Las tribulaciones nada pueden contra quien está sostenido por la gracia divina
(RV).- En su catequesis sobre el tema de la oración, el Papa se refirió al ejemplo
de San Pablo, destacando la cercanía de Dios, tanto en las pruebas que tuvo que soportar,
como en la fuerza y el valor que el Señor le infundió para hacerlo.
La audiencia
comenzó con la siguiente introducción bíblica: (Audio)
En su catequesis
en nuestro idioma, el Papa dijo:
(Audio) Queridos hermanos
y hermanas: La lectura que hemos escuchado es una de las plegarias de bendición
más hermosas de la Escritura. En ella, san Pablo nos muestra que las tribulaciones
nada pueden contra aquél que es sostenido por la gracia divina. El Apóstol es un ejemplo
eximio de esa cercanía de Dios, tanto en las pruebas que tuvo que soportar, como en
la fuerza y el valor que el Señor le infundió para hacerlo. El consuelo del que habla
no es un mero lenitivo al dolor, sino un estímulo para no dejarnos vencer por las
dificultades. Unidos a Cristo en las fatigas que Él carga sobre sí, no sólo somos
capaces de afrontar cualquier prueba sino, incluso, de consolar también nosotros a
los demás en sus luchas. La oración y la fe en su presencia nos alientan, y en medio
de las contrariedades sentimos el consuelo de Dios. Así, la fe se refuerza por la
experiencia concreta del amor fiel de Cristo, que llega hasta la entrega en la cruz.
A ese enorme «sí», que el Espíritu Santo hace perenne y universal, responde el «amén»
de la Iglesia, que resuena en la liturgia y en la oración personal. En él debemos
expresar nuestra adhesión total al «sí» de Dios, pues uniéndonos al Señor, participamos
de su consuelo.
De los saludos del Papa a los diversos grupos de files
presentes en la Plaza de San Pedro, destacamos el dirigido a los queridos peregrinos
polacos, de modo particular a los jóvenes que se están preparando para el encuentro
de Lednica. A estos queridos amigos aludiendo al tema de este evento, “¡El amor te
encontrará!” -que profundizarán a través del mensaje de Jesús Misericordioso anotado
por Santa Faustina en su Diario, junto a la oración, la adoración, la Confesión y
la Eucaristía- el Obispo de Roma les deseó que arda en ellos el fuego de la Divina
Misericordia, para que transforme los corazones de todos los jóvenes del mundo, los
colme de paz, fe fuerza y de esperanza. “Ante el rostro de Jesús Misericordioso”,
el Papa los invitó a buscar las respuestas a sus interrogantes, a sus inquietudes
y a su misma felicidad. Y antes de bendecir de corazón a todos ellos y a su encuentro,
les dijo que sabe que la experiencia de Lednica, de la que nace una escuela de formación
en una fe madura, está fructificando en un nuevo movimiento que está naciendo en la
Iglesia.
Con alegría Su Santidad saludó y bendijo a los peregrinos croatas,
de modo particular a los files procedentes de Arbanasi y a los grupos de confirmandos
de las Misiones católicas croatas en Alemania. A estos queridos amigos, que han recibido
el don del Espíritu Santo, los invitó a testimoniar más valerosamente su fe en Jesucristo
con esta gracia celestial.
El Papa también saludó de corazón a los peregrinos
eslovacos, particularmente a los procedentes de las parroquias de Oslany y Drienov,
así como también a los de la Escuela católica primaria Anton Bernolák de Nové Zámky.
A estos hermanos y hermanas, antes de bendecirlos junto a sus familias, el Pontífice
les recordó que el domingo 27 de mayo hemos celebrado la Solemnidad de Pentecostés,
razón por la cual los exhortó a “ser siempre dóciles a la acción del Espíritu Santo”.
Al dar su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana, Benedicto
XVI saludó a las Misioneras Franciscanas del Niño Jesús, a las Religiosas de Nuestra
Señora de la Merced y a las Monjas Franciscanas de la Inmaculada, que celebran sus
respectivos Capítulos Generales. A estas queridas hermanas, el Papa les deseó que
el Señor les done la capacidad de responder con prontitud a sus solicitaciones.
De
la misma manera el Papa saludó a los representantes del Centro Deportivo Italiano
de Imola, acompañados por su Obispo, Mons. Tommaso Ghirelli, junto a los miembros
de la Selección de Fútbol de sacerdotes y ministrantes de la Parroquia de los Santos
Antonio y Aníbal María de Roma.
Por último, como es costumbre, al dirigirse
a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta audiencia general, el
Santo Padre formuló votos para que el Espíritu Santo, don de Cristo resucitado, guíe
a los queridos jóvenes, y los haga capaces de orientar con decisión su vida hacia
el bien; sostenga a los queridos enfermos para acoger el sufrimiento como instrumento
misterioso de salvación para ellos y para los hermanos y ayude a los queridos recién
casados a redescubrir cada día las exigencias del amor, a estar siempre preparados
para comprenderse y sostenerse recíprocamente.
