2012-05-11 19:06:18

Concierto en honor del Santo Padre


(RV).- La tarde del viernes 11 de mayo a las 17,30 Benedicto XVI recibió al presidente de Italia Giorgio Napolitano, para asistir, ambos, media hora después, al concierto en honor del Pontífice, que tuvo lugar en el Aula Pablo VI, ofrecido por el mandatario italiano con motivo del séptimo aniversario de la elección de Joseph Ratzinger. Según el vocero de la Santa Sede, P. Lombardi, "en el transcurso del cordial coloquio entre el Papa y el Presidente de la República, durado 20 minutos, ha sido expresada la común preocupación por la paz, también con referencia a la situación en Oriente Medio". "Por su parte el Papa Benedicto XVI ha expresado al Presidente su personal gratitud por el gesto de ofrecerle este 'maravilloso Concierto'; ha manifestado una vez más su afecto por Italia y su cercanía a todos los italianos, asegurando su oración en este momento arduo y de empeño para el País".

Discurso completo del Santo Padre al final del concierto:

¡Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Honorables Ministros y Autoridades,
Venerados hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado,
Gentiles Señores y Señoras!

Un vivo y deferente saludo al Presidente de la República Italiana, Honorable Giorgio Napolitano y a Su gentil Señora, al cual aúno el sincero agradecimiento por las palabras cordiales, por los dones de un violín y de una valiosa partitura, y por este Concierto de música sacra de dos grandes autores italianos; son señales que manifiestan, una vez más, el lazo entre el Sucesor de Pedro y esta querida Nación. Un saludo al Presidente del Consejo, Senador Mario Monti, y a todas las Autoridades. Un sincero agradecimiento a la Orquesta y al Coro del Teatro de la Opera de Roma, a las dos Sopranos, y sobretodo al Maestro Riccardo Muti por la intensa interpretación y ejecución. Es conocida la sensibilidad del Maestro Muti por la música sacra, como también el compromiso porque este rico repertorio que expresa en música la fe de la Iglesia sea cada vez más conocido. También por esto me alegra entregarle una condecoración pontificia. Expreso gratitud al Municipio de Cremona, al Centro de Musicología Walter Stauffer y a la Fundación Antonio Stradivari-La Triennale por haber puesto a disposición de las primeras partes de la Orquesta algunos antiguos y preciosos instrumentos de sus colecciones propias.

Antonio Vivaldi es un gran exponente de la tradición musical veneciana ¡Quien no conoce de él al menos las Cuatro Estaciones! Pero aún permanece poco difundida su producción sacra, que ocupa un significativo lugar en su obra y es de gran valor, sobretodo porque expresa su fe. El Magníficat que hemos escuchado es el canto de alabanza de María y de todos los humildes de corazón, que reconocen y celebran con gozo y gratitud la acción de Dios en la propia vida y en la historia; de Dios que tiene un «estilo» diverso de aquel del hombre, porque se pone de la parte de los últimos para dar esperanza. Y la música de Vivaldi expresa la alabanza, la exultación, el agradecimiento y también la maravilla frente a la obra de Dios, con una extraordinaria riqueza de sentimientos: del solemne unísono coral al inicio, en el que es toda la Iglesia la que magnifica el Señor, al brioso «Et exultavit», al bellísimo momento coral del «Et misericordia» sobre el que se detiene con audaces armonías, ricas de modulaciones imprevistas, para invitarnos a meditar sobre la misericordia de Dios que es fiel y se extiende por todas las generaciones.
Con las dos piezas sacras de Giuseppe Verdi, que hemos escuchado, el registro cambia: nos encontramos ante el dolor de María a los pies de la Cruz: Stabat Mater dolorosa. El gran Operista italiano, así como había indagado y expresado el drama de tantos personajes en sus obras, aquí trata aquel de la Virgen que mira al Hijo en la Cruz. La música se hace esencial, casi se «aferra» a las palabras para expresar de la manera más intensa posible el contenido, en una gran variedad de sentimientos. Basta pensar al doliente sentido de «piedad» con el que tiene inicio la Secuencia, al dramático «Pro peccatis suae gentis», al susurrado «dum emisit spiritum», a las invocaciones corales llenas de emoción, pero también de serenidad, dirigidas a María «fons amoris», para que podamos participar a su dolor materno y hacer arder nuestro corazón de amor a Cristo, hasta la estrofa final, súplica intensa y potente a Dios para que al alma le sea dada la gloria del Paraíso, aspiración ultima de la humanidad.
También el Te Deum es un subseguirse de contrastes, pero la atención de Verdi al texto sacro es minuciosa, tanto de ofrecer una lectura diversa de la tradición. El no ve sólo el canto de las victorias o de las coronaciones, sino, como escribe, un subseguirse de situaciones: la exultación inicial - «Te Deum», «Sanctus» -, la contemplación del Cristo encarnado, que libera y abre el Reino de los Cielos, la invocación al «Judex venturus», para que tenga misericordia, y por último el grito repetido por el soprano y el coro «In te, Domine speravi» con el que se cierra la pieza, casi una petición del mismo Verdi a tener esperanza y luz en el tramo final de la vida. Aquellas que hemos escuchado esta tarde son las últimas dos piezas escritas por el Compositor, no destinadas a la publicación, sino escritas sólo para sí mismo; es más, él habría querido ser sepultado con la partitura del Te Deum.
Queridos amigos, deseo que esta tarde podamos repetir a Dios, con fe: En ti, Señor, repongo, con gozo, mi esperanza, haz que te ame como tu Santa Madre, para que a mi alma, al final del camino, le sea dada la gloria del Paraíso. Al Señor Presidente de la Republica Italiana, a las solistas, a los miembros del Teatro de la Opera de Roma, al Maestro Muti, a los organizadores y a todos los presentes de nuevo gracias. El Señor los bendiga a ustedes y a sus seres queridos.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera, RV)








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