos casos se está expuesto a instrumentalizaciones políticas e ideológicas. Por ello, a ejemplo del fundador San Juan de Mata, a partir del Evangelio, debemos mantenernos firmes en su inspiración donde quiera que estemos, porque es el Evangelio el que nos da la más sólida lectura de este argumento. [Jesús se proclamó a sí mismo como camino, verdad y vida (Juan 4,16); enseñó cómo vivir para alcanzar la salvación. Sin embargo, no obligó a nadie a seguir sus preceptos; aceptó que algunos se alejaran de Él porque no querían aceptar los cambios necesarios en sus vidas (Mt 19,16-30; Mc 10,17-31; Lc 18,18-30). En esos encuentros, la libertad religiosa del joven rico fue fundamental para Jesús]. ¿Por qué? En primer lugar, porque nos hace comprender la sacralidad de la libertad del hombre y la consiguiente declinación, en términos de derechos inviolables en la historia: derechos de todos los hombres en cuanto hombres. La Dignitatis humanae también en esto es formidable: enunciando la supremacía de la conciencia y, por tanto, de la libertad de conciencia, pone un escudo como protección de ésta para cada hombre en su búsqueda vital. La supremacía de la conciencia, por tanto, sobre toda autoridad, constituye para cada uno un irrenunciable e inalienable principio de libertad y de responsabilidad: «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres»; « ¿es justo ante Dios obedeceros a vosotros antes que a Dios?».
Por tanto, ¿por qué conculcar la «ley de la libertad»? La libertad religiosa es un derecho inviolable que, en cuanto tal, obliga a cada uno de nosotros al respeto hacia aquello en lo que el otro cree, donde quiera que se encuentre.
Os propongo estas rápidas y significativas declaraciones entresacadas de la Dignitatis Humanae: los hombres pueden y deben obrar «movidos por la conciencia del deber y no empujados por medidas coercitivas», tienen derecho a la «inmunidad de la coerción exterior»; «los seres humanos deber ser inmunes a la coerción por parte de individuos, de grupos sociales y de cualquier poder humano». Tienen «derecho a la inmunidad de la coerción exterior en materia religiosa»; «la persona, en la sociedad, debe ser inmune a toda coerción humana en materia religiosa».
Como nos lo ha indicado el Papa Benedicto XVI en su reciente viaje apostólico al Líbano, para seguir defendiendo el derecho a la libertad religiosa, es necesario mantenerla libre también de dos tendencias que se oponen hoy en día y que son contrarias a la libertad de religión. Son las formas extremas y negativas de la secularización, y el violento fundamentalismo que aduce tener como base la religión.
El Santo Padre condena el secularismo que quiere reducir la religión a un asunto puramente privado, y que considera el culto personal o familiar como algo separado de la vida de cada día, de la ética y de la relación con los demás. Además, el secularismo niega a los ciudadanos el derecho de expresar abiertamente su religión, cediendo al Estado sobre la libertad de expresión. Por contraste, la secularidad es una orientación positiva. Libera la religión de las trabas de una política auto-interesada que a veces es poco compatible, por no decir antitética, con la creencia religiosa.
El otro problema es el fundamentalismo en sus formas extremas. El Santo Padre explica cómo el fenómeno surge de la inestabilidad económica y política, de la prontitud de algunos a manipular a otros, y de una comprensión defectuosa de la religión. El extremismo fundamentalista aflige a todas las comunidades religiosas y niega la antigua tradición de coexistencia, porque quiere obtener poder, en ocasiones de forma violenta, sobre la conciencia individual, y sobre la religión misma, por razones políticas. Sigue “una lógica opuesta a la lógica divina, dicho con otras palabras, no enseñando y practicando el amor y el respeto por la libertad, sino más bien enseñando y practicando la intolerancia y la violencia." Esto no es religión, sino una falsificación de la religión, porque va en contra de la esencia de la religión que busca reconciliar y crear la paz de Dios en el mundo entero. Al respecto, las religiones llaman a purificar la religión de esas tentaciones y a iluminar y purificar las conciencias. Todas las personas están llamadas a respetar en el otro su propia alteridad y, en esa alteridad, la esencia que realmente tenemos en común al estar hechos/as a imagen de Dios. Estamos llamados a tratar al otro como una imagen de Dios. El mensaje esencial de la religión es contra la violencia, que es además la falsificación de la misma, y debe ser la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para que sean capaces de diálogo, de reconciliación y de paz.
En este sentido, quien busca y tutela la libertad religiosa se hace artífice de paz. ¡Las persecuciones que, en el mundo, llenan de horror nuestro tiempo, tienen que acabarse! Así, exhorto y animo a los Padres Trinitarios para que perseveren en su continuo y precioso esfuerzo a favor de la defensa pacífica y concreta de las minorías perseguidas y ofendidas; ojalá que, como sucedió con los primeros cristianos, la sangre de los mártires fecunde la tierra para que todos los hombres vivan de una manera más justa y respetuosa de la sacralidad de la vida de cada persona.


    Conclusión

Por último, al hablar de la libertad religiosa, que es la fuente y la síntesis de todos los derechos humanos, no podemos no recordar que la aportación de una verdadera creencia religiosa, nos señala lo que hay más allá de los aspectos prácticos, hacia el trascendente; y nos recuerda la posibilidad y el imperativo de la conversión moral de todas las personas, del deber de vivir en paz con nuestros vecinos, de la importancia de vivir una vida íntegra. Dicho con las acertadas palabras de Jürgen Habermas, “Entre las sociedades modernas, solamente las que son capaces de introducir en el contexto secular los contenidos esenciales que apuntan más allá de lo meramente humano, serán capaces de rescatar la sustancia de lo humano.” Si se entiende bien, la creencia religiosa aporta luces, purifica nuestros corazones e inspira acciones nobles y generosas en beneficio de toda la familia humana; y nos motiva a que cultivemos la práctica de la virtud y a amarnos los unos a los otros.
Los cristianos, que hoy constituyen el grupo religioso más perseguido en el mundo, en la primera línea deberán seguir haciéndose promotores de un mensaje de paz, para responder con la paz a la violencia, con el diálogo al abuso, con el amor al perjuicio y a la prevaricación; con el espíritu de apertura y de reciprocidad, a la desconfianza. En esto, tanto ellos, como los oprimidos no cristianos, tendrán siempre el auxilio de la Santa Sede que, en cualquier contexto, no cesará nunca de levantar su voz de condena hacia toda persecución y todo abuso del hombre sobre el hombre.
Muchas gracias
Cardenal Peter K.A. Turkson
Presidente








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