A los numerosos peregrinos procedentes
de América Latina y de España, Benedicto XVI les dijo:
(Audio) Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española provenientes de España, México, Venezuela, Colombia,
Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a entrar en el «sí» de Dios,
secundando su voluntad, para poder afirmar con san Pablo: «no soy yo que el que vive,
es Cristo quien vive en mí». Muchas gracias.
(María Fernanda Bernasconi
– RV).
Texto completo de la catequesis central del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas,
en estas catequesis, estamos meditando sobre la oración
en las cartas de San Pablo y estamos tratando de ver como la oración cristiana es
un verdadero encuentro personal con Dios Padre, en Cristo, por medio del Espíritu
Santo. Hoy en este encuentro entran en diálogo el “sí” fiel de a Dios y el "amén"
confiando de los creyentes. Quisiera hacer hincapié en esta dinámica, deteniéndome
en la Segunda Epístola a los Corintios. San Pablo envía esta carta apasionada a una
Iglesia que ha cuestionado reiteradamente su apostolado, y él abre su corazón, para
que los beneficiarios tengan confianza de su lealtad a Cristo y al Evangelio. Esta
Segunda Epístola a los Corintios comienza con una de las oraciones de bendición más
altas del Nuevo Testamento y dice así: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta
en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el
mismo consuelo que recibimos de Dios”(2 Cor 1,3-4). Así que Pablo vive en gran
tribulación, son muchas las dificultades y las aflicciones que Pablo tuvo que pasar,
pero sin ceder al desaliento, sostenido por la gracia y por la cercanía del Señor
Jesucristo, por el cual se convirtió en apóstol y testigo, entregando en sus manos
toda su propia existencia. Es por ello que Pablo comienza esta carta con una oración
de bendición y acción de gracias a Dios, porque no ha habido momento de su vida como
apóstol de Cristo en que haya sentido la falta de apoyo del Padre misericordioso,
el Dios de toda consolación Él sufrió terriblemente, lo dice en esta carta, pero
en todas estas situaciones donde parecía que no se abriera otro camino, recibió consuelo
y confortación de Dios. Por anunciar a Cristo sufrió persecuciones, hasta llegar a
ser encerrado en la cárcel, pero se sintió siempre interiormente libre, animado por
la presencia de Cristo, y con ganas de anunciar la palabra de esperanza del Evangelio.
Desde la cárcel, escribe a Timoteo, su fiel colaborador. Encadenado escribe: " Pero
la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas pruebas por amor a los
elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús
y participen de la gloria eterna” (2 Tim 2:9 b-10). En su sufrimiento por Cristo,
experimenta el consuelo de Dios. Escribe: “Porque así como participamos abundantemente
de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo”.
(2 Cor 1,5).
En la oración de bendición, que introduce la Segunda Epístola
a los Corintios domina pues el tema, junto con el tema de la aflicción, el tema del
consuelo, que no debe interpretarse sólo como una simple confortación, sino sobre
todo como un estímulo y exhortación a no dejarse vencer por los problemas y las dificultades.
La invitación es a vivir cada situación unido a Cristo, que carga sobre sí todo el
sufrimiento y el pecado del mundo para traer la luz, la esperanza y la redención.
Así Jesús nos hace capaces de consolar nosotros mismos a los que están sufriendo asimismo
cualquier tipo tribulación. La profunda unión con Cristo en la oración, la confianza
en su presencia, conducen a una voluntad de compartir los sufrimientos y las aflicciones
de los demás. Pablo escribe: "¿Quién es débil, sin que yo me sienta débil? ¿Quién
está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas?”(2 Corintios 11:29)?.
Este intercambio no surge de una simple benevolencia, ni sólo por el espíritu de la
generosidad humana y el altruismo, sino que surge del consuelo del Señor, del firme
apoyo, de la "extraordinaria fuerza que viene de Dios y no de nosotros" (2 Cor 4,7).
Queridos
hermanos y hermanas, nuestra vida y nuestro caminar cristiano a menudo están marcados
por dificultades, por incomprensiones, por el sufrimiento. Todos lo sabemos. En la
relación de fidelidad con el Señor, en la oración constante, diaria, podemos sentir
también nosotros realmente el cosuelo que viene de Dios. Y esto fortalece nuestra
fe, porque nos hace experimentar de forma concreta el "sí" de Dios al hombre, a nosotros,
a mí, en Cristo, nos hace sentir la fidelidad de su amor, que llega hasta el don de
su Hijo en la Cruz. San Pablo afirma: "Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, el que
nosotros hemos anunciado entre ustedes –tanto Silvano y Timoteo, como yo mismo– no
fue «sí» y «no», sino solamente «sí». En efecto, todas las promesas de Dios encuentran
su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya"(2
Corintios 1:19-20). El “sí” de Dios no se reduce a la mitad, no va entre un sí y
un no, sino que es un simple seguro sí. Y a este si nosotros respondemos con nuestro
sí, con nuestro Amén, y así estamos seguros del sí de Dios.
