Pequeños y frágiles, pero seguros en las manos de Dios
(RV).- En el ámbito de la visita del Santo Padre Benedicto XVI a la región italiana
de Emilia Romagna, a donde fue a llevar su solidaridad a las personas afectadas por
el terremoto de finales de mayo, el Pontífice se dirigió a la población para manifestarles
que su presencia entre estas poblaciones quiere ser “un signo de amor y de esperanza”.
A la vez que les recordó que las lleva “con gran afecto en su corazón”; porque como
les dijo el Papa, la Iglesia está cerca de todos ellos, seguirá estándolo “con su
oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, en particular de Caritas, que
también se empeñará en la reconstrucción del entramado comunitario de las parroquias”.
Texto
completo de la alocución del Sumo Pontífice: ¡Queridos
hermanos y hermanas!
¡Gracias por vuestra acogida!
Ya desde los primeros
días del terremoto, que os golpeó, estuve siempre cerca de vosotros con mi oración
y solicitud. Y al ver que la prueba se iba haciendo más dura, sentí cada vez más la
necesidad de venir personalmente entre vosotros. ¡Y doy gracias al Señor que me lo
ha concedido!
Así que os saludo con gran afecto, a todos los reunidos aquí,
y abrazo con mi pensamiento y mi corazón a todos las poblaciones que han sufrido daños
por el terremoto, especialmente a las familias y a las comunidades que lloran por
sus seres queridos que han muerto: que el Señor los acoja en su paz.
Hubiera
querido visitar a todas las comunidades para poder manifestar mi presencia de forma
personal y concreta, pero como bien saben hubiera sido difícil. Ahora, sin embargo,
quisiera que todos en cada población, pudieran sentir que el corazón del Papa está
cerca de vuestros corazones para consolaros, pero sobre todo para animaros y sosteneros.
Saludo al Señor Ministro representante del Gobierno, al Jefe del Departamento
de la Protección Civil y al Honorable Vasco Errani, presidente de la Región de Emilia-Romagna,
a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de las instituciones y
de la comunidad civil. Deseo agradecer asimismo al cardenal Carlo Caffarra, arzobispo
de Bolonia, por las amables palabras que me ha dirigido y que revelan la fortaleza
de vuestros corazones, que no tienen grietas, pero que están profundamente unidos
en la fe y en la esperanza. Saludo y agradezco a los hermanos obispos y sacerdotes,
a los representantes de las diversas realidades religiosas y sociales, a las fuerzas
de seguridad y a los voluntarios: es importante ofrecer un testimonio concreto de
solidaridad y de unidad.
Como os decía, he sentido la necesidad de venir, aunque
sea sólo por un breve momento, en medio de vosotros. También cuando estaba en Milán,
a principios de este mes, para el Encuentro Mundial de las Familias, hubiera querido
pasar a visitaros, y mi pensamiento se dirigía a menudo a vosotros. Pues sabía que,
además de sufrir las consecuencias materiales, estabais sufriendo pruebas anímicas,
debido a los continuos terremotos, también fuertes, así como por la pérdida de algunos
edificios emblemáticos de vuestras poblaciones, y entre ellos especialmente de tantas
iglesias. Aquí, en Rovereto de Novi, en el derrumbe de la iglesia – que acabo de ver
– murió don Iván Martini. Rindiendo homenaje a su memoria, dirijo un saludo particular
a vosotros, queridos sacerdotes, y a todos los hermanos, que estáis demostrando, como
ya ha sucedido en otros momentos difíciles de la historia de esta tierra, vuestro
amor generoso hacia el pueblo de Dios
Como sabéis, nosotros, los sacerdotes
- y también los religiosos y no pocos laicos - rezamos todos los días con el denominado
"Breviario", que contiene la Liturgia de las Horas, la oración de la Iglesia, que
marca el día. Oramos con los Salmos, según un orden que es el mismo para toda la Iglesia
católica en todo el mundo. ¿Por qué digo esto? Porque en estos días, rezando el Salmo
46, he encontrado esta expresión: "Dios es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda
siempre pronta en los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y
las montañas se desplomen hasta el fondo del mar" (Salmo 46,2-3).
