(RV).- (Audio)
El suceso es ciertamente
el más importante. Pero los hombres no son los primeros testigos. Los hombres del
grupo están confundidos; rompiéndose la cabeza tratando de entender; escondidos por
miedo a que los apresen y ejecuten como al Maestro. En cambio las mujeres siguen el
corazón. La gratitud, la confianza, la ternura, el amor que el mismo Jesús suscitó
en María Magdalena y las otras que lo acompañaban, las hizo valientes. En aquel tiempo,
la mujer no tenía derecho ni a ir a la escuela; hablar con una mujer era considerado
pérdida de tiempo, la atención que Jesús les prestó, el lugar que les dio, las hizo
fieles y las animó a sobreponerse al temor, a las dificultades, a la propia fragilidad
y llegar hasta la tumba de Jesús. Por esto, no los varones, sino las discípulas mujeres,
fueron las primeras en encontrar la tumba vacía, las primeras en encontrarse con Jesús
y escuchar de él sus propios nombres.
Este amor valiente es parte de mujer,
que siempre y también hoy sostiene con la fuerza de su ternura la familia, la humanidad,
muchísimo más de lo que vemos y le reconocemos.
Dijo el Sucesor de Pedro: “En
todos los Evangelios, las mujeres tienen un gran espacio en los relatos de las apariciones
de Jesús resucitado, como también, por otra parte, en los de la pasión y de la muerte
de Jesús. En aquellos tiempos, en Israel, el testimonio de las mujeres no podía tener
valor oficial, jurídico, pero las mujeres han vivido una experiencia de relación especial
con el Señor, que es fundamental para la vida concreta de la comunidad cristiana,
y esto siempre, en toda época, no sólo al inicio del camino de la Iglesia.
Modelo
sublime y ejemplar de esta relación con Jesús, de modo particular en su Misterio pascual,
es naturalmente María, la Madre del Señor”. (jesuita Guillermo Ortiz-RV)