(RV).- (Audio) En Dios no hay orgullo,
mientras en nosotros los hombres, el orgullo está íntimamente enraizado y requiere
constante vigilancia y purificación. Lo dijo el Papa a la hora del ángelus dominical,
del pasado 23 de septiembre que rezó junto a más de cuatro mil fieles en Castel Gandolfo.
Benedicto XVI subrayó la "profunda distancia interior" entre Jesús y los discípulos,
que discuten sobre quién entre ellos es el más grande, mientras Cristo predice que
será rechazado y se le dará muerte.
Nosotros, que somos pequeños, aspiramos
a aparecer grandes, a ser los primeros, mientras Dios, que realmente es grande, no
teme abajarse y hacerse último. Por esto, concluyó el Papa, "seguir al Señor requiere
siempre del hombre una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir".
El
Evangelio de hoy nos habla de una actitud central del cristiano, que debe aprender
constantemente de Cristo: no ambicionar el poder y la importancia humana, sino ponerse
al servicio de los demás. El poder de Dios se manifiesta precisamente en la humildad,
en dejarle a Él como único Omnipotente.
(Audio) Al celebrar el miércoles
26 de septiembre en la Plaza de San Pedro la tradicional audiencia general, Benedicto
XVI reanudó su catequesis sobre la oración. En este caso el Papa recordó que “la liturgia
es un lugar privilegiado de encuentro con Dios”, como si se tratara de un diálogo
hecho de “gestos y palabras”.
La mente debe ir concorde con la voz, penetrar
en las palabras de la Liturgia, acogerlas y estar en sintonía con ellas. La mirada
del corazón debe dirigirse a Dios, elevarse por encima del alboroto de las preocupaciones,
angustias y distracciones.
Al saludar a los peregrinos procedentes de América
Latina y de España, el Obispo de Roma hizo una recomendación a los políticos católicos:
Saludo asimismo de modo especial al Presidente de la Cámara de Diputados de
Chile (...), acompañado de un grupo de parlamentarios, de visita en Roma, recordando
al mismo tiempo a los políticos católicos la necesidad de buscar generosamente el
bien común de todos los ciudadanos, y de modo coherente con las convicciones propias
de hijos de la Iglesia.