Creer es el encuentro con una Persona, que vive y nos transforma, el Papa en su catequesis
(RV).- (Con audio) La Plaza de San Pedro volvió a ser este miércoles escenario de
la catolicidad de la Iglesia, con miles de fieles y peregrinos de numerosos países
que se dieron cita para asistir a la audiencia general del Sucesor de Pedro, escuchar
su catequesis y recibir su bendición apostólica.
El Papa introdujo hoy un nuevo
ciclo de catequesis, que se desarrollará a lo largo de todo el Año de la fe que comenzó
el pasado día 11, interrumpiendo durante este período el dedicado a la escuela de
la oración.
Hablando en italiano Benedicto XVI explicó que el recuerdo de
los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II “es una ocasión importante
para volver a Dios, para profundizar y vivir con mayor valor la propia fe y para reforzar
la pertenencia a la Iglesia, “maestra de humanidad” que, mediante el anuncio de la
Palabra, la celebración de los Sacramentos y la obra de la caridad nos guía para encontrar
y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Al resumir estos conceptos
en nuestro idioma, el Papa dijo:
Queridos hermanos
y hermanas:
Hoy comienzo una serie de catequesis que busca profundizar
el tema de la fe para renovar la alegría de creer en Jesucristo y caminar tras sus
huellas. La Iglesia nos guía en este propósito por medio de la Palabra, los sacramentos
y una caridad activa. Creer no es el encuentro con una idea o un programa, sino con
una Persona, que vive y nos transforma al revelarnos nuestra verdadera identidad.
Creer no es algo extraño y lejano a nuestra vida, algo accesorio; al contario, la
fe en el Dios del amor, que se ha encarnado y ha muerto en la cruz por nuestra salvación,
nos presenta de forma clara que sólo en el amor encuentra el hombre su plenitud. En
cambio, todo lo que es contrario a ese amor lo destruye. Así, Dios ha querido revelarse
y mostrarnos su designio haciéndonos capaces de reconocerle presente en la historia,
con su Palabra y su obra. La Iglesia se hace portadora de este anuncio que contiene
la regla de la fe, a la que debemos mantenernos fieles. En el Credo está lo esencial
de esa fe, no sólo desde un punto de vista intelectual, sino, sobre todo, vivencial,
pues sobre esa base debemos fundar nuestra conducta, la vida moral, ya que la fe exige
nuestra conversión, por encima de todo relativismo y subjetivismo.
Como
es costumbre, Benedicto XVI saludó en diversos idiomas a los peregrinos presentes,
entre los cuales a los fieles de lengua árabe, por quienes el Papa reza y a quienes
les dijo que “Dios los bendiga”.
A los fieles procedentes de América Latina
y de España el Obispo de Roma los invitó a meditar el Credo con las siguientes palabras:
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
México, Panamá, Perú, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a
meditar el Credo para que, al vivir con entusiasmo sus exigencias, proclaméis que
la fe transforma el corazón. Muchas gracias.
Hablando en polaco, el Santo
Padre destacó que ayer, en el aniversario de la elección de Juan Pablo II a la Sede
de Pedro, lo hemos recordado como una gran guía en la fe, que introdujo a la Iglesia
en el tercer milenio. “Recordando su enseñanza –agregó– deseo que el Año de la fe
que estamos viviendo nos ayude a crecer en la fe y en el amor a Cristo, a fin de que
en nuestras elecciones y en nuestras acciones cotidianas nos dejemos conducir cada
vez más por el espíritu del Evangelio.
Y tras saludar a los diversos grupos
de fieles italianos, el Papa concluyó afirmando que reza a fin de que la bondad y
la misericordia del Señor consuelen la esperanza de los jóvenes, consoliden el sufrimiento
de los enfermos y confirmen el amor recíproco de los recién casados.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la catequesis de Benedicto
XVI:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera presentar
el nuevo ciclo de catequesis, que se desarrollará durante todo el Año de la Fe - que
acaba de empezar - y que interrumpe durante este período el ciclo dedicado a la escuela
de oración. Con la Carta apostólica Porta Fidei proclamé este Año especial, precisamente
para que la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único Salvador del
mundo, reavive la alegría de caminar por el camino que nos ha mostrado y testimonie
de forma concreta la fuerza transformadora de la fe.
