Mensaje del Papa: 450 aniversario del Monasterio de San José en Ávila
(RV).- El próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años de la fundación
del Monasterio de San José en Ávila y el inicio de la reforma del Carmelo por Santa
Teresa de Jesús. En la fiesta litúrgica de Nuestra Señora del Monte Carmelo Su Santidad
Benedicto XVI envió su mensaje al obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo.
El
mensaje que consta de 6 puntos destaca su deseo, con ocasión de esa feliz circunstancia,
de unirse a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo,
del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal,
han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por
Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida.
El Santo Padre
escribe que el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del
monasterio de San José, donde inició la reforma del Carmelo, y citamos las palabras
del Papa en su mensaje: “Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo
en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en
la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo
penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista
de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio”.
Hacia
el final de su mensaje Benedicto XVI subraya que santa Teresa supo honrar con gran
devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen.
Con esta inspiración el Papa escribe: “Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos
de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos
oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María, Estrella
de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella «estrella»
que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando
el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres”. (Patricia
L. Jáuregui Romero - Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DEL MENSAJE:
Mensaje
del Santo Padre Benedicto XVI al Señor Obispo de Ávila, S.E. Mons. Jesús García Burillo,
con ocasión del 450 aniversario de la fundación del Monasterio de San José en Ávila
y el inicio de la reforma del Carmelo por Santa Teresa de Jesús.
Al venerado
Hermano Monseñor Jesús García Burillo, Obispo de Ávila
1. Resplendens
stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro de la Vida 32,11). Con
estas palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila
del monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el próximo
24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años. Con ocasión de esa feliz circunstancia,
quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo
Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia
universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir
que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida. Enamorada del Señor,
esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel
que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas,
sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de
su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien
inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.
2. Dejarse conducir de este
modo por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración.
Ésta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas
veces a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la Vida 8,5). La reforma del Carmelo,
cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la oración.
Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la Regla mitigada,
santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro
personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro
de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (Camino de perfección 28,2). El monasterio
de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones
para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.
3. Santa
Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos
fueron «tiempos recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en ellos, al decir de esta Maestra
del espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (ibíd.
15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar
a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de
tratar con Dios asuntos de poca importancia» (Camino de perfección 1,5). ¿No nos resulta
familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante,
hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?
El fin último de la Reforma
teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores
espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo
de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde
la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir
cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño
de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no
trataban sino de «ir muy adelante en todas las virtudes» (Libro de la Vida 31,18).
En este sentido, Teresa escribe: «Precia más [nuestro Señor] un alma que por nuestra
industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios
que le podemos hacer» (Libro de las Fundaciones 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa
Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman
por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia,
que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.
4. También
hoy, como en el siglo XVI, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria
confiada sea el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante
dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de vida
vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.
En
esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran ayuda. Podemos
afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado,
con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva
toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados
renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el
dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de
Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. Libro de la Vida 22,1;
Las Moradas 6,7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio
el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo
como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso.
También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de
la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada,
que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente
de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa.
La fuerza de Cristo
conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que el pueblo de Dios recobre
su vigor de la única forma posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos
del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical
de su Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos
haga amigos del Maestro y nos configure con Él. También significa acoger en todo sus
mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la
renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez
y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que nace
de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor, estando siempre
dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa
de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.
5. A esa radicalidad
y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Ávila. Acogiendo
su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros
de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio
la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme
que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente
de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como
ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le
pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina,
con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando
en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf. Camino de perfección
21,2; 1,2).
6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen,
a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno pongo los
afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu
Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía.
Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para
que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la reforma
teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos
los hombres. Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopado, te envío este mensaje,
que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus desvelos pastorales, y muy especialmente
a las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Ávila, que perpetúan
en el tiempo el espíritu de su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor
de Pedro tengo constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Ávila,
imparto con afecto la Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores celestiales. Vaticano,
16 de julio de 2012 BENEDICTUS PP. XVI