(RV).- El abrazo de las familias provenientes de todo el mundo y el calor de más de
un millón de fieles que participan en el VII Encuentro de las Familias, ha recibido
esta tarde a Benedicto XVI. Desde las 17.00 (hora local) del viernes hasta las
17.00 del domingo. 48 horas : un viaje que por un lado es una visita pastoral a la
capital lombarda y por otro un viaje "internacional" entre las familias del mundo.
Las tres jornadas del Papa en la diócesis más grande de Europa, a la cual han llegado
más de un millón de familias de casi 100 países, estarán dedicadas a recordar los
valores pastorales y espirituales de la institución familiar, ofuscados y, a menudo
despreciados, por la sociedad actual. La primera gran cita del Papa con los fieles
fue esta tarde a las 17.30 en la plaza del Duomo, la catedral en Milán, donde pronunció
su primer discurso transmitido por más de 40 televisiones de todo el mundo.
Discurso
completo del Santo Padre:
Señor Alcalde, distinguidas Autoridades, venerados
Hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio. ¡Queridos hermanos y hermanas de
la Arquidiócesis de Milán!
Saludo cordialmente a todos los aquí reunidos tan
numerosamente, así como a cuantos siguen este evento a través de la radio o la televisión.
¡Gracias por su calurosa acogida! Agradezco al Señor Alcalde por las corteses palabras
de bienvenida que me ha dirigido en nombre de la comunidad cívica. Saludo con deferencia
al Representante del Gobierno, al Presidente de la Región, al Presidente de la Provincia,
así como a los demás representantes de las Instituciones civiles y militares, y expreso
mi aprecio por la colaboración brindada para la realización de los diversos momentos
de esta visita.
Estoy feliz de estar hoy entre ustedes y agradezco a Dios,
que me ofrece la oportunidad de visitar su ilustre Ciudad. Mi primer encuentro con
los Milaneses se realiza en esta Plaza de la Catedral, corazón de Milán, donde surge
el imponente monumento símbolo de la Ciudad. Con su selva de agujas invita a mirar
hacia lo alto, a Dios. Justamente tal impulso hacia el cielo siempre caracterizó Milán
y le ha permitido a lo largo de los tiempo responder fructuosamente a su vocación:
ser un cruce de caminos – Mediolanum – de pueblos y de culturas. La ciudad ha sabido
de esta forma conjugar sapientemente el orgullo por la propia identidad con la capacidad
de acoger toda contribución positiva que le venía ofrecido en el transcurso de la
historia. También hoy, Milán está llamada a redescubrir este su papel positivo de
mensajero de desarrollo y de paz para toda Italia. Dirijo mi agradecimiento cordial
al Pastor de esta Arquidiócesis, el Cardenal Angelo Scola, por el recibimiento y las
palabras que me ha dirigido a nombre de la entera Comunidad diocesana; con él saludo
a los Obispos Auxiliares y a quienes lo han precedido en esta gloriosa y antigua Cátedra,
el Cardenal Dionigi Tettamanzi y el Cardenal Carlo María Martini.
Dirijo un
saludo particular a los representantes de las familias - provenientes de todo el
mundo- que participan del VII Encuentro Mundial. Dirijo un afectuoso pensamiento
a cuantos tienen necesidad de ayuda y de consuelo, y se encuentran afligidos por varias
preocupaciones: a las personas solas o en dificultad, a los desocupados, a los enfermos,
a los encarcelados, a cuantos están privados de una casa o de lo indispensable para
vivir una vida digna. Que no falte a ninguno de estos nuestros hermanos y hermanas
el interés solidario y constante de la colectividad. Con este motivo, me complazco
de todo cuanto la Diócesis de Milán ha hecho y continúa haciendo para ir concretamente
en ayuda a las necesidades de las familias más golpeadas por la crisis económico-financiera,
y por haberse de inmediato puesto en acción, junto a la entera Iglesia y sociedad
civil en Italia, para socorrer a las poblaciones victimas del terremoto de Emilia
Romagna, que están en nuestros corazones y nuestra oración y por las cuales invito,
una vez más, a una generosa solidaridad.
