Disyuntiva entre servir a Dios y a los ídolos, en el Ángelus del Papa
(RV).- “Que la Virgen María nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre
sinceros con Él y con todos”, rogó el Sucesor de Pedro, en la oración mariana dominical
del Ángelus que rezó en Castel Gandolfo con los peregrinos.
Benedicto se inspiró
en la liturgia que refiere que desde el momento que Jesús se proclamó Pan vivo bajado
del cielo, muchos discípulos se volvieron atrás y no lo siguieron más. El Papa comentó
que es una reacción que Jesús es conciente de haber provocado. Y afirmó que Judas
se sintió traicionado por Jesús porque esperaba un Mesías vencedor, que guiara la
revuelta contra los romanos. Se quedó porque era falso. La falsedad es la marca del
diablo –dijo el Papa–.
“La revelación de Jesús permanece para ellos incomprensible,
porque la entendieron en un sentido solo material, mientras en aquellas palabras estaba
preanunciado el misterio pascual de Jesús…” explicó, para referirse inmediatamente
a Pedro. Como en otros casos -ante la pregunta de Jesús a sus discípulos si también
ellos se irán-, “es Pedro el que responde en nombre de los Doce: Señor, a quién iremos.
Solo tu tienes palabras de vida eterna”. Pedro entiende porque tiene fe y porque tiene
fe conoce. Si quisiéramos conocer sin creer no lo hubiera logrado. Y ¿qué cree y
conoce?
Que Jesús es el Cristo Hijo de Dios, que Jesús es la misma vida eterna
y en la carne y en la sangre nos da lo que él mismo es. (jesuita Guillermo Ortiz,
RV).
Saludo en lengua española: (Audio) Saludo con afecto
a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana. La liturgia
de la Palabra de este domingo nos ha presentado la disyuntiva entre servir al verdadero
Dios o a los falsos ídolos. Invito a todos a proclamar con valentía la opción incondicional
por Aquel que tiene palabras de vida eterna, Jesucristo, el Santo de Dios. Él no nos
dejará de su mano y seguirá obrando maravillas, guiándonos a la tierra prometida,
a la vida eterna. Feliz domingo.
Texto completo:
¡Queridos hermanos
y hermanas!
Los domingos pasados hemos meditado el discurso sobre el «pan
de la vida», que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm luego de haber saciado
miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio presenta la reacción
de los discípulos a aquel discurso, una reacción que el mismo Cristo provoca conscientemente.
Ante todo, el evangelista Juan – que estaba presente junto a los otros Apóstoles –
refiriere que «desde aquel momento muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron
de acompañarlo» (Jn 6,66). ¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús que
decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente
(cfr Jn 6,51.54). Para ellos esta revelación permanecía incomprensible, porque la
entendían solo en sentido material, mientras en aquellas palabras estaba preanunciado
el misterio pascual de Jesús, en el que Él se ha donado a si mismo para la salvación
del mundo.
Viendo que muchos de sus discípulos se marchaban, Jesús se dirigió
a los Apóstoles diciendo: «¿También ustedes quieren irse?» (Jn 6,67). Como en otros
casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: «Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo
de Dios» (Jn 6,68-69). Sobre este pasaje bíblico un bellísimo comentario de San Agustín
dice: «¿Ven cómo Pedro, por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, ha
entendido? ¿Por qué ha entendido? Porque ha creído. Tu tienes palabras de vida eterna.
Tu nos das la vida eterna ofreciéndonos tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído
y conocido. No dice: hemos conocido y creído, sino hemos creído y conocido. Hemos
creído para poder conocer; si de hecho, hubiésemos querido conocer antes de creer,
no hubiéramos logrado ni conocer ni creer. ¿Qué cosa hemos creído y que cosa hemos
conocido? Que tu eres Cristo Hijo de Dios, o sea que tu eres la vida eterna misma,
y en la carne y en la sangre nos das aquello que tu mismo eres» (Comentario al Evangelio
de Juan, 27, 9).
Finalmente, Jesús sabía que también entre los doce Apóstoles
había uno que no creía: Judas. También Judas habría podido irse, como hicieron muchos
discípulos; es más, habría debido irse, si hubiese sido honesto. En cambio permanece
con Jesús. Permanece no por fe, no por amor, sino con el propósito secreto de vengarse
del Maestro. ¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decide a su
vez traicionarlo. Judas era un zelota, y quería un Mesías vencedor, que guiase una
revuelta contra los Romanos. Pero Jesús había desilusionado estas expectativas. El
problema es que Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca
del diablo. Por esto Jesús dice a los Doce: «¡Uno de ustedes es un diablo!» (Jn 6,70).
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser
siempre sinceros con Él y con todos.