Todo el amor en su corazón humano, en un rostro de hombre
(RV).- (Con Audio) Reconocer en la humanidad de Cristo la manifestación de Dios,
es lo que pidió a la Virgen el Sucesor de Pedro, en su saludo a los peregrinos de
lengua española, que rezaron con él en Castel Gandolfo, la oración mariana dominical
del ángelus. Con la imagen de Jesús rechazado por sus vecinos y parientes, que
trae a la contemplación el Evangelio del domingo 14 del tiempo ordinario, Benedicto
subrayó que “Jesús no pudo hacer muchos milagros en su pueblo de Nazaret, extrañándose
de su falta de fe”. Invitó entonces a pedir a la Virgen María que interceda por
nosotros para que aumente nuestra fe, y sepamos reconocer en la humanidad de Cristo
la perfecta revelación de Dios”.
Signo de Amor
En la reflexión
previa a la oración del Ángelus, el Papa explicó que en el pueblo de Jesús, sus vecinos
se escandalizan en vez de recibirlo con fe, porque lo conocían como el hijo del carpintero
y de María. “La familiaridad en el plano humano hace difícil ir más allá y abrirse
a la dimensión divina”. El Papa afirmó que “los milagros de Cristo no son una exhibición
de potencia, sino signos del amor de Dios, que se actúan ahí donde encuentra la fe
del hombre”, y dijo que también Jesús, en un cierto sentido se escandaliza, “la cerrazón
del corazón de su gente permanece para él oscura, impenetrable… ¿Porqué no se abren
a la bondad de Dios que ha querido compartir nuestra humanidad?”. Y concluyó: “…
El verdadero Signo es Él, Dios hecho carne, es Él el más grande milagro del universo:
todo el amor de Dios contenido en el corazón humano, en un rostro de hombre”. jesuita
Guillermo Ortiz. (Audio)
Audio saludos
del Papa en español:
Texto
completo pre- Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Quisiera
detenerme brevemente en la narración del Evangelio de este domingo, un testo del cual
está tomado el célebre dicho «Nemo propheta in patria», es decir ningún profeta es
bien aceptado entre su gente, que lo ha visto crecer (cfr. Mc 6,4). En efecto, después
de que Jesús, a casi 30 años, había dejado Nazaret y ya desde antes había ido predicando
y obrando curaciones en otros sitios, regresó una vez a su aldea poniéndose a enseñar
en la sinagoga. Sus conciudadanos «quedaban sorprendidos» por su sabiduría y, conociéndolo
como el «hijo de María», el «carpintero» que había vivido entre ellos, en lugar de
recibirlo con fe se escandalizaban de Él (cfr Mc 6,2-3). Éste hecho es comprensible,
porque la familiaridad en el plano humano hace difícil ir más allá y abrirse a la
dimensión divina. Jesús mismo lleva como ejemplo la experiencia de los profetas de
Israel, que precisamente en su patria habían sido objeto de desprecio, y se identifica
con ellos. A causa de esta cerrazón espiritual, Jesús no pudo cumplir en Nazaret «
ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos» (Mc
6,5). En efecto los milagros de Cristo no son una exhibición de potencia, sino signos
del amor de Dios, que se actúan ahí en donde encuentra la fe del hombre. Escribe Orígenes:
«Del mismo modo que para los cuerpos existe una atracción natural de parte de unos
hacia los otros, como entre el imán hacia el fierro… así tal fe ejerce una atracción
sobre la potencia divina» (Comentario al Evangelio de Mateo 10, 19).
Tal
parece que Jesús dé a sí mismo –como se dice- una explicación de la mala recepción
que encuentra en Nazaret. En cambio, al final de la narración, encontramos una observación
que enseña justo el contrario. Escribe el Evangelista que Jesús «se asombraba de su
falta de fe» (Mc 6,6). A la sorpresa de los conciudadanos, que se escandalizan, corresponde
la maravilla de Jesús. También Él, en un cierto sentido, se escandaliza. A pesar de
que sabe que ningún profeta es bien recibido en su patria, la cerrazón del corazón
de su gente permanece para Él oscura, impenetrable: ¿Cómo es posible que no reconozcan
la luz de la Verdad? ¿Porque no se abren a la bondad de Dios, que ha querido compartir
nuestra humanidad? En efecto, el hombre Jesús de Nazaret es la transparencia de Dios,
en Él Dios habita plenamente. Y mientras nosotros buscamos siempre otros signos, otros
prodigios, no nos percatamos de que el verdadero signo es Él, Dios hecho carne, es
Él el más grande milagro del universo: todo el amor de Dios contenido en el corazón
humano, en un rostro de hombre.
Aquella que ha comprendido verdaderamente
esta realidad es la Virgen María, beata porque ha creído (cfr Lc 1,45). María no se
escandalizó de su Hijo: su maravilla por Él está colmada de fe, plena de amor y de
gozo al verlo así humano y, al mismo tiempo, así divino. Aprendamos de ella, nuestra
Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la perfecta revelación de Dios.
Traducción: Patricia L. Jáuregui Romero - Radio Vaticano
Texto
saludos del Papa en español:
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua
española, y de modo especial a las Siervas de María Ministras de los Enfermos. Nos
dice el evangelio de este domingo que Jesús no pudo hacer muchos milagros en su pueblo
de Nazaret, extrañándose de su falta de fe. Pidámosle a la Virgen María que interceda
por nosotros para que aumente nuestra fe, y sepamos reconocer en la humanidad de Cristo
la perfecta revelación de Dios. Muchas gracias y feliz domingo.