El VII Encuentro Mundial de las Familias
me ofrece la grata ocasión de visitar su Ciudad y de renovar los lazos estrechos y
constantes que unen la comunidad ambrosiana con la Iglesia de Roma y al Sucesor de
Pedro. Como es sabido, san Ambrosio provenía de una familia romana y mantuvo siempre
viva su unión con la Ciudad Eterna y con la Iglesia de Roma, manifestando y elogiando
el primado del Obispo que la preside. En Pedro –afirma- «está el fundamento de la
Iglesia y el magisterio de la disciplina» (De virginitate, 16, 105); y también en
la conocida declaración: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia» (Explanatio Psalmi
40, 30, 5). La sabiduría pastoral y el magisterio de Ambrosio sobre la ortodoxia de
la fe y sobre la vida cristiana dejarán una huella indeleble en la Iglesia universal
y, en particular, marcarán a la Iglesia de Milán, que jamás ha dejado de cultivar
la memoria y de conservar su espíritu. La Iglesia ambrosiana, custodiando las prerrogativas
de su rito y las expresiones propias de la única fe, está llamada a vivir en plenitud
la catolicidad de la Iglesia una, a testimoniarla y a contribuir a enriquecerla.
El
profundo sentido eclesial y el sincero afecto de comunión con el Sucesor de Pedro,
forman parte de la riqueza y de la identidad de su Iglesia a lo largo de todo su camino,
y se manifiestan en modo luminoso en las figuras de los grandes Pastores que la han
guiado. En primer lugar san Carlo Borromeo: hijo de su tierra. Él fue, como decía
el Siervo de Dios Pablo VI, “un forjador de la conciencia y de la costumbre del pueblo”
(Discorso ai Milanesi, 18 marzo 1968); y lo fue sobretodo con la aplicación amplia,
tenaz y rigurosa de las reformas tridentinas, con la creación de instituciones renovadoras,
a comenzar de los Seminarios, y con su ilimitada caridad pastoral radicada en una
profunda unión con Dios, acompañada de una ejemplar austeridad de vida. Junto con
los santos Ambrogio y Carlo, deseo recordar otros excelentes Pastores más cercanos
a nosotros, que han embellecido con la santidad y la doctrina de la Iglesia de Milán:
el beato Cardenal Andrea Carlo Ferrari, apóstol de la catequesis y de los oradores
y promotor de la renovación social en sentido cristiano; el beato Alfredo Ildefonso
Schuster, el “Cardenal de la oración”, Pastor incansable, hasta la consumación total
de sí mismo por sus fieles. Además, deseo recordar dos Arzobispos de Milán que devinieron
Pontífices: Achille Ratti, Papa Pio XI; a su determinación se debe la positiva conclusión
de la “Questione Romana” y la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano; y
el Siervo de Dios Giovanni Battista Montini; Pablo VI, bueno y sabio, que, con mano
experta, supo guiar y llevar a un feliz resultado el Concilio Vaticano II. En la Iglesia
ambrosiana maduraron además algunos frutos espirituales particularmente significativos
para nuestro tiempo. Entre todos quiero hoy recordar, precisamente pensando en las
familias, a santa Gianna Beretta Molla, esposa y madre, mujer comprometida en el ámbito
eclesial y civil, que hizo resplandecer la belleza y la alegría de la fe, de la esperanza
y de la caridad.
Queridos amigos, su historia es riquísima de cultura y de
fe. Tal riqueza ha vivificado el arte, la música, la literatura, la cultura, la industria,
la política, el deporte, las iniciativas de solidaridad de Milán y de toda la Arquidiócesis.
Toca ahora a ustedes, herederos de un glorioso pasado y de un patrimonio espiritual
de inestimable valor, comprometerse para transmitir a las generaciones futuras la
llama de una tan luminosa tradición. Ustedes bien saben cuánto sea urgente introducir
en el actual contexto cultural la levadura evangélica.
La fe en Jesucristo,
muerto y resucitado por nosotros, vivo entre nosotros, debe animar a todo el tejido
de la vida, personal y comunitaria, privada y pública, de modo de poder consentir
un estable y auténtico “bienestar”, a partir de la familia, que va redescubierta cual
patrimonio principal de la humanidad, coeficiente y signo de una verdadera y estable
cultura a favor del hombre. La singular identidad de Milán no debe aislarla ni separarla
encerrándola en si misma. Al contrario, conservando la linfa de sus raíces y los rasgos
característicos de su historia, ella está llamada a mirar al futuro con esperanza,
cultivando un vínculo íntimo y propulsor con la vida de toda Italia y de Europa. En
la clara distinción de los papeles y de las finalidades, la Milán positivamente “laica”
y Milán de la fe son llamadas a concurrir al bien común.
Queridos hermanos
y hermanas, ¡gracias de nuevo por su acogida! Los confío a la protección de la Virgen
María, que desde la más alta aguja de la Catedral vela maternalmente día y noche sobre
esta Ciudad. A todos ustedes que estrecho en un gran abrazo, imparto mi afectuosa
Bendición.
(Traducción del italiano: Griselda Mutual, Raúl Cabrera, RV)