La conmemoración
de los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II es una oportunidad importante
para volver a Dios, para profundizar y vivir con mayor valentía la propia fe, para
fortalecer la pertenencia a la Iglesia, "maestra de humanidad", que, a través de la
proclamación de la Palabra, la celebración de los Sacramentos y la obra de la caridad
nos guía para poder encontrar y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
No se trata del encuentro con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona
viva, que nos transforma profundamente, revelándonos nuestra verdadera identidad como
hijos de Dios.
El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas,
orientándolas, día a día, hacia una mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica
del amor. Tener fe en el Señor no es algo que abarca sólo nuestra inteligencia, el
área del conocimiento intelectual, sino que es un cambio que implica toda nuestra
vida, todo de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad,
emociones y relaciones humanas. Con la fe cambia realmente todo en nosotros y para
nosotros, y se revela claramente nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación
en la historia, el sentido de la vida, la alegría de ser peregrinos hacia la Patria
celestial.
Pero - nos preguntamos - ¿la fe es verdaderamente la
fuerza que transforma mi vida? ¿o es sólo uno de los elementos que forman parte de
la vida, sin ser el que es determinante y el que la abarca por completo? Con las catequesis
de este Año de la Fe, quisiéramos recorrer un camino para fortalecer o volver a encontrar
la alegría de la fe, comprendiendo que no es algo ajeno, desconectado de la vida concreta,
sino que es el alma de la misma. La fe en un Dios que es amor, y que se hizo cercano
al hombre, encarnándose y entregándose en la cruz para salvarnos y volvernos a abrir
las puertas del Cielo, indica de forma luminosa que sólo en el amor se encuentra la
plenitud del hombre.
Hoy en día, es necesario reiterarlo con claridad.
Al tiempo que las transformaciones culturales que se están realizando, muestran a
menudo tantas formas de barbarie, que pasan bajo el signo de "conquistas de la civilización":
la fe afirma que existe verdadera humanidad sólo en los lugares, en los gestos, en
los tiempos y en las formas en que el hombre está animado por el amor que viene de
Dios, se expresa como don y se manifiesta en relaciones llenas de amor, de compasión,
de atención y de servicio desinteresado a los demás. Donde hay dominación, afán de
poseer, explotación, mercantilización de los otros por el propio egoísmo, donde se
encuentra la arrogancia del yo encerrado en sí mismo, el hombre es empobrecido, degradado
y desfigurado. La fe cristiana, activa en la caridad y fortalecida en la esperanza,
no limita, sino humaniza la vida, aún más, la hace plenamente humana.
La
fe es acoger este mensaje transformador en nuestras vidas, es acoger la revelación
de Dios, que nos hace conocer quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus proyectos para
con nosotros. Por supuesto, el misterio de Dios queda siempre más allá de nuestros
conceptos y de nuestra razón, de nuestros ritos y oraciones. Sin embargo, con la revelación
es Dios mismo quien se ‘auto comunica’, se cuenta, se hace accesible. Y nosotros recibimos
la capacidad de escuchar su palabra y de recibir su verdad. He aquí, entonces, la
maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros - a través de la obra del Espíritu
Santo - las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo,
en su voluntad de manifestarse, de ponerse en contacto con nosotros, de hacerse presente
en nuestra historia, nos hace capaces de escucharlo y de acogerlo. San Pablo lo expresa
con alegría y gratitud: "Nosotros, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a
Dios, porque cuando recibieron la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron
no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa
en ustedes, los que creen" (1 Ts 2,13).
Dios se ha revelado en las
palabras y los hechos a través de una larga historia de amistad con el hombre, que
culmina en la Encarnación del Hijo de Dios y su Misterio de Muerte y Resurrección.
Dios no sólo se ha revelado en la historia de un pueblo, no sólo habló por medio de
los Profetas, sino que ha salido de su Cielo para entrar en la tierra de los hombres
como hombre, para que pudiéramos conocerlo y escucharlo. Y, desde Jerusalén, el anuncio
del Evangelio de la salvación se ha extendido hasta los confines de la tierra. La
Iglesia, que nació del costado de Cristo, se ha vuelto portadora de una nueva y sólida
esperanza: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, salvador del mundo, que está
sentado a la diestra del Padre, y es el juez de los vivos y los de muertos. Éste es
el kerigma, el anuncio central e impetuoso de la fe. Pero desde el principio, surgió
el problema de la "regla de la fe", es decir, la fidelidad de los creyentes a la verdad
del Evangelio, en la cual permanecer firmes, a la verdad salvífica sobre Dios y sobre
el hombre, para custodiarla y transmitirla. San Pablo escribe: "Por ella – la Buena
Noticia - son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario,
habrán creído en vano". (1 Cor 15,2).
Pero, ¿dónde encontramos la fórmula
esencial de la fe? ¿dónde encontramos las verdades que se nos han transmitido fielmente
y que son la luz para nuestra vida de cada día? La respuesta es simple: en el Credo,
en la Profesión de Fe o Símbolo de la Fe, nosotros nos volvemos a enlazar con el evento
originario de la Persona y de la Historia de Jesús de Nazaret, se vuelve concreto
lo que el Apóstol de los gentiles les decía a los cristianos de Corinto: " Les he
trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la
Escritura " (1 Cor 15, 3).
También hoy tenemos la necesidad de que el
Credo se conozca, se comprenda y se rece mejor. Sobre todo, es importante que el Credo
sea, por decirlo así ‘reconocido”. En efecto, conocer podría ser una acción sólo intelectual,
mientras que "reconocer" quiere decir la necesidad de descubrir la profunda conexión
que hay entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra vida cotidiana, para
que estas verdades sean real y efectivamente - como siempre fueron - luz para los
pasos de nuestra vida, agua que riega nuestro camino árido y sediento, vida que vence
algunos desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del
cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación.
No
fue una casualidad que el Beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia
Católica, norma segura para la enseñanza de la fe y fuente certera para una catequesis
renovada, se fundara en el Credo. Se quiso confirmar y custodiar este núcleo central
de las verdades de la fe, presentándolo en un lenguaje más inteligible a los hombres
de nuestro tiempo, a nosotros. Es un deber de la Iglesia transmitir la fe, comunicar
el Evangelio, para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones
culturales, y los cristianos sean capaces de dar cuenta de la esperanza que brindan
(cfr. 1 Pe 3, 14). Hoy en día vivimos en una sociedad profundamente cambiada, incluso
en comparación con el pasado reciente y en constante movimiento. Los procesos de secularización
y de una mentalidad nihilista en la que todo es relativo, han marcado fuertemente
la mentalidad común. De este modo, la vida es vivida con frecuencia a la ligera, sin
ideales claros y esperanzas sólidas, en el marco de lazos sociales y familiares ‘líquidos’
y provisionales. En particular, no se educa a las generaciones más jóvenes a la búsqueda
de la verdad y el sentido profundo de la existencia, que supera lo contingente, a
la estabilidad de los afectos, a la confianza. Por el contrario, el relativismo lleva
a no tener puntos fijos, la sospecha y lo voluble causan rupturas en las relaciones
humanas, al tiempo que la vida se vive en experimentos que duran poco, sin asumirse
responsabilidad alguna. Si el individualismo y el relativismo parecen dominar el espíritu
de tantos contemporáneos, no podemos decir que los creyentes queden totalmente inmunes
ante estos peligros, con los que nos enfrentamos en la transmisión de la fe. La encuesta
promovida en todos los continentes, para la celebración del Sínodo de los Obispos
sobre la Nueva Evangelización, ha puesto de relieve algunos: una fe vivida de forma
pasiva y privada, el rechazo de la educación en la fe, la brecha entre vida y fe.
A
menudo, el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central de su fe católica, del
Credo, y de este modo deja espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso,
sin claridad sobre las verdades en las cuales creer y sobre la singularidad salvífica
del cristianismo. No está tan lejos hoy el riesgo de construirse, por así decirlo,
una religión "hecha por sí mismos". En cambio, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo,
debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar con mayor profundidad
en nuestras conciencias y nuestra vida de cada día.
En las catequesis
de este Año de la Fe, quisiera ofrecer una ayuda para cumplir este camino, para retomar
y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el hombre, sobre la
Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre
las declaraciones del Credo. Y quisiera que fuera claro que estos contenidos o verdades
de la fe se enlazan directamente con nuestras vivencias; requieren una conversión
de la existencia, que da vida a una nueva forma de creer en Dios (fides qua). Conocer
a Dios, encontrarlo, profundizar los rasgos de su rostro pone en juego nuestra vida,
porque Él entra en los dinamismos profundos del ser humano.
Que el camino
que cumpliremos este año pueda hacernos crecer a todos en la fe y en el amor de Cristo,
para que podamos aprender a vivir - en las opciones y acciones diarias – la vida buena
y bella del Evangelio. Gracias