La fe no es principalmente
una acción humana, sino don gratuito de Dios, que tiene sus raíces en su lealtad,
en su "sí", que nos hace comprender cómo vivir nuestra existencia amándole a Él
y a nuestros hermanos. Toda la historia de la salvación es una revelación progresiva
de esta fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades y nuestros rechazos,
en la certeza de que "los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables", como dice
el Apóstol en la Carta a los Romanos (11 , 29).
Queridos hermanos y hermanas,
la forma de actuar de Dios es muy diferente de la nuestra – Él nos da consuelo, fortaleza
y esperanza, porque Dios no retira su “sí”. Ante los contrastes en las relaciones
humanas, a menudo también en las familiares, nos sentimos llevados a no perseverar
en el amor gratuito, que cuesta esfuerzo y sacrificio. En cambio, Dios no se cansa
de nosotros, nunca se cansa de ser paciente con nosotros y, con su inmensa misericordia,
nos precede siempre, es el primero que sale a nuestro encuentro, su sí es absolutamente
fiable. En el evento de la Cruz nos ofrece la medida de su amor, que no calcula y
que es inconmensurable. San Pablo en su carta a Tito escribe: " Se manifestó la bondad
de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres" (Tito 3,4). Y para que este "sí"
se renueve cada día " nos ha ungido, también nos ha marcado con su sello y ha puesto
en nuestros corazones las primicias del Espíritu. (2 Cor 1,21 b-22).
En efecto,
es el Espíritu Santo el que hace constantemente presente y vivo el "sí" de Dios en
Jesucristo y crea en nuestros corazones el anhelo de seguirlo, para entrar de lleno,
un día, en su amor, cuando recibiremos una morada no hecha con manos humanas, en el
cielo. No hay ninguna persona que no sea alcanzada e interpelada por este amor fiel,
capaz de esperar también a cuantos siguen respondiendo con el “ no” del rechazo o
del endurecimiento del corazón. Dios nos espera, nos busca siempre, quiere acogernos
en la comunión consigo, para donarnos a cada uno de nosotros la plenitud de la vida,
de la esperanza y de la paz.
En el "sí" fiel de Dios se injerta el "amén"
de la Iglesia, que resuena en todas las acciones de la liturgia: amén es la respuesta
de la fe que cierra siempre nuestra oración personal y comunitaria, y que expresa
nuestro" sí a la iniciativa de Dios. A menudo respondemos por costumbre con nuestro"
amén" en la oración, sin comprender su significado más profundo. Este término viene
de 'aman, que en hebreo y arameo, significa "hacer estable", "consolidar" y, por tanto,
"estar seguro" o "decir la verdad." Si nos fijamos en las Escrituras, vemos que el
"amén" se dice al final de los Salmos de bendición y de alabanza, como, por ejemplo,
en el Salmo 41,13-14: " Tú me sostuviste a causa de mi integridad, y me mantienes
para siempre en tu presencia. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre
y para siempre! ¡Amén! ¡Amén!"
O también expresa la adhesión a Dios, en el
momento en que el pueblo de Israel regresa lleno de alegría del exilio de Babilonia
y dice "sí", su "Amén" a Dios y a su Ley. En el Libro de Nehemías se narra que " Esdras
abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando
lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande y
todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!»"(Ne 8,5-6).
Así
pues, desde el principio, el "amén" de la liturgia judía se ha vuelto el "amén" de
las primeras comunidades cristianas. Y el libro de la liturgia cristiana por excelencia,
el Apocalipsis de San Juan, comienza con el "amén" de la Iglesia: " Él nos amó y nos
purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino
sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los
siglos! Amén. "(Ap 1:5 b-6). Así se lee en el primer capítulo del Apocalipsis, libro
que termina con la invocación: "¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22:21).
Queridos
amigos, la oración es el encuentro con una Persona viva, para escucharla y dialogar
con ella; es el encuentro con Dios que renueva su lealtad inquebrantable, su "sí"
al hombre, a cada uno de nosotros, para darnos su consuelo en medio de las tormentas
de la vida y hacernos vivir, unidos a Él, una existencia llena de alegría y de bondad,
que encontrará su cumplimiento en la vida eterna.
En nuestra oración estamos
llamados a decir "sí" a Dios, a responder con este "amén" de la adhesión, de la fidelidad
a Él de toda nuestra vida. Fidelidad que nunca podremos conquistar con nuestras fuerzas,
no es sólo el fruto de nuestro compromiso diario, sino que viene de Dios y se funda
en el "sí" de Cristo, que afirma: Mi comida es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn
4, 34). Y es en este “sí” que debemos entrar, entrar en este “sí” de Cristo, en la
adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que no somos al
fin nosotros los que vivimos, sino que Cristo mismo vive en nosotros. Entonces, el
'"amén" de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra
vida. Una vida de consolación de Dios, en una vida inmersa en el amor eterno e inquebrantable.
Gracias.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak)