Les doy mi paz: entrañable saludo del Papa al Líbano y todo Oriente Medio
(RV).- Con el saludo de Cristo, vengo al Líbano como peregrino de paz, amigo de Dios
y de los habitantes de toda la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia,
hizo hincapié Benedicto XVI en la ceremonia de bienvenida, en el aeropuerto Rafiq
Hariri de Beirut. Una vez más, el Obispo de Roma, aseguró que lleva en su corazón
las penas y las esperanzas de todos los que sufren en esta amada región:
«Los lazos
entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente
y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios,
y como un amigo de los hombres. «Salàmi ō-tīkum»: «La paz les dejo»,
dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más allá de su país, vengo también hoy simbólicamente a
todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios,
y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera
que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «Salàmi ō-tīkum»
- Les doy mi paz. Sus gozos y penas están continuamente presentes en la oración del
Papa y pido a Dios que les acompañe y alivie. Les puedo asegurar que rezo particularmente
por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me
recuerda lo que viven y soportan».
Después de poco más de tres horas de
vuelo, en el avión que le llevó desde Roma, el Santo Padre llegó a la capital libanesa
donde fue recibido con grandes honores, por el presidente de la República Michel Sleiman
y su esposa, por el Patriarca Maronita, Su Beatitud Béchara Boutros Rai, y otras autoridades,
así como por una multitudinaria y calurosa bienvenida, de numerosas personas que lo
esperaban desde unas horas antes de que el avión aterrizara a la hora prevista, las
13 y 45 hora libanesa.
Dirigiéndose a las máximas autoridades civiles y religiosas,
Benedicto XVI expresó su gran alegría de responder a la invitación del presidente
libanés a visitar el país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del
Líbano. Doble invitación que manifiesta la doble finalidad de su visita: las excelentes
relaciones existentes desde siempre entre el Líbano y la Santa Sede y la firma y entrega
de la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio
del Sínodo de Obispos.
Tras evocar la bendición de la majestuosa imagen de
san Marón, cuya «presencia silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro
recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado
el apóstol Pedro», Benedicto XVI destacó que «manifiesta una herencia espiritual de
siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles
y sus sucesores». Así como resulta agradable ver que san Marón, ‘desde el santuario
petrino, intercede continuamente por su país y por todo Oriente Medio’.
En
lo que respecta a la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para
Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio Oriente – que calificó como
importante acontecimiento eclesial - el Papa agradeció a todos los patriarcas y obispos
católicos del Líbano y de otros países, llegados para rezar con él y recibir este
documento de sus manos : «La Exhortación,
destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos
años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos días a numerosas representaciones
de las comunidades católicas de su país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia,
su compromiso y su testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada
en la vida cotidiana de todos los habitantes de su querido país».
Y saludando
también con gran deferencia a los patriarcas y obispos ortodoxos, así como a los representantes
de las diversas comunidades religiosas del Líbano, el Santo Padre se dirigió a estos
«queridos amigos», cuya «presencia, demuestra la estima y la colaboración que desean
promover entre todos en el respeto mutuo». Con su gratitud, Benedicto XVI expresó
su aliento a perseverar en la búsqueda de «caminos de unidad y concordia»:
«No olvido
los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a su hermoso país durante
muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente
Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre
las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu
fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia
y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Saben
- tan bien como yo - que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un
ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa
como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas,
ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es
necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón
debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos».
Exhortación que el Sucesor de Pedro afianzó en la importancia de rogar
la ayuda de Dios para vivir como hermanos, confirmando la buena voluntad de todos
los libaneses:
«Vengo
también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno
y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar su país, será
profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia
hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres
sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad,
se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses.
Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del
mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que
hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación».
(CdM
- RV)
Texto completo del primer discurso de Benedicto XVI en Beirut:
Ceremonia
de bienvenida
Aeropuerto Rafiq Hariri –Beirut Viernes, 14
septiembre 2012
Señor Presidente de la República, señores
Presidentes del Parlamento y del Consejo de Ministros, queridas Beatitudes,
miembros del Cuerpo diplomático, autoridades civiles y religiosas, queridos
amigos
Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación
a visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano.
Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad de
mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde siempre
entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas. Esta visita
es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en noviembre del
2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que ha seguido nueve
meses más tarde la del Señor Primer Ministro. Fue entonces, durante nuestro
segundo encuentro, cuando se bendijo la majestuosa imagen de san Marón. Su presencia
silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente
al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado el apóstol Pedro. Manifiesta
una herencia espiritual de siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia
el primero de los apóstoles y sus sucesores. Los patriarcas maronitas, para remarcar
su gran devoción a Simón Pedro, añaden a su nombre el de Boutros. Resulta agradable
ver que san Marón, desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro
país y por todo el Oriente Medio. Señor Presidente, le agradezco desde ahora todos
los esfuerzos realizados para el buen éxito de mi estancia entre ustedes. Otro
motivo de mi visita es la firma y entrega de la Exhortación apostólica postsinodal
de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio
Oriente. Se trata de un importante acontecimiento eclesial. Agradezco a todos los
patriarcas católicos que se han desplazado, y de modo especial al Patriarca emérito,
el querido Cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y a su sucesor, el Patriarca Bechara
Boutros Raî. Saludo fraternalmente a todos los obispos del Líbano, así como a los
que han viajado hasta aquí para rezar conmigo y recibir este documento de las manos
del Papa. Por vuestro medio, saludo paternalmente a todos los cristianos de Oriente
Medio. La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja
de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos
días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de vuestro país, de
poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su testimonio son una
aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes
de vuestro querido país. Me complace saludar también con gran deferencia
a los patriarcas y obispos ortodoxos que han venido a recibirme, así como a los representantes
de las diversas comunidades religiosas del Líbano. Queridos amigos, vuestra presencia,
demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre todos en el respeto
mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos, y estoy seguro de que continuaréis buscando
caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que
han afligido a vuestro hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente
libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de
una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos
de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos
y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y
sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que
se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces
amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son
con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas
a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación
y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer
el bien común de todos. El gran rey Salomón, que conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso
no tenía a la sabiduría como la virtud suprema? Por eso se la pidió a Dios insistentemente,
y Dios le dio un corazón sabio e inteligente (1 R 3,9-12). Vengo también
para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo
la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será
profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia
hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres
sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad,
se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses.
Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del
mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que
hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación. Los
lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente
y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios,
y como un amigo de los hombres. «Salàmi ō-tīkum»: «La paz os dejo», dijo Cristo
(Jn 14,27). Y, más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a
todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios,
y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera
que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «Salàmi ō-tīkum».
Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa
y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente
por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me
recuerda lo que vivís y soportáis. Señor Presidente, sé que vuestro país
me prepara una hermosa acogida, una acogida calurosa, la que se reserva a un hermano
al que se ama y se respeta. Sé que vuestro país quiere ser digno de «l’Ahlan wa Sahlan»
libanés. Lo es ya, y lo será más de ahora en adelante. Me siento feliz de estar con
todos vosotros. Que Dios os bendiga a todos. (Lè yo barèk al-Rab jami’a kôm!). Gracias.