(RV).- Ante los grandes sufrimientos que la pobreza material y espiritual provocan
en el mundo, Benedicto XVI alentó a una nueva movilización para afrontar – en la justicia
y la solidaridad – todo lo que amenaza al hombre y a su medio ambiente. Y a construir
una sociedad donde la sobriedad y la fraternidad logren vencer la miseria, superando
toda indiferencia, egoísmo, explotación, derroche y exclusión.
En su cordial
bienvenida a cinco nuevos embajadores ante la Santa Sede - República Federal Democrática
de Etiopía, Malasia, Irlanda, República de Fiyi y Armenia – el Papa reflexionó sobre
el hecho de que, debido al desarrollo de los medios de comunicación, de alguna manera
el mundo se ha vuelto más pequeño, por lo que tenemos la capacidad de conocer casi
de inmediato los acontecimientos que se desarrollan en el mundo entero, así como las
necesidades de los pueblos y de las personas. Y esta capacidad se vuelve al mismo
tiempo un apremiante llamamiento que nos debe impulsar a estar más cercanos, en las
alegrías y en las dificultades.
Los desplazamientos hacia las ciudades, los
conflictos armados, el hambre y las pandemias aumentan de forma dramática la pobreza,
que asume también formas nuevas, señaló el Santo Padre, añadiendo luego que la crisis
económica mundial está causando cada vez más una difusa precariedad en las familias.
Al tiempo que la creación y multiplicación de necesidades lleva a un consumismo sin
límites, va creciendo también un sentido de frustración y de soledad, debida a la
exclusión, recordó Benedicto XVI, poniendo en guardia contra las asechanzas de estas
realidades y dirigiendo una exhortación a los responsables de los estados:
«Cuando la
miseria coexiste con la gran riqueza, nace una sensación de injusticia que puede ser
fuente de revueltas. Por lo tanto, es necesario que los Estados velen para que las
leyes sociales no aumenten las desigualdades y permitan que cada persona viva decentemente».
Con
la Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI reiteró que el desarrollo
que toda nación aspira debe abarcar a cada persona en su integralidad y no sólo en
el crecimiento económico. Convicción que debe asumir una voluntad de acción eficaz
y concreta. Experiencias como el microcrédito y las iniciativas para crear asociaciones
equitativas, muestran que es posible armonizar los objetivos económicos con los principios
sociales, la gestión democrática y el respeto por la naturaleza, puso de relieve el
Papa, para luego reafirmar la importancia de ennoblecer y promover el trabajo manual
y la agricultura:
«Allí se puede
encontrar una verdadera ayuda que, puesta en obra en ámbito local, nacional e internacional,
tiene en cuenta la unicidad, el valor y el bien integral de cada persona. La calidad
de las relaciones humanas y la distribución de los recursos son la base de la sociedad,
permitiendo que cada uno tenga su legítimo lugar y que viva con dignidad en conformidad
con sus aspiraciones».
Sin olvidar que para el fortalecimiento los cimientos
humanos de la realidad socio-política, debemos estar atentos a otro tipo de miseria,
es decir la pérdida de valores espirituales y de Dios – pues este vacío hace que sea
más difícil discernir entre el bien y el mal, y la superación de los intereses personales
para favorecer el bien común – el Santo Padre recordó que todo ello lleva también
a que se sigan ciertas corrientes de moda y a que, evitando el esfuerzo de reflexión
y de crítica, muchos jóvenes en busca de un ideal, recurran a paraísos artificiales
que los destruyen. Adicciones, consumismo, materialismo y bienestar no llenan el corazón
del hombre, que ha sido hecho para lo infinito:
«Porque la
mayor pobreza es la falta de amor. En las angustias, la compasión y la escucha desinteresadas
son un consuelo. Aun sin grandes recursos materiales, es posible ser felices. Vivir
simplemente en armonía con lo que creemos, debe seguir siendo posible, y aumentar
cada vez más. Animo todos los esfuerzos emprendidos, en particular, en favor de las
familias. Teniendo en cuenta, además, que la educación debe velar por la dimensión
espiritual porque «El ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente» (Caritas
in veritate, 76). Y este tipo de educación ayuda a construir y fortalecer los vínculos
más auténticos, puesto que abre a una sociedad más fraterna, que ayuda a construir».
En
este contexto, Benedicto XVI volvió a recordar el deber de los estados:
«Los Estados
tienen el deber de promover su patrimonio cultural y religioso que contribuye al desarrollo
de una nación, y de facilitar el acceso a todos, porque familiarizándose con su propia
historia, cada uno es llevado a descubrir las raíces de su propia existencia. La religión
permite reconocer al otro como hermano en humanidad. Permitir a cada uno que tenga
la oportunidad de conocer a Dios, y ello en plena libertad, es ayudarle a forjar
una personalidad fuerte interiormente, que le hará capaz de testimoniar el bien y
de cumplir el bien, aunque le cueste. ‘ La disponibilidad para con Dios provoca la
disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una misión de solidaridad
y de alegría» (Caritas in veritate, 78).