(RV).- (Audio)
Los dos millones de
personas en Roma son sólo parte de la visibilidad que alcanzó la vida y la unidad
de la Iglesia con la beatificación de Juan Pablo II el 1 de mayo de 2012. Una porción
importante de la familia católica del mundo vibró con el mismo rostro multiplicado
en carteles, frecuencias de Radio, pantallas de video y TV. Las estampas con la imagen
del un hombre conocido y amado universalmente, revivió experiencias personales fuertes,
de encuentro con el algo del mismo Dios en la persona y el testimonio de Karol Wojtyla.
El sentir popular, ese “sensus fidelium” que se manifestó en el grito “santo Ya” de
su funeral, vibró finalmente en la voz de Benedicto cuando exclamó: “El día ha llegado
Juan Pablo II es beato”.
“Abran de par en par las puertas a Cristo” repitió
incansablemente JPII en sus 27 años de pontificado. Benedicto dijo que “Juan Pablo
hizo él mismo primero lo que nos pidió. “No tengan miedo” agregaba siempre Wojtyla
en su clamoroso pedido. Benedicto indicó que su predecesor “nos enseñó a no tener
miedo de ser cristianos”.
Una pregunta interesante para el examen personal
es ciertamente sobre nuestro miedo: ¿Qué miedo nos impide abrir de para en par las
puertas a Cristo? Abandonarse confiadamente en manos del Señor; darle la vida entera
en sacrificio de amor a Dios y como servicio a nuestros hermanos, es algo que naturalmente
da miedo. Juan Pablo II venció en sí mismo ese miedo y con la ayuda del Señor se entregó
completamente a Dios. ¿Y yo?
Un ruego a Dios esencial, por intercesión del
querido Juan Pablo, es que la vibración profunda y vivificante que experimentamos
en la beatificación siga convirtiéndose en una respuesta generosa al llamado de Jesús
a cada uno.
Si Juan Pablo II abrió las puertas a Cristo y el Señor hizo en
él maravillas, también lo puede hacer con nosotros y por su intercesión.