(RV).- (Con audio) De guardia en la
puerta de la fría ciudad francesa de Amiéns, un soldado romano se compadece del mendigo
que agoniza de frío y desenvaina su espada, no para matarlo y acabar así con su sufrimiento
–como sí hace hoy el imperio con su dictadura y sus transnacionales-. Desenvaina su
espada para partir en dos su propia capa abrigada de soldado y compartirla con el
pobre. Por la noche este soldado ve a Jesús que dice: “Este es Martín que me abrigó
con su capa”.
Después de dedicarse a la oración en el desierto y hacerse
famoso por sus milagros en vida, Martín fue elegido por el pueblo obispo de Tours.
Es el patrono de los mendigos.
Trecientos años antes, Jesús de Nazaret
va al templo de Jerusalén y observa a los ricos y suntuosos fariseos que ocupan los
asientos más importantes y, para hacerse ver, ofrecen ostentosamente lo que les sobra.
Mientras que una pobre viuda deja apenas dos moneditas que no llegan al peso en el
lugar de la limosna. Jesús, que ve por fuera y por dentro la acción y la intención
de cada uno, enseña a sus discípulos que los primeros serán condenados y que vale
más la ofrenda de la viuda pobre porque entregó todo lo que tenía para vivir.
Sobre
esta mujer y aquella que ofrece todo lo tiene al profeta Elías, dijo el Papa Benedicto
el domingo: “el gesto… nos lleva a reconocer el valor fundamental que tiene la entrega
completa de la propia vida al Señor y al prójimo. …lo dan todo, se dan a sí mismas,
y se ponen en las manos de Dios por el bien de los demás. Que estos elocuentes ejemplos
de desprendimiento y confianza sin límites en la Providencia divina iluminen cada
día nuestro seguimiento de Cristo.