(RV).-Este miércoles la Plaza de San Pedro volvió a ser escenario de la audiencia
semanal del Papa. Ante miles de fieles Benedicto XVI continuó reflexionando sobre
la fe católica. «La fe es un don, porque es Dios quien toma la iniciativa de venir
a nosotros, y es una respuesta con la cual lo recibimos como verdad y cimiento estable
de nuestra vida. Es un don que transforma la vida, porque nos hace penetrar en la
misma visión de Jesús, que obra en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás»,
dijo el Papa. Escuchemos su saludo en nuestro idioma (Audio): Palabras en
Español del Santo Padre: Queridos hermanos y hermanas: Continuamos nuestra
meditación sobre la fe católica partiendo de algunas preguntas: ¿Tiene la fe sólo
un carácter personal, individual?, ¿me interesa sólo a mí?, ¿la vivo solo? La fe
es un acto eminentemente personal, es una experiencia íntima. Yo «creo», pero mi creer
no es el resultado de una reflexión solitaria, sino el fruto de una relación con Jesús,
en la que la fe me viene dada por Dios a través de la comunidad creyente que es la
Iglesia. La fe nace en la Iglesia, conduce a ella y en ella se vive. Tenemos necesidad
de la Iglesia para confirmar nuestra fe y hacer experiencia de los dones de Dios:
la Palabra, los sacramentos, la gracia y el testimonio del amor. Ella nos da la garantía
de que lo que creemos es el mensaje originario de Cristo, predicado por los Apóstoles.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Asociación
“Mensajeros de la Paz”, que están celebrando las bodas de oro de su fundación, invitándolos
a que, arraigados cada vez más en Cristo, continúen siendo heraldos de la misericordia
de Dios entre las personas más desprotegidas. Saludo también a los demás grupos provenientes
de España, Argentina, México y otros países latinoamericanos. En un mundo aparentemente
dominado por el individualismo, la fe nos llama a ser Iglesia, portadores del amor
de Dios para todo el género humano. Muchas gracias. (PY, RC-RV)
Texto
completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas,
Proseguimos
nuestro camino de meditación sobre la fe católica. La semana pasada he mostrado que
la fe es un don, porque es Dios quien toma la iniciativa de venir a nosotros, y es
una respuesta con la cual lo recibimos como verdad y cimiento estable de nuestra vida.
Es un don que transforma la vida, porque nos hace penetrar en la misma visión de Jesús,
que obra en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás.
Hoy me
gustaría dar un paso más en nuestra reflexión, empezando de nuevo con algunas preguntas:
¿la fe tiene un carácter sólo personal e individual? ¿Interesa sólo a mi persona?
¿Vivo mi fe por mi cuenta? Por supuesto, el acto de fe es un acto eminentemente personal,
que tiene lugar en lo más profundo de mi ser y que marca un cambio de dirección, una
conversión personal: es mi vida la que recibe un cambio de ruta. En la liturgia del
Bautismo, en el momento de las promesas, el celebrante pide manifestar la fe católica
y formula tres preguntas: «¿Creéis en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y
de la tierra?; ¿Creéis en Jesucristo? y, por último, ¿Creéis en el Espíritu Santo?
Antiguamente, estas preguntas se dirigían personalmente al que iba a recibir el Bautismo,
antes de sumergirse tres veces en el agua. Y aún hoy, la respuesta es en singular:
"Creo". Pero mi creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es producto
de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que
hay un escuchar, un recibir y una respuesta, es la acción de comunicar con Jesús
la que me hace salir de mi "yo", encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios
Padre. Es como un renacer, en el que me encuentro unido no sólo a Jesús, sino también
a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino, y este nuevo nacimiento,
que comienza con el Bautismo, continúa a lo largo de toda la vida. No puedo construir
mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque Dios me dona la fe a través
de una comunidad creyente, que es la Iglesia y me inserta en una multitud de creyentes,
en una comunión, que no es sólo sociológica, sino que tiene sus raíces en el amor
eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal, sólo si es comunitaria:
puede ser mi fe, sólo si vive y se mueve en el "nosotros" de la Iglesia, sólo si es
nuestra fe, la fe de la única Iglesia».
Los domingos, en la Santa
Misa, rezando el Credo, nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente
la única fe de la Iglesia. Ese "Creo", pronunciado de forma individual, nos une al
de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que cada uno contribuye, por
decirlo así, a una polifonía armoniosa en la fe. El Catecismo de la Iglesia Católica
lo resume claramente así: "Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede,
engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes.
"Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre" (San Cipriano
de Cartago – Catecismo de la Iglesia Católica n.181). La fe nace en la Iglesia, conduce
a ella y vive en ella. Esto es importante recordarlo.
