(RV).- Benedicto XVI dedicó su catequesis de hoy, a Santa María Reina, reflexionando
sobre la realeza de la Madre del Rey de Reyes, ante unos cuatro mil peregrinos que
acudieron al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo. Haciendo hincapié en que la Virgen
es Reina, precisamente porque nos ama y ayuda en todas nuestras necesidades, el Santo
Padre puso de relieve que es nuestra hermana y sierva humilde. Éstas fueron las
palabras del Papa en español, recibidas con grandes aplausos y cariño:
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Basílica
de Nuestra Señora del Socorro, de Aspe, así como a los provenientes de España, México
y otros países latinoamericanos. Invito a todos, a encomendar nuestras súplicas a
la intercesión de la Santísima Virgen, que hoy invocamos como Reina, pues la Madre
del Rey de Reyes no dejará de presentar nuestra oración confiada al corazón de su
divino Hijo, ni de velar por nosotros en nuestro peregrinaje terreno. Que Dios os
bendiga.
(CdM – RV)
Como es costumbre, después de su catequesis
Benedicto XVI saludó en diversas lenguas a los grupos de peregrinos presentes en la
residencia de verano de Castel Gandolfo. Hablando en italiano el Obispo de Roma dio
su cordial bienvenida a las Religiosas de María Santísima Consoladora, que celebran
su Capítulo General, y a las Religiosas Caldeas Hijas de María Inmaculada, “empeñadas
un generoso y valiosos servicio a las poblaciones de Irak".
El Papa también
saludó a los participantes en el encuentro de la Asociación de Familias Rogacionistas
y a los del encuentro para los Seminarios Mayores, así como a las parejas de recién
casados, invitando a todos “a dedicar tiempo a la formación cristiana, para ser fieles
discípulos de Cristo, camino, verdad y vida”.
(María Fernanda Bernasconi –
RV)
Texto completo de la catequesis del Papa en italiano:
Queridos
hermanos y hermanas:
hoy se celebra la memoria litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María invocada con el título de “Reina”. Es una fiesta cuya institución es
reciente, aún teniendo origen y devoción antiguas: en efecto, fue instituida, por
el Venerable Pío XII, en 1954, al concluir el Año Mariano, estableciendo que su fecha
fuera el 31 de mayo (cfr Lett. enc. Ad caeli Reginam, 11 octobris 1954: AAS 46 [1954],
625-640). En esa circunstancia, el Papa dijo que María es Reina, más que otra criatura,
por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones divinos que recibió.
Ella nunca deja de derramar sobre la humanidad todos los tesoros de su amor y de sus
premuras (cfr Discurso en honor de María Reina, 1° noviembre de 1954). Ahora, después
de la reforma post-conciliar del calendario litúrgico, la fecha elegida para esta
celebración se coloca ocho días después de la solemnidad de la Asunción, para subrayar
los estrechos lazos entre la realeza de María y su glorificación en alma y cuerpo
junto a su Hijo. En la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, leemos:
«María fue asunta en alma y cuerpo a la gloria celestial y enaltecida por el Señor
como Reina del Universo, para que se asemejará más plenamente a su Hijo» (n. 59).
Y
aquí está la raíz de la fiesta de hoy: María es Reina porque está asociada, de modo
único a su Hijo, tanto en el camino terrenal, como en la gloria del Cielo. El gran
santo Efrén de Siria, afirma sobre la realeza de María que deriva de su maternidad
divina: Ella es Madre del Señor, del Rey de Reyes (cfr Is 9,1-6) y nos indica a Jesús
como vida, salvación y esperanza nuestra. Como ya recordaba el Siervo de Dios Pablo
VI, en la Exhortación apostólica Marialis Cultus: “En la Virgen María todo es referido
a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la
eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron
concedidos a ningún otro” (n. 25). Pero ahora nos preguntamos ¿qué quiere decir María
Reina? ¿Es sólo un titulo, una corona, un adorno como otros? ¿Qué quiere decir, qué
es esta realeza?
Como se ha indicado, es una consecuencia de su estar
unida al hijo, de su estar en el cielo, en comunión con Dios. Participa en la responsabilidad
de Dios hacia el mundo y en el amor de Dios al mundo. Hay una idea popular de rey
o de reina, relacionada con una persona con poder y riqueza, pero éste no es el tipo
de realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor, la realeza es el ser de Cristo
entretejido de humildad, de servicio, de amor y sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos
que Jesús fue proclamado rey en la cruz con esta inscripción - escrita por Pilatos
- Rey de los Judíos. En aquel momento en la cruz se muestra que es rey, y como rey
sufre con nosotros, por nosotros, amando hasta el fondo y de este modo gobierna y
crea verdad, amor y justicia. Así como en la última cena se inclina para lavar los
pies a los suyos. Por lo tanto, la realeza de Jesús no tiene nada que ver con la de
los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus servidores, como ha demostrado
a lo largo de toda la su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio
a Dios y a la humanidad, es reina del amor que vive el don de sí a Dios para entrar
en el diseño de la salvación del hombre.
Al Ángel le responde: «He
aquí, soy la Sierva del Señor» y en el Magníficat canta: «Dios ha mirado la humildad
de su Sierva», nos ayuda, es Reina precisamente amándonos y ayudándonos en todas nuestras
necesidades, es nuestra hermana y sierva humilde.
Y así llegamos al
punto: ¿cómo ejerce María esta realeza de servicio y amor? Velando sobre nosotros,
sus hijos: hijos que se dirigen a Ella en la oración, para agradecerle o para pedir
su materna protección y su celestial ayuda después, quizás, de haber perdido el camino,
oprimidos por el dolor o por la angustia por las tristes y dolorosas vicisitudes de
la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nosotros nos dirigimos
a María encomendándonos a su continua intercesión, para que del Hijo nos obtenga toda
gracia y misericordia necesarias para nuestro peregrinar a lo largo de los caminos
del mundo. A Aquel que rige el mundo y tiene en su mano los destinos del universo
nosotros nos dirigimos confiados, por medio de la Virgen María. A Ella, desde hace
siglos, se la invoca como celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la
oración del santo Rosario, se le implora en las letanías lauretanas como Reina de
los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires,
de los Confesores, de las Vírgenes, de todos los Santos y de las Familias. El ritmo
de estas antiguas invocaciones y oraciones diarias como el Salve Regina, nos ayudan
a comprender que la Virgen Santa, cual Madre nuestra junto al Hijo Jesús en la gloria
del Cielo, está siempre con nosotros, en el desarrollo cotidiano de nuestra vida.
Por lo tanto el Título de Reina es un título de confianza, de alegría de amor. Sabemos
que Aquella que tiene en sus manos, en parte, la suerte del mundo es buena, nos ama
y nos ayuda en nuestras dificultades. Queridos amigos, la devoción
a la Virgen es un elemento importante de la vida espiritual. En nuestra oración no
dejemos de dirigirnos confiados a Ella. María no dejará de interceder por nosotros
ante su Hijo. Mirándola, imitemos la fe, disponibilidad plena al proyecto de amor
de Dios, la generosa acogida de Jesús. Aprendamos a vivir, siguiendo el ejemplo de
María. Es la Reina del cielo cerca de Dios, pero también es la madre cercana a cada
uno de nosotros, que nos ama y escucha nuestra voz. Gracias por vuestra atención
(Traducción
del italiano: Cecilia de Malak y María Fernanda Bernasconi)