jesuita Guillermo Ortiz En el Espíritu de Aparecida
(RV).- (Audio
del programa) El fin de semana más
cercano al 16 de julio se celebra en Puntarenas la Virgen del Mar, Patrona de los
pescadores en Costa Rica. Se la venera con la imagen de la Virgen del Carmen, sentada
sobre una ola. La historia refiere que marineros perdidos y en peligro de muerte invocaron
a la Virgen y ella se acercó a ellos para ayudarlos. El capitán del barco prometió
que todos los años celebrarían con una procesión de la Virgen en el mar. Las celebraciones
incluyen un desfile de embarcaciones de pesca y yates adornados muy coloridamente
frente a las playas de Puntarenas en el golfo de Nicoya; una de las embarcaciones
transporta una imagen de la Santa patrona de los pescadores.
Los obispos latinoamericanos
afirman en el número 264 del documento de Aparecida: “La piedad popular es una manera
legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser
misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es
parte de una “originalidad histórica cultural” de los pobres de este continente, y
fruto de “una síntesis entre las culturas y la fe cristiana”. En el ambiente de secularización
que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que
actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los
santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también
llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por
el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera
de la Iglesia”.
Es una fiesta de Esperanza
El Párroco de la
Catedral Nuestra Señora del Carmen, Juan Carlos Castañar Rodríguez, nos habla de la
historia y las celebraciones. Dice que las celebraciones de la Virgen del Mar son
una fiesta de esperanza para la gente humilde, sencilla, trabajadora que descubre
la acción de dios en la vida cotidiana y la presencia de la Virgen.
La
fuerza de Dios en ti
(RV).- (Audio) ¿Qué cautiva y atrae
tu corazón? “Jesús cautiva y atrae nuestro corazón”, ha dicho el Sucesor de Pedro,
Maestro y Guía universal en sus palabras a los peregrinos de lengua española en la
catequesis del miércoles 13 de junio.
Considero que esto de que Jesús cautiva
y atrae nuestro corazón es una experiencia personal de Benedicto, porque es claro
que Jesús es la fuerza del Papa. Pero en esta ocasión, él puso el ejemplo de Pablo
de Tarso, que “no presume de sus trabajos sino de la acción de Dios en él”.
La
enorme fuerza que mueve al Apóstol en su acción evangelizadora, hasta morir por Cristo
en Roma, es “la fuerza concreta del amor de Dios”, que transforma y anima la vida
y permite afrontar la adversidad –expreso nuestro maestro y guía.
¿Cómo obtengo
esta fuerza?
La clave para obtener la fuerza transformadora del amor de Dios
es la oración. El tema de la catequesis del Obispo de Roma fue otra vez la oración;
la experiencia contemplativa; la fuerza de la plegaria. En este marco afirmó que la
mística de Pablo de Tarso se funda en la intensa relación con el Señor.”
Por
eso Benedicto nos invita a todos “a dedicar más tiempo a la oración, para que nuestra
vida sea transformada y animada por la fuerza concreta del amor de Dios, y así afrontar
cada adversidad, convencidos de que todo lo podemos en Aquél que nos conforta”.
Contemplar
al Señor es fascinante
Benedicto XVI: “Queridos hermanos y hermanas: Deseo
hablarles de la experiencia contemplativa y de la fuerza en la plegaria a la que hace
referencia san Pablo para legitimar su condición de apóstol del evangelio. Él no presume
de sus trabajos o esfuerzos, sino de la acción de Dios en él. Antes de anunciar a
Cristo, ha vivido en silencio y contemplación. Su mística no se funda sólo en los
eventos excepcionales que ha tenido, sino también en lo cotidiano y la intensa relación
con el Señor.
Contemplar al Señor es fascinante porque Él nos atrae y cautiva
el corazón, experimentando paz, belleza, amor; pero es a su vez tremendo, porque se
evidencia la debilidad humana, las incapacidades, la dificultad de vencer el mal.
En un mundo en que se corre el riesgo de confiar solamente en la eficacia y la fuerza
de los medios humanos, estamos llamados a descubrir y dar testimonio del valor de
la plegaria.
En la oración se dan momentos de especial intensidad, en los
que se experimenta vivamente la presencia del Señor, pero es necesaria la constancia
y la fidelidad, sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento.
… Invito a todos a dedicar más tiempo a la oración, para que nuestra vida
sea transformada y animada por la fuerza concreta del amor de Dios, y así afrontar
cada adversidad, convencidos de que todo lo podemos en Aquél que nos conforta. Muchas
gracias.
Fueron Iluminados y Recreados
El Documento de Aparecida afirma:
(DA248) Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don
del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y
de renovada comunión y solidaridad” (DA249) Entre las muchas formas de acercarse a
la Sagrada Escritura hay una privilegiada a la que todos estamos invitados: la Lectio
divina o ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura. Esta lectura orante,
bien practicada, conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al conocimiento del misterio
de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús-Señor
del universo. Con sus cuatro momentos (lectura, meditación, oración, contemplación),
la lectura orante favorece el encuentro personal con Jesucristo al modo de tantos
personajes del evangelio: Nicodemo y su ansia de vida eterna (cf. Jn 3, 1-21), la
Samaritana y su anhelo de culto verdadero (cf. Jn 4, 1-42), el ciego de nacimiento
y su deseo de luz interior (cf. Jn 9), Zaqueo y sus ganas de ser diferente (cf. Lc
19, 1-10)…
Todos ellos, gracias a este encuentro, fueron iluminados y recreados
porque se abrieron a la experiencia de la misericordia del Padre que se ofrece por
su Palabra de verdad y vida. No abrieron su corazón a algo del Mesías, sino al mismo
Mesías, camino de crecimiento en “la madurez conforme a su plenitud” (Ef 4, 13), proceso
de discipulado, de comunión con los hermanos y de compromiso con la sociedad.