En los comienzos
de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende con su poder sobre los
discípulos en el día de Pentecostés - como se relata en los Hechos de los Apóstoles
(cfr. 2, 1-13) - la Iglesia naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión
que le ha confiado el Señor Resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra
el Evangelio, la buena noticia del Reino de Dios, y guiar así a cada hombre al encuentro
con Él, a la fe que salva. Los Apóstoles superan todos los miedos al proclamar lo
que habían oído, visto, y experimentado personalmente con Jesús. Por el poder del
Espíritu Santo, comienzan a hablar lenguas nuevas, anunciando abiertamente el misterio
del que fueron testigos. Los Hechos de los Apóstoles nos narran luego el gran discurso
que Pedro pronuncia, precisamente, en el día de Pentecostés. Comienza con un pasaje
del profeta Joel (3, 1-5), refiriéndolo a Jesús, y proclamando el núcleo central de
la fe cristiana: Aquel que había beneficiado a todos, que había sido acreditado en
Dios con prodigios y grandes signos, ha sido clavado en la cruz y matado, pero Dios
lo ha resucitado de entre los muertos, constituyéndolo Señor y Cristo. Con Él entramos
en la salvación definitiva anunciada por los profetas y el que invoque su nombre será
salvado. (cfr. Hch 2,17-24). Al escuchar las palabras de Pedro, muchos se sienten
interpelados personalmente, se arrepienten de sus pecados y se hacen bautizar, recibiendo
el don del Espíritu Santo (cfr. Hch 2, 37-41).
Así comienza el camino
de la Iglesia, como comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio,
comunidad que es el Pueblo de Dios fundado sobre la nueva alianza, gracias a la sangre
de Cristo, y cuyos miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico,
sino que son hombres y mujeres provenientes de toda nación y cultura. Es un pueblo
‘católico’, que habla lenguas nuevas, universalmente abierto para acoger a todos,
más allá de todo confín, demoliendo todas las barreras – como afirma san Pablo: "Por
eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero,
esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos. "(Colosenses
3,11).
La Iglesia, por tanto, desde el principio, es el lugar
de la fe, el lugar de la transmisión de la fe, el lugar en el que, mediante el Bautismo,
estamos inmersos en el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo, que
nos libera de la esclavitud del pecado, nos da la libertad de hijos y nos lleva a
la comunión con el Dios Trinitario. Al mismo tiempo, estamos inmersos en la comunión
con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacados
de nuestro aislamiento. El Concilio Vaticano II lo recuerda: "Dios quiere salvar y
santificar a los hombres, no individualmente y sin ningún vínculo entre ellos, sino
que quiere hacer de ellos un pueblo, que Lo reconozca en la verdad y fielmente Lo
sirva" (Constitución dogmática Lumen gentium. , 9). Recordando aún la liturgia del
Bautismo, notamos que, en la conclusión de las promesas en las que expresamos la renuncia
al mal y repetimos "creo" a las verdades centrales de la fe, el celebrante dice: "Esta
es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de profesarla
en Cristo Jesús Señor nuestro. "La fe es la virtud teologal, es decir, dada por Dios,
pero transmitida por la Iglesia a lo largo de la historia. El mismo San Pablo, escribiendo
a los Corintios, afirma haber comunicado a ellos el Evangelio que a su vez también
él había recibido (cf. 1 Cor 15:3).
Hay una cadena ininterrumpida de
la vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebrar de los Sacramentos,
que llega hasta nosotros y que nosotros llamamos Tradición. Ella nos da la seguridad
de que lo que creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los Apóstoles.
El núcleo primordial del anuncio es el acontecimiento de la Muerte y Resurrección
del Señor, de donde mana todo el patrimonio de la fe. Dice el Concilio: "La predicación
apostólica, que se expresa de un modo especial en los libros inspirados, debía ser
entregada con sucesión continua hasta el fin de los tiempos". Constitución Dogmática.
Dei Verbum, 8). Por lo tanto, si la Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios,
la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente, para que los hombres
de todas las épocas tengan acceso a sus vastos recursos y puedan enriquecerse con
sus tesoros de gracia. Por eso la Iglesia, cito una vez más el Vaticano, "en su doctrina,
en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es y
todo lo que ella cree" (ibid.).
Por último, quisiera destacar que es
en la comunidad eclesial que la fe personal crece y madura. Es interesante observar
como en el Nuevo Testamento la palabra "santos" se refiere a los cristianos en su
conjunto, y ciertamente no todos tenían las cualidades para ser declarados santos
por la Iglesia. ¿Qué es lo que se quería indicar, con este término? El hecho de que
los que tenían y vivían la fe en Cristo resucitado estaban llamados a convertirse
en un punto de referencia para todos los demás, poniéndolos, así, en contacto con
la Persona y con el Mensaje de Jesús, que revela el rostro de Dios vivo. Esto vale
también para nosotros: un cristiano que se deja guiar y poco a poco configurar por
la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades,
se convierte como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz
y la transmite al mundo. El Beato Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris missio
afirma que "la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana,
da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones ¡La fe se refuerza donándola!
La
tendencia, hoy generalizada, de relegar la fe al ámbito privado contradice su propia
naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y experimentar
juntos los dones de Dios: su Palabra, los Sacramentos, el sostén de la gracia y el
testimonio del amor. Así nuestro "yo" en el "nosotros" de la Iglesia podrá percibirse,
al mismo tiempo, destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa:
la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre los hombres.
En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas,
haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Iglesia, portadores del amor
y de la comunión de Dios para toda la humanidad (cf. Constitución Pastoral. Gaudium
et Spes, 1).
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)