Benedicto XVI en la Fiesta de la Asunción nos recuerda que Dios nos espera: Homilía
(RV).- Esta mañana a las 8 Su Santidad Benedicto XVI acudió –como es tradición- a
la parroquia de Santo Tomás de Villanueva en Castel Gandolfo para celebrar la Santa
Misa en la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María.
El
Papa inició su homilía recordando la proclamación por parte de Pío XII de este dogma
que nos indica que terminado el curso de la vida terrena, la Madre de Dios fue asunta
a la gloria celeste en cuerpo y alma, una verdad de fe que el Papa expresó era ya
conocida por la tradición y afirmada por los padres de la Iglesia.
En
la última parte de su homilía (del párrafo 3 al 6) Benedicto XVI nos ha
regalado palabras inspiradas para describir la profunda unión de la Madre con el
Hijo, cuando nos explica que la Asunción de María aporta a nuestro camino la certeza
de que en Dios hay un espacio para el hombre, Él es la casa de tantos apartamentos
de la que habla Jesús, y lo más importante que en Dios está el espacio de Dios, y
por lo tanto María, la Asunta, unida a Dios no se aleja de nosotros. El Sucesor de
Pedro ha indicado que la Bienaventurada siempre Virgen María es el Arca Santa que
lleva en sí misma la presencia de Dios. Por ello - y constatando que un mundo sin
Dios es un mundo sin futuro-, Su Santidad nos invita a seguir el ejemplo de María
y abrir nuestro ser a Dios porque en Él nuestra vida se enriquece y se hace grande.
El Papa concluyó con la certeza que nos acompaña en nuestra vida y que es aquella
de que Dios nos espera, y citamos: “¡Dios nos espera: esta es nuestra gran alegría
y la gran esperanza que nace justo de esta Fiesta. María nos visita, y es el gozo
de nuestra vida, y el gozo es esperanza!”.
(PLJR – RV)
TEXTO
DE LA HOMILÍA DE BENEDICTO XVI EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA: 15.08.2012 – CASTEL GANDOLFO
Queridos hermanos y
hermanas:
El primero de noviembre de 1950, el Venerable Pío XII proclamaba
como dogma que la Virgen María «terminado el curso de la vida terrena, fue asunta
a la gloria celeste en alma y cuerpo». Esta verdad de fe era conocida por la Tradición,
afirmada por los Padres de la Iglesia, y era sobre todo un aspecto relevante del culto
hecho a la Madre de Cristo. El elemento cultural constituyó, por así decir, la fuerza
motor que determinó la formulación de este dogma: el dogma apareció un acto de alabanza
y de exaltación ante la Virgen Santa. Éste emerge también del texto mismo de la Constitución
apostólica, donde se afirma que el dogma es proclamado «para honor del Hijo, para
glorificación de la madre y gloria de toda la Iglesia». Fue expresado así en la forma
dogmática aquello que había sido antes celebrado en el culto y en la devoción del
Pueblo de Dios como la más alta y estable glorificación de maría: el acto de proclamación
de la Asunta se presentó casi como una liturgia de la fe. Y en el Evangelio que hemos
escuchado ahora, María misma pronuncia proféticamente algunas palabras que orientan
en esta perspectiva: dice «En adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada»
(Lc 1,48). Una profecía para toda la historia de la Iglesia. Esta expresión del Magnificat,
referida por san Lucas, indica que la alabanza a la Virgen Santa, Madre de Dios, íntimamente
unida a Cristo su hijo interesa la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares.
Y la anotación de estas palabras por parte del Evangelista presupone que la glorificación
de María fuera presente en el período de san Lucas y que él la considerara un deber
y un compromiso de la comunidad cristiana para todas las generaciones. Las palabras
de María dicen que es un deber de la Iglesia recordar la grandeza de la mujer para
la fe. Esta solemnidad es una invitación por lo tanto para alabar a Dios, y mirar
hacia la grandeza de la Santísima Virgen, porque a Quien es Dios lo conocemos en el
rostro de los suyos.
Pero, ¿porqué María es glorificada con la asunción
al Cielo? San Lucas, como hemos escuchado, ve la raíz de la exaltación y de la alabanza
a María en la expresión de Isabel: «Feliz de ti por haber creído (Lc 1,45). Y el
Magnificat, este canto al Dios vivo y operante en la historia es un himno de fe y
de amor, que brota del corazón de la Virgen. Ella vivió con fidelidad ejemplar y ha
custodiado en lo más íntimo de su corazón las palabras de Dios a su pueblo, las promesas
hecha a Abraham, Isaac, y Jacob, haciéndolas el contenido de su oración: la Palabra
de Dios en el Magnificat se convertía en la palabra de María, lámpara de su camino,
a punto tal de prepararla para acoger también en su seno al Verbo de Dios hecho carne.
