Domingo XXX (B) del Tiempo Ordinario - jesuita Guillermo Ortiz
(Audio):
Estanislao
expresa así su experiencia de desorientación interior: “Veo físicamente, pero yo mismo
me fui encegueciendo interiormente. Las pasiones, el no ponerme límites, el no escuchar
la conciencia, ni a los amigos, me hundió en el pozo cerrado y oscuro del mal. Sí
–insiste Estanislao-, se pierde la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo y se
termina completamente desorientado, como perdido en la noche más oscura, sin ninguna
luz, completamente ciego”. -Pero esto dramático, desesperante, no lo refieres con
tristeza –manifestó Laura. “Claro que es desesperante -le responde Estanislao-.
Pero te ayuda a caer en la cuenta de estar prisionero de la propia oscuridad interior
y de que no puedes salir sin ayuda. Hay gente camino hacia el abismo sin fondo, pero
que están distraídos, no les remuerde la conciencia. Eso es peor, porque así, ya no
hay salida ni regreso. Por eso relato mi experiencia con alegría. Gracias a Dios yo
encontré ayuda para salir de la oscuridad. Jamás terminaré de agradecerlo. Ahora estoy
bien y soy feliz.
Señor ¡Que vea! Muchos, distraídos en otras sensaciones,
no se dan cuenta de la propia situación de oscuridad interior. Y otros tienen vergüenza
de pedir ayuda. En el Evangelio aparece un hombre que entendió que tenía la oportunidad
de salir y se puso a gritar con todas sus fuerzas: “Jesús, ten piedad de mí”. Bartimeo,
el mendigo ciego, representa a los que están en una situación peor que la suya, la
oscuridad interior. Él es conciente de su necesidad y no tiene vergüenza de pedir
ayuda. Jesús se detiene, lo espera y le pregunta: “¿qué quieres que haga por ti?”,
“Señor, que vea” responde Bartimeo. En realidad, Bartimeo ve más allá de sus ojos
ciegos y percibe que cerca de él está la solución a su problema; el bien que desea.
No lo ciega interiormente la autocompasión, el resentimiento. Cuando encuentra a Jesús
de Nazaret, encuentra la compasión misma de Dios que quiere darme y darte siempre
una oportunidad. Y Jesús con su amor lo cura.
Pero ¿para qué quiere ver Bartimeo?
Bartimeo pasa de ciego a ver claramente el camino hacia la vida plena que Jesús ofrece.
Es un salto cualitativo. Son dos cosas distintas que debieran siempre estar juntas.
No es la simple capacidad física de ver. Es la capacidad espiritual de ver el sentido
y la verdadera orientación de su existencia; la capacidad de conocer a Jesús para
amarlo, seguirlo, servirlo en los hermanos. Después de ser curado de su ceguera, Bartimeo
sigue a Jesús por el camino. No se distrae en otras cosas. La luz de sus ojos es el
mismo Jesús que dice: “Yo soy la luz del mundo”. Es como decir: Yo puedo hacerte ver
la totalidad, la profundidad, el sentido de tu vida; aquello a lo que tú y yo estamos
llamados.
Señor Jesús, que vea. Que el encuentro contigo me permita ver claramente
la vida plena y feliz a la que estoy llamado. Que pueda ver lo que me ayuda a seguirte,
sirviendo a los hermanos.
Del Evangelio de san Marcos cap.10,46-52: En aquel
tiempo, después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos
y de una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo -un mendigo ciego– estaba sentado
junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar:
«¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara,
pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y
dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El
te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia
él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?. El le respondió: «Maestro,
que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó
a ver y lo siguió por el camino.