No ambicionar importancia y poder sino ponerse al servicio. El Papa en el Ángelus
(RV).- (Con Audio) “No ambicionar el poder y la importancia humana, sino ponerse al
servicio de los demás” porque “el poder de Dios se manifiesta en la humildad”, ha
sido el tema del saludo del Papa a los peregrinos de lengua española.
Después
de la oración dominical mariana del Ángelus, inspirado en el Evangelio del domingo,
el Sucesor de Pedro reflexionó sobre la actitud central del cristiano “que debe aprender
constantemente de Cristo: no ambicionar el poder y la importancia humana, sino ponerse
al servicio de los demás”.
Ampliando la reflexión sobre esta “actitud central
del cristiano”, Benedicto expresó: “El poder de Dios se manifiesta precisamente en
la humildad, en dejarle a Él como único Omnipotente”, y pidió a la humilde Virgen
María, bajo la advocación de nuestra Señora de la Merced que “se apiade de nosotros
y nos ayude en el camino hacia Cristo, verdadero portador de la paz y la alegría en
el corazón de los hombres”. (Audio)
Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. El Evangelio
de hoy nos habla de una actitud central del cristiano, que debe aprender constantemente
de Cristo: no ambicionar el poder y la importancia humana, sino ponerse al servicio
de los demás. El poder de Dios se manifiesta precisamente en la humildad, en dejarle
a Él como único Omnipotente. Que la humilde Virgen María, que mañana celebramos con
el título La Merced, se apiade de nosotros y nos ayude en el camino hacia Cristo,
verdadero portador de la paz y la alegría en el corazón de los hombres. Feliz domingo.
En
sus saludos el Santo Padre, hablando en italiano y en francés, recordó a los queridos
hermanaos y hermanas presentes en Castel Gandolfo y en la Plaza de San Pedro que
ayer, en la ciudad francesa de Troyes, fue proclamado Beato el sacerdote Louis Brisson,
que vivió en el siglo XIX, fundador de las Oblatas y de los Oblatos de San Francisco
de Sales. Por esta razón, el Obispo de Roma se unió con alegría a la acción de gracias
de la comunidad diocesana de Troyes y de todos los hijos e hijas espirituales del
nuevo Beato.
De modo particular, a los peregrinos franceses el Pontífice les
agradeció de corazón sus oraciones con las que lo acompañaron durante su viaje apostólico
a El Líbano. Y les pidió que sigan rezando por los cristianos de Oriente Medio, por
la paz y por el diálogo sereno entre las religiones.
Al dirigir un cordial
saludo a los fieles polacos Benedicto XVI les recordó que en el Evangelio de este
domingo Jesús presta una atención especial a los niños, diciendo: “Quien acoge a uno
de estos niños en mi nombre, me acoge a mí”. Por esta razón invitó a pedir a Dios
que estas palabras inspiren a todos aquellos que son responsables del don de la vida,
de las dignas condiciones de existencia y de educación, del seguro y sereno crecimiento
de los niños. Para que “todo niño pueda gozar del amor y del calor familiar”.
Su
Santidad también manifestó su alegría por acoger, a las Religiosas del Colegio Misionero
“Mater Ecclesiae” de Castel Gandolfo, procedentes de diversos países, a quienes deseó
“un sereno y fructuoso año de formación y de vida comunitaria”.
Por último,
al dirigir su cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular a
los socios de la Confederación Nacional de Cultivadores Directos, llamándolos “queridos
amigos”, el Papa les manifestó su aprecio por su empeño en favor de la salvaguardia
de la creación y les agradeció los dones que le ofrecieron.
De la misma manera,
el Santo Padre saludó a los fieles de la parroquia de San Agustín de Bisceglie, con
motivo del centenario de su institución; así como a la sección de la localidad italiana
de Perugia de la Asociación de Maestros Católicos, y deseó a todos feliz domingo.
(j
GO y MFB – RV)
Texto completo de la alocución del Papa antes del rezo del
Ángelus: (Audio)
Queridos
hermanos y hermanas:
En nuestro camino con el Evangelio de Marcos, el domingo
pasado entramos en la segunda parte, es decir el último viaje hacia Jerusalén y hacia
el culmen de la misión de Jesús. Después de que Pedro, en nombre de los discípulos,
profesó la fe en Él, reconociéndolo como el Mesías (cfr Mc 8,29).
Jesús inicia
a hablar abiertamente de aquello que le sucederá al final. El Evangelista reporta
tres sucesivas predicciones de la muerte y resurrección en los capítulos 8, 9 y 10:
en ellas Jesús anuncia en modo siempre más claro el destino que le espera y su intrínseca
necesidad. El texto de este domingo contiene el segundo de estos anuncios. Jesús dice:
«El Hijo del Hombre –expresión con la que se designa a sí mismo– será entregado en
manos de hombres, y lo matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día»
(Mc 9,31). Los discípulos «no entendían estas palabras, y tenían miedo de preguntarle»
(v. 32).
En efecto, leyendo esta parte de la narración de Marcos, es evidente
que entre Jesús y los discípulos hay una profunda distancia interior; se encuentran,
por así decir, sobre dos amplitudes de onda, de manera que los discursos del Maestro
no son comprendidos, o lo son solamente de modo superficial. El apóstol Pedro, inmediatamente
después de haber manifestado su fe en Jesús, se permite reprenderlo porque ha anunciado
que tendrá que ser rechazado y asesinado. Después del segundo anuncio de la pasión,
los discípulos discuten sobre quién entre ellos es el más grande (cfr Mc 9,34); y
después el tercero, Santiago y Juan piden a Jesús poder sentarse a su derecha y a
su izquierda, cuando esté en la gloria (cfr Mc 10,35-40). Pero hay otros signos diferentes
sobre esta distancia: por ejemplo, los discípulos no pueden aliviar a un joven epiléptico,
que luego Jesús alivia con la fuerza de la oración (cfr Mc 9,14-29); o cuando son
presentados a Jesús algunos niños, los discípulos los reprenden y Jesús en cambio
indignado, los hace permanecer con Él y afirma que solo quien es como ellos puede
entrar en el Reino de Dios (cfr Mc 10,13-16).
¿Qué cosa nos dice todo esto?
Nos recuerda que la lógica de Dios es siempre «otra » respecto a la nuestra, como
reveló Dios mismo por boca del profeta Isaías «Mis pensamientos no son sus pensamientos,
ni sus caminos son mis caminos» (Is 55,8). Por esto, seguir al Señor requiere siempre
del hombre una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir, requiere
de abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente.
Un punto-clave en el cual Dios y el hombre se diferencian es en el orgullo: en Dios
no existe orgullo, porque Él es total plenitud y tendiente a amar y donar vida; en
nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está íntimamente radicado y requiere de
una constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a
aparecer como grandes, a ser los primeros, mientras Dios no teme de abajarse y hacerse
el último. La Virgen María está perfectamente «sintonizada» con Dios: invoquémosla
confiados, para que nos enseñe a seguir fielmente a Jesús en el camino del amor y
de la humildad.
(Traducción de Patricia l. Jáuregui Romero – Radio Vaticano).