(RV).- El pasado 28 de agosto, en la Festividad de San Agustín, Obispo y Doctor de
la Iglesia, los Obispos del Paraguay hicieron pública una Carta pastoral en la que
reflexionan sobre los últimos acontecimientos en la vida de esta nación.
(Audio)
Los obispos, reunidos en Asamblea Extraordinaria, hemos iniciado nuestro encuentro
reflexionando sobre los últimos acontecimientos del mes de junio pasado. Agradecemos,
a todos aquellos, que nos han escrito y confiado sus inquietudes, sus dudas y decepciones,
pero especialmente sus esperanzas.
Nos ha surgido la necesidad de meditar e
interpretar con ustedes en estas circunstancias los signos de los tiempos en nuestro
país y en nuestra Iglesia en el Paraguay a partir de la oración de Jesús por la unidad:
“Pero no ruego sólo por ellos, sino también por los que van a creer en mi por medio
de sus palabras. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también
ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado
la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno” (Jn 17, 20-22).
La
oración del Señor al Padre pidiendo la unidad de los suyos nos enfoca en la esencia
de nuestro ser cristianos. Cristo es “nuestra Paz” y derriba los muros de división
(Ef 2,14) y en Cristo estamos llamados más bien a ser puentes de reconciliación, pacificación
y comunión (Cfr. Mt 5,9).
En las Líneas Comunes de Acción Pastoral del 2007,
los Obispos recordábamos como Primera Línea, la Comunión Eclesial: “La Iglesia es
en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el género humano” (LG,1). La Iglesia es esencialmente comunión
y sus raíces residen en el misterio primordial de la Santísima Trinidad. La Iglesia
es – debe ser – la expresión histórica del amor de Dios Padre derramado en el mundo
por Jesucristo en el Espíritu Santo.
A raíz de las discrepancias y disidencias
surgidas en las comunidades cristianas por los últimos acontecimientos vividos a nivel
nacional y eclesial, exhortamos a todos a tener una mirada de fe sobre lo sucedido,
buscando priorizar siempre la comunión eclesial, como signo característico de ser
Iglesia y de nuestra vocación cristiana de ser discípulos misioneros de Jesús.
Podemos
discrepar con opiniones y acciones que no conciernen directamente a la doctrina y
moral cristiana, pero evitando que éstas puedan generar divisiones y discordias en
la comunidad; apuntando más bien a seguir trabajando y creciendo en la espiritualidad
de comunión que, a inicios del nuevo milenio, nos propusiera el Papa Beato Juan Pablo
II, de ser “ casa y escuela de comunión” (NMI-JPII) en la edificación de la Iglesia,
del bien común, de la sociedad, en las actuales circunstancias que nos toca vivir.
Como
miembros de la Iglesia, conscientes de su condición pecadora, pero también conscientes
de la ayuda divina y de la gracia santificante, reconocemos ante Dios y los hombres
nuestra fragilidad de vasijas de barro, aunque portadores de un gran tesoro que supera
nuestra humilde capacidad humana (Cfr. 2 Cor 4, 7).
Si se ha juzgado que se
han cometido errores, pedimos la comprensión y el perdón; y junto con las observaciones
correspondientes también pedimos prevalecer por encima del juicio la misericordia.
La actuación de algunos Obispos del Consejo Episcopal Permanente de la CEP la noche
del 21 de junio se debió a la noticia recibida de un inminente derramamiento de sangre.
Se quiso evitar que hubiera otro hecho delictuoso entre hermanos. Los Obispos, sabiendo
que nuestra misión primordial es crear un ambiente de paz y de comunión, asumimos
nuestra responsabilidad en el caso que no hayamos dado testimonio de comunión. También
nosotros perdonamos aquellas expresiones que fueron más allá de la caridad y el respeto
que nos debemos mutuamente.
Reconocemos nuestras limitaciones y errores, como
Iglesia, por no estar atentos a la conducción de Dios en esta nuestra historia de
salvación. Hemos puesto quizá el acento más en lo humano que en lo divino, haciéndosenos
difícil, por momentos, el encuentro con nuestro Señor y con el Dios de la historia.
El lema de un gran Papa, San Pio X, nos trae a la memoria el sublime objetivo hacia
el cual, con toda el alma, con todo el corazón y todo el ser, deberíamos orientarnos
como la única Iglesia fundada por el Señor, a pesar de todas las dificultades y, precisamente,
porque en cada etapa nos vamos enfrentando a ellas: “Instaurare omnia in Christo”
(Instaurar, recapitular todas las cosas en Cristo como Cabeza, y nosotros su cuerpo.
“Hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza”, (Ef 1,10).
Llamados por el Señor
a ser los pastores de la Iglesia en Paraguay, queremos seguir trabajando con todos
en la pacificación y solvencia de la comunión basada en la confianza y en el amor
mutuo.
A los sacerdotes, en quienes depositamos toda nuestra confianza, les
solicitamos que prosigan en su trabajo pastoral a favor de todos, en particular de
los pobres, con generosidad y espíritu evangélico. Muestren su amor a la vida sacerdotal
siendo fieles a la consagración que realizaron el día de su ordenación sacerdotal,
haciendo suyas las palabras que la carta a los Hebreos atribuye a Cristo sacerdote:
“No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Entonces
yo dije: “Heme aquí que vengo para hacer ¡Oh Dios!, tu voluntad” (Hbr 10, 5-7). Sean
también constructores de la unidad en las comunidades que se les ha confiado para
que haya un solo rebaño y un solo pastor.
A los religiosos/as les damos nuestra
cordial y paternal acogida para enriquecernos con sus carismas. Sabemos el esfuerzo
que realizan mediante la oración, la reflexión y la acción para la renovación de su
vida consagrada siendo fieles a las orientaciones de la Iglesia. Sigan fieles a la
radicalidad en el seguimiento de Cristo en comunión con la jerarquía y las Iglesias
particulares. El profetismo, propio de la vida religiosa, debe ser fruto de la contemplación
a fin de encarnar el proyecto y el Amor de Dios en los hombres, muy particularmente
en los pobres. Que este amor de Dios se refleje en la fraternidad vivenciada en sus
propias comunidades.
A los fieles laicos agradecemos su compromiso y testimonio
cristiano en el mundo. Somos conscientes que es difícil ser coherentes a su misión
en una sociedad que priman el relativismo y los antivalores. No tengan miedo de asumir
su responsabilidad de implantar el Reino de Dios apoyados en la Eucaristía, en la
meditación de la Palabra de Dios y en la Doctrina Social de la Iglesia en comunión
con la Jerarquía así como señala el Documento de Aparecida: “Los laicos también están
llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio
de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la
vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la
guía de los pastores” (DA. 211).
Les queremos recordar a todos las palabras
de San Agustín, cuya festividad recordamos en la fecha, y que se refieren a la comunión
entre Dios y nosotros: “Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si Él es la cabeza
y nosotros sus miembros, el hombre total es Él y nosotros”.
El Año de la Fe,
convocado por el Papa Benedicto XVI, y que se iniciará el 11 de octubre de 2012, es
una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del
mundo. En la Carta Apostólica “Porta Fidei”, el Papa nos recuerda que la “fe que actúa
por el amor” (Ga 5,6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción
que cambia toda la vida del hombre (Cfr. Rm 12,2). El Papa nos invita a celebrar este
año, de la Fe, de manera digna y fecunda con el testimonio de vida de los creyentes,
ayudándonos a seguir creciendo en la fe y a evangelizar en base a los objetivos del
Trienio de la Familia: “Misión Permanente en Paraguay: Evangelizar la Familia”.
Nuestra
Iglesia, como una gran Familia, busca renovarse profundamente desde adentro, para
merecer convertirse en “sal y luz” de nuestra sociedad sedienta de paz, de amor, de
justicia y concordia ciudadana. Paraguay debe llegar a ser una gran nación, con nuestro
testimonio de fe, comunión eclesial y decidido compromiso con nuestro querido pueblo.
Les
agradecemos por la confianza depositada en nosotros, sus Pastores, y con ustedes nos
comprometemos a seguir amando y sirviendo a la Iglesia, en comunión con el Santo Padre
Benedicto XVI, quien conoce nuestra realidad y ora por nosotros.
Oramos por
ustedes y los tenemos presente en cada Eucaristía “fuente y cumbre de toda la vida
cristiana” (LG,11) e invocamos a nuestra Madre María Santísima para que nos una con
su amor maternal al lado de su Hijo y a San Roque González de Santa Cruz y compañeros
a fin de que el ejemplo de su martirio nos estimule a ser testigos del Amor Trinitario
mediante nuestra comunión fraterna.
Firman los Obispos del Paraguay
Asunción,
28 de agosto del 2012, Festividad de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.