¿Cuántas
veces he leído estas palabras? ¡Incontables veces! Hace 61 años recibí la ordenación
sacerdotal. Sin embargo, en momentos como éste, causan un fuerte impacto, porque sacuden
profundamente, dando voz a una experiencia que estáis viviendo ahora, y que comparten
todos los que rezan. Pero estas palabras del Salmo no sólo me conmueven porque utilizan
la imagen del terremoto, sino sobre todo por lo que afirman acerca de nuestra actitud
interior ante el trastorno de la naturaleza: una actitud de gran seguridad, afianzada
sobre la roca firme e inquebrantable que es Dios. Nosotros " no tememos aunque la
tierra se conmueva " - dice el salmista -, porque " Dios es nuestro refugio y fortaleza
", es "una ayuda siempre pronta en los peligros".
Queridos hermanos y hermanas,
estas palabras parecen en contraste con el temor que, inevitablemente, se experimenta
después de una experiencia como la que vosotros habéis vivido. Una reacción inmediata,
que puede imprimirse más profundamente, si el fenómeno se prolonga. Pero, en realidad,
el Salmo no se refiere a este tipo de miedo, y la seguridad que afirma no es la de
superhombres que no son tocados por los sentimientos normales. La seguridad de la
que habla es la de la fe, por lo cual, sí, puede haber temor, angustia – las ha experimentado
también Jesús – pero sobre todo está la certeza de que Dios está conmigo como el niño
que sabe siempre que puede contar con la mamá y el papá, porque se siente amado, querido,
independientemente de lo que suceda. Así somos nosotros con respecto a Dios: pequeños,
frágiles. Pero seguros en sus manos, es decir, confiados a su Amor que es sólido como
una roca. Este Amor nosotros lo vemos en Cristo Crucificado, que es el signo, al mismo
tiempo, del dolor y del amor. Es la revelación de Dios Amor, solidario con nosotros
hasta la extrema humillación.
Sobre esta roca, con esta firme esperanza, se
puede construir, se puede reconstruir. Sobre los escombros del postguerra – no sólo
materiales – Italia ha sido reconstruida ciertamente también gracias a las ayudas
recibidas pero, sobre todo, gracias a la fe de tanta gente animada por el espíritu
de verdadera solidaridad, por la voluntad de dar un futuro a las familias, un futuro
de libertad y de paz. Vosotros sois gente que todos los italianos estiman por vuestra
humanidad y afabilidad, por la laboriosidad unida a la jovialidad. Todo esto ahora
es puesto a dura prueba por esta situación, pero ella no debe y no puede mellas lo
que vosotros sois como pueblo, vuestra historia y vuestra cultura. Permaneced fieles
a vuestra vocación de gente fraterna y solidaria, y afrontaréis cada cosa con paciencia
y determinación, rechazando las tentaciones que, lamentablemente, están relacionadas
con estos momentos de debilidad y de necesidad.
La situación que estáis viviendo
ha evidenciado un aspecto que quisiera que estuviera bien presente en vuestro corazón:
¡no estáis ni estaréis solos! En estos días, en medio de tanta destrucción y dolor,
vosotros habéis visto y sentido que tanta gente se ha movido para expresaros cercanía,
solidaridad, afecto; y esto a través de tantos signos y ayudas concretos. Mi presencia
entre vosotros quiere ser uno de estos signos de amor y de esperanza. Mirando vuestras
tierras he experimentado profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto también
tantas manos que las quieren curar junto a vosotros; he visto que la vida recomienza,
quiere recomenzar con fuerza y valor, y éste es el signo más bello y luminoso.
Desde
este lugar deseo hacer un fuerte llamamiento a las instituciones, a todo ciudadano,
a ser, aun en las dificultados del momento, como el buen samaritano del Evangelio
que no pasa indiferente ante quien está necesitado, sino que, con amor, se inclina,
socorre, permanece a su lado, haciéndose cargo hasta el final de las necesidades del
otro (Cfr. Lc 10, 29-37). La Iglesia está cerca de vosotros y estará cerca con su
oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, en particular de Caritas, que
también se empeñará en la reconstrucción del entramado comunitario de las parroquias.
Queridos amigos, os bendigo a todos y a cada uno, y os llevo con gran afecto
en mi corazón.
(Traducción de Cecilia de Malak y María Fernanda Bernasconi
– RV).