Un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso
(RV).- Ante la pregunta de Jesús a sus discípulos ¿Quién dice la gente que soy yo?,
la respuesta de Pedro: “Tu eres el Mesías” es sin ninguna duda acertada, pero aún
insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad de precisarla, para que la gente
no usara también esta respuesta para propósitos que no eran los de Jesús, para suscitar
falsas esperanzas terrenas sobre Él. La identidad de Jesús y sus consecuencias para
nosotros, ha sido el tema de la homilía de la Santa Misa presidida por el Papa Benedicto
XVI, celebrada en Beirut, en el City Center Waterfront. Jesús, dijo el Sucesor
de Pedro, “no se deja encerrar sólo en los atributos del libertador humano que muchos
esperan.
Al anunciar a sus discípulos que Él deberá sufrir y ser ajusticiado
antes de resucitar, Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías
sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Así, Jesús
va contra lo que muchos esperaban de Él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso
explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando el sufrimiento y la muerte
de su maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace comprender que quien quiera
ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho siervo”.
Y
el Papa afirmó: “Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en
su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino
el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo
y el Evangelio, para ganarla .Pues se nos asegura que este camino conduce a la resurrección,
a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar a Jesucristo, que se
ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor con él, poniéndose
a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración de nuestras
acciones.”
En la Homilía de la Misa principal de su viaje apostólico al Líbano,
Benedicto XVI exhortó que durante el Año de la fe “todo fiel se comprometa
de forma renovada en este camino de conversión del corazón”, y animó vivamente “a
profundizar la reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer
la adhesión a Jesucristo y su evangelio”.
“Hermanos y hermanas –reflexionó
el Obispo de Roma-, el camino por el que Jesús nos quiere llevar es un camino de esperanza
para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en que, en su humanidad, Él
se manifiesta el más frágil, especialmente después de la encarnación y sobre la cruz.
Así es como Dios muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso
no es esto un misterio extraordinario, a veces difícil de admitir? El mismo apóstol
Pedro lo comprenderá sólo más tarde”.
Texto completo Homilía Papa
Queridos
hermanos y hermanas
«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo»
(Ef 1,3). Bendito sea en este día en el que tengo la alegría de estar aquí con vosotros,
en el Líbano, para entregar a los obispos de la región la Exhortación apostólica postsinodal
Ecclesia in Medio Oriente. Agradezco cordialmente a Su Beatitud Bechara Boutros Raï
sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los demás patriarcas y obispos de las
iglesias orientales, a los obispos latinos de las regiones vecinas, así como a los
cardenales y obispos procedentes de otros países. Os saludo a todos con gran afecto,
queridos hermanos y hermanas del Líbano, así como a los de los países de toda esta
querida región de Oriente Medio, que han venido para celebrar, con el Sucesor de Pedro,
a Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. Saludo con deferencia también al Presidente
de la República y a las autoridades libanesas, a los responsables y miembros de otras
tradiciones religiosas que han tenido a bien estar presentes aquí esta mañana.
En
este domingo en el que Evangelio nos interroga sobre la verdadera identidad de Jesús,
henos aquí con los discípulos por la senda que conduce a los pueblos de la región
de Cesarea de Filipo. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29), les preguntó
Jesús. El momento elegido para plantear esta cuestión tiene un significado. Jesús
se encuentra en un momento decisivo de su existencia. Sube hacia Jerusalén, hacia
el lugar donde, por la cruz y la resurrección, se cumplirá el acontecimiento central
de nuestra salvación. Jerusalén es también donde, al final de estos acontecimientos,
nacerá la Iglesia. Y cuando, en ese momento decisivo, Jesús pregunta primero a sus
seguidores: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), las respuestas que le dan
son muy diferentes: Juan el Bautista, Elías, un profeta. También hoy, como a lo largo
de los siglos, aquellos, que de una u otra manera, han encontrado a Jesús en su camino,
ofrecen sus respuestas. Éstas son aproximaciones que pueden permitir encontrar el
camino de la verdad. Pero, aunque no sean necesariamente falsas, siguen siendo insuficientes,
pues no llegan al corazón de la identidad de Jesús. Sólo quien se compromete a seguirlo
en su camino, a vivir en comunión con él en la comunidad de los discípulos, puede
tener un conocimiento verdadero. Entonces es cuando Pedro, que desde hacía algún tiempo
había vivido con Jesús, dará su respuesta: «Tú eres el Mesías» (Mc 8,29). Respuesta
acertada sin duda alguna, pero aún insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad
de precisarla. Se percataba de que la gente podría utilizar esta respuesta para propósitos
que no eran los suyos, para suscitar falsas esperanzas terrenas sobre él. Y no se
deja encerrar sólo en los atributos del libertador humano que muchos esperan.
Al
anunciar a sus discípulos que él deberá sufrir y ser ajusticiado antes de resucitar,
Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías sufriente, un Mesías
servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad
de su Padre hasta entregar su vida. Es lo que anunciaba ya el profeta Isaías en la
primera lectura. Así, Jesús va contra lo que muchos esperaban de él. Su afirmación
sorprende e inquieta. Y eso explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando
el sufrimiento y la muerte de su maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace
comprender que quien quiera ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como
él mismo se ha hecho siervo.
Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su
Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de
la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder
su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino
conduce a la resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar
a Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor
con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración
de nuestras acciones. Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de
octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de
conversión del corazón. A lo largo de todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar
vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra
adhesión a Jesucristo y su evangelio.
Hermanos y hermanas, el camino
por el que Jesús nos quiere llevar es un camino de esperanza para todos. La gloria
de Jesús se revela en el momento en que, en su humanidad, él se manifiesta el más
frágil, especialmente después de la encarnación y sobre la cruz. Así es como Dios
muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso no es esto un
misterio extraordinario, a veces difícil de admitir? El mismo apóstol Pedro lo comprenderá
sólo más tarde.
En la segunda lectura, Santiago nos ha recordado cómo
este seguir a Jesús, para ser auténtico, exige actos concretos: «Yo con mis obras,
te mostraré la fe» (2,18). Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para
los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un
elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,15-17).
La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor mismo lo ha hecho,
gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un mundo donde la violencia
no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz
es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar
la comunión. Queridos hermanos y hermanas, imploro particularmente al Señor que conceda
a esta región de Oriente Medio servidores de la paz y la reconciliación, para que
todos puedan vivir pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los
cristianos deben dar aquí, en colaboración con todas las personas de buena voluntad.
Os hago un llamamiento a todos a trabajar por la paz. Cada uno como pueda y allí dónde
se encuentre.
El servicio debe entrar también en el corazón de la vida
misma de la comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia, es ante
todo un servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el espíritu que debe reinar entre
todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los pobres,
los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad inalienable de cada
persona.
Queridos hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en
el corazón, vuestro dolor no es inútil. Cristo servidor está cercano a todos los que
sufren. Él está a vuestro lado. Que os encontréis en vuestro camino con hermanos y
hermanas que manifiesten concretamente su presencia amorosa, que no os abandonará.
Que Cristo os colme de esperanza. Y todos vosotros, hermanos y hermanas,
que habéis venido para participar en esta celebración, tratad de configuraros siempre
con el Señor Jesús, con él, que se ha hecho servidor de todos para la vida del mundo.
Que Dios bendiga al Líbano, que bendiga a todos los pueblos de esta querida región
del Medio Oriente y les conceda el don de su paz. Amén.