La página evangélica de hoy reclama esta presencia de Dios en la historia y en el
mismo desarrollo de los eventos; en particular hay una referencia en el Segundo libro
de Samuel en el capítulo sexto ( (6,1-15), en el que David transporta el Arca Santa
de la Alianza. El paralelo que hace el Evangelista es claro: María en espera del nacimiento
del Hijo Jesús es el Arca Santa que lleva en sí la presencia de Dios, una presencia
que es fuente de consuelo, de gozo pleno. Juan, en efecto, salta en el seno de Isabel,
exactamente como David danzaba ante el Arca. María es la «visita» de Dios que crea
gozo. Zacarías, en su canto de alabanza lo dirá explícitamente: «"Bendito sea el Señor,
el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo» (Lc 1,68). La casa de
Zacarías experimentó la visita de Dios con el nacimiento inesperado de Juan Bautista,
pero sobre todo con la presencia de María, que lleva en su seno al Hijo de Dios.
Pero
ahora nos preguntamos: ¿Qué cosa dona a nuestro camino, a nuestra vida, la Asunción
de María? La primera respuesta es: en la Asunción vemos que en Dios hay espacio para
el hombre, Dios mismo es la casa de tantos apartamentos de la cual habla Jesús, Dios
e la casa del hombre, en Dios está el espacio de Dios. Y María, uniéndose, unida a
Dios no sea aleja de nosotros, no va sobre una galaxia desconocida, sino que va a
Dios, se aproxima, porque Dios está cerca de todos nosotros y María, unida a Dios,
participa de la presencia de Dios, esta cercanísima a nosotros, a cada uno de nosotros.
Hay una bella palabra de San Gregorio Magno sobre San Benito que podemos aplicar
todavía a María: San Gregorio Magno dice que el corazón de San Benito se hizo tan
grande que todo lo Creado podía entrar en este corazón. Esto vale aún más para María:
María, unida totalmente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la Creación puede
entrar en este corazón y los exvotos en todas las partes de la tierra lo demuestran.
María está cercana, puede escuchar, puede ayudar, está próxima a todos nosotros, En
Dios hay espacio para el hombre y Dios está cerca y María unida a Dios, está muy próxima,
tiene el corazón ancho como el corazón de Dios.
Pero hay también otro aspecto:
no solo en Dios hay espacio para el hombre, en el hombre hay espacio para Dios. También
esto vemos en María, el Arca Santa que lleva la presencia de Dios. En nosotros hay
espacio para Dios y esta presencia de Dios, en nosotros, tan importante para iluminar
al mundo en su tristeza en sus problemas, esta presencia se realiza en la fe: en la
fe abrimos las puertas de nuestro ser para que Dios entre en nosotros, para que Dios
pueda ser la fuerza que da vida y camino a nuestro ser. En nosotros hay espacio, abrámonos
como María se abrió, diciendo: “Hágase tu voluntad, yo soy la sierva del Señor”. Abriéndose
a Dios, nada perdemos. Por el contrario: nuestra vida se enriquece y se hace grande.
Y así, fe, esperanza y amor se combinan: hoy, hay muchas palabras sobre
un mundo mejor por esperar, sería nuestra esperanza. Si y cuándo este mundo mejor
llegará no lo sabemos, no lo sé. Seguramente un mundo que se aleja de Dios se convierte
en peor porque solo la presencia de Dios puede garantizar, también, un mundo bueno.
Una cosa, una esperanza segura es que Dios nos espera, nos espera, no vamos en el
vacío, somos esperados. Dios nos espera y encontramos, yendo al otro mundo, la bondad
de la Madre, encontramos a los nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos espera:
esta es nuestra gran alegría y la gran esperanza que nace justo de esta Fiesta. María
nos visita, y es el gozo de nuestra vida y el gozo es esperanza.
Por lo
tanto ¿Qué cosa decir? Corazón grande, presencia de Dios en el mundo, espacio de Dios
en nosotros y espacio de Dios por nosotros, esperanza, ser esperados: esta es la sinfonía
de esta fiesta, la indicación que la meditación de esta Solemnidad nos dona. María
es aurora y esplendor de la Iglesia triunfante; Ella es el consuelo y la esperanza
para el pueblo todavía en camino, dice el Prefacio de hoy. Confiémonos a su materna
intercesión, para que nos obtenga del Señor el poder reforzar nuestra fe en la vida
eterna; nos ayude a vivir bien el tiempo que Dios nos ofrece con esperanza. Una esperanza
cristiana, que no es solamente nostalgia del Cielo, sino vivo y laborioso deseo de
Dios aquí en el mundo, deseo de Dios que nos hace peregrinos incansables, alimentando
en nosotros el valor y la fuerza de la fe, que al mismo tiempo es valor y fuerza del
amor. Amén.