2012-04-15 12:12:07

Encuentro con el Resucitado que vive en la dimensión de Dios


(RV).- Revivimos la experiencia de los primeros discípulos, el encuentro con el Resucitado, dijo el Sucesor de Pedro en su reflexión en italiano, previa a la oración del Regina Coeli, que ha rezado con la multitud de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, el segundo domingo de Pascua, intitulado de la Misericordia.
“El culto cristiano no es solo una conmemoración de eventos pasados, y tampoco una particular experiencia mística, interior, sino esencialmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, mas allá del tiempo y del espacio, y que sin embargo se hace realmente presente en medio a la comunidad, nos habla en las Sagradas Escrituras y parte para nosotros el Pan de vida eterna. A través de estos signos nosotros vivimos aquello que experimentaron los discípulos, o sea el hecho de ver a Jesús y al mismo tiempo de no reconocerlo; de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, si bien libre de lazos terrenales”, explico el Obispo de Roma.
Después de referirse a la paz como don distinto y propio de Cristo, ha invitado: “recibamos el don de la paz que nos ofrece Jesús resucitado ¡dejémonos colmar el corazón de su misericordia! De esta manera, con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu que ha resucitado Cristo de los muertos, también nosotros podremos llevar a los otros estos dones pascuales”.

"La paz es el don maravilloso de la Pascua". Saludo del Santo Padre en nuestro idioma(audio): RealAudioMP3

El Papa ha saludado en primer lugar, en italiano, a los peregrinos que han participado a la Santa Misa presidida por el Cardenal Vicario, Agostino Vallini, en la iglesia de Santo Spirito in Sassia, que se encuentra muy cerca de la plaza de san Pedro y que es “el lugar privilegiado de culto de la Divina Misericordia, donde se veneran de modo particular santa Faustina Kowalska y el beato Juan Pablo II”. “A Todos os deseo -ha dicho el Papa- que seáis testigos del amor misericordioso de Cristo”.

Saludando a los peregrinos franceses, el Santo Padre ha señalado que “el tiempo de Pascua nos invita, siguiendo a la primera comunidad cristiana, a expresar nuestra confianza y alegría de ser bautizados. Jesús nos llama a no ser incrédulos, como Tomás, sino creyentes. ¡No tengamos miedo, tengamos la audacia de mostrar nuestra fe! El Papa ha pedido una oración especial para él, en vista del aniversario a su elección a la Sede de Pedro la próxima semana.

A los peregrinos de lengua alemana, Benedicto XVI ha dicho que “después de su Resurrección Cristo da a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados. Y no abandona en la oscuridad de la fe a Santo Tomás, sino que lo salva con la fuerza de sus heridas transfiguradas. La misericordia del Señor se convierte para los apóstoles en inagotable fuente de alegría pascual”.

Saludando, finalmente a los fieles polacos, Benedicto XVI, se ha dirigido particularmente a aquellos que, en su país, han participado a las celebraciones litúrgicas del Domingo de la Divina Misericordia en el santuario de Łagiewniki. “Allí, hace 10 años -ha recordado el pontífice- Juan Pablo II dijo: es necesario transmitir al mundo este fuego de la misericordia. ¡En la Misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre la felicidad¡ Confìo esta tarea a todos los devotos de la Divina Misericordia”. Fieles a esta exhortación anunciemos al mundo este mensaje de Jesús Misericordioso, seamos Sus testigos”.

Texto completo del Regina Coeli del Santo Padre:

¡Queridos hermanos y hermanas!

Cada año, celebrando la Pascua, nosotros revivimos la experiencia de los primeros discípulos de Jesús , la experiencia del encuentro con El resucitado: el Evangelio de Juan narra que lo vieron aparecer en medio de ellos, en el cenáculo, al atardecer de ese mismo día de la resurrección, «el primero de la semana», y luego «ocho días después» (cfr Jn 20,19.26). Aquel día, llamado luego «domingo», es el día de la asamblea, de la comunidad cristiana que se reúne para su culto propio, o sea la Eucaristía, culto nuevo y diverso desde el inicio de aquel del sábado judío. En efecto, la celebración del Día del Señor es una prueba muy fuerte de la Resurrección de Cristo, porque solo un acontecimiento extraordinario e impresionante podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto distinto con respecto al sábado hebreo.

Hoy como en ese entonces, el culto cristiano no es solo una conmemoración de eventos pasados, y tampoco una particular experiencia mística, interior, sino esencialmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, mas allá del tiempo y del espacio, y que sin embargo se hace realmente presente en medio a la comunidad, nos habla en las Sagradas Escrituras y parte para nosotros el Pan de vida eterna. A través de estos signos nosotros vivimos aquello que experimentaron los discípulos, o sea el hecho de ver a Jesús y al mismo tiempo de no reconocerlo; de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, si bien libre de lazos terrenales. Es muy importante aquello que refiere el Evangelio, que, en las dos apariciones a los Apóstoles reunidos en el cenáculo, repitió varias veces el saludo «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26). El saludo tradicional, con el que se nos da el shalom, la paz, se convierte aquí en una cosa nueva: se convierte en el don de aquella paz que solo Jesús puede dar, porque es el fruto de su victoria radical sobre el mal. La «paz» que Jesús ofrece a sus amigos es el fruto del amor de Dios que lo ha llevado a morir sobre la cruz, a derramar toda su sangre, como Cordero manso y humilde, «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). He aquí el por qué el beato Juan Pablo II ha querido titular este Domingo después de la Pascua de la Divina Misericordia, con un ícono bien preciso: aquel del costado traspasado de Cristo, del que brotan sangre y agua, según el testimonio ocular del apóstol Juan (cfr Jn 19,34-37). Pero Jesús ha resucitado, y de El vivo brotan los Sacramentos pascuales del Bautismo y de la Eucaristía: quien los recibe con fe, recibe el don de la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, recibamos el don de la paz que nos ofrece Jesús resucitado ¡dejémonos colmar el corazón de su misericordia! De esta manera, con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu que ha resucitado a Cristo de los muertos, también nosotros podremos llevar a los otros estos dones pascuales. Lo obtenga para nosotros María Santísima, Madre de Misericordia.
Traducción: Raúl Cabrera








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