En el espíritu de Aparecida, jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Audio)
El Sucesor de Pedro
retomó el tema de la oración en sus Catequesis del miércoles. El 18 de abril de 2012,
en la plaza de San Pedro, con un texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles, en
el que Pedro y Juan perseguidos y apresados por predicar el evangelio salen de la
cárcel. La comunidad reunida –dijo el Papa- “no busca cómo reaccionar o defenderse,
ni qué medidas adoptar, simplemente reza. Su plegaria es unánime y concorde, ya que
lo que vive un hermano atañe a todos. No se atemoriza, ni se disgrega, sino que se
afianza su unión, porque está sostenida por la oración”. El obispo de Roma expresó
que la comunidad pide sobre todo valentía para anunciar la palabra de Dios y que el
Señor acompañe el anuncio con mano poderosa; “Como el Señor en Getsemaní –la comunidad-,
se confía en la presencia, la ayuda y la fuerza de Dios. Al rezar, lee la Escritura
a la luz del Resucitado y comprende su propia historia dentro del proyecto divino;
no pide salir indemne del peligro, ni el castigo de los culpables, solamente “valentía
para anunciar” la palabra de Dios y que Él acompañe este anuncio con su mano poderosa.”
“Invito
a todos a pedir a Dios, que también hoy su Espíritu ilumine nuestra lectura de la
Sagrada Escritura y sostenga el anuncio libre y valiente de su Palabra hasta los confines
de la tierra. Muchas gracias.”
Enviados a Anunciar el Evangelio del Reino de
la Vida Toda América latina está involucrada hoy en el anuncio del Evangelio, con
la Gran Misión continental inspirada en Aparecida y necesita esta valentía de la que
nos habla Benedicto.
En el punto 4.3 del Documento de Aparecida: Enviados a
anunciar el Evangelio del Reino de la Vida, dicen los pastores latinoamericanos: DA
143. Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su
muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que
alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor,
porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21, 4). (…)
144. Al llamar a los
suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del
Reino a todas las naciones (Cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo
es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula
a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre,
así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él
vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la
identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.
145.
Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría
que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro.
La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia
del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona
a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo
(Cf. Hch 1, 8).
146. Benedicto XVI nos recuerda que: “El discípulo, fundamentado
así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva
de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una
misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar
al mundo que sólo Él nos salva (Cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin
Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”.
Esta es la
tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres,
la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.