(RV).- (Con Audio) ¡Paz, alegría, y amor! «Queridos hermanos y hermanas de Roma y
del mundo entero: «Surrexit Christus, spes mea» – «Resucitó Cristo, mi esperanza».
Benedicto XVI comenzó, con esta Secuencia pascual, su Mensaje Urbi et Orbi de este
2012 y reiteró que Jesús está vivo y presente hoy, a través de su Iglesia, en especial
en cada situación humana de sufrimiento e injusticia. Oriente Próximo, Siria, Tierra
Santa, África... El Papa deseó que Cristo resucitado otorgue su esperanza, que con
su luz derrota las tinieblas y el mal. Esa misma esperanza que la Virgen María mantuvo
encendida en su corazón también en la oscuridad de la noche.
Con su Bendición
a Roma y al mundo, también este año, resonaron las felicitaciones de Benedicto XVI,
en una Plaza de San Pedro abarrotada de fieles, iluminada por el sol y embellecida
con los colores de más de 42.000 flores y plantas de jardín de Holanda. El Papa pronunció
sus felicitaciones en 65 idiomas, éstas fueron sus palabras en español: «Os deseo a todos
una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y el amor
de Jesucristo Resucitado».
Texto completo del Mensaje Urbi et Orbi del Santo
Padre (Audio)
Queridos
hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero
Llegue
a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno
pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la maña de Pascua a
Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido,
les anunció: «He visto al Señor» (Jn 20,18). También nosotros, que hemos atravesado
el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas
al grito de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».
Todo
cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la
vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad
de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos
libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad.
He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien
la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal.
«Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad
real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios
mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.
Pero
María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús rechazado por
los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe
haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana, la Verdad
escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada por la venganza. Con la muerte
de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe
nunca dejó de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la
madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la
noche. En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del
mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las
puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús
ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida.
Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido
la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía
vana.
Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra
el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres,
a los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque
fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular batalla,
/ y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la resurrección
testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la
misericordia sobre la venganza: «Mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles
testigos, / sudarios y mortaja».
Queridos hermanos y hermanas: si
Jesús ha resucitado, entonces – y sólo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo,
que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del
que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente
en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo.
Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas
que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y
está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación
humana de sufrimiento e injusticia.
Que Cristo resucitado otorgue
esperanza a Oriente Próximo, para que todos los componentes étnicos, culturales y
religiosos de esa Región colaboren en favor del bien común y el respeto de los derechos
humanos. En particular, que en Siria cese el derramamiento de sangre y se emprenda
sin demora la vía del respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también
la comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos provenientes de ese país
y necesitados de asistencia humanitaria, encuentren la acogida y solidaridad que alivien
sus penosos sufrimientos. Que la victoria pascual aliente al pueblo iraquí a no escatimar
ningún esfuerzo para avanzar en el camino de la estabilidad y del desarrollo. Y, en
Tierra Santa, que israelíes y palestinos reemprendan el proceso de paz.
Que
el Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las comunidades cristianas del
Continente africano, las dé esperanza para afrontar las dificultades y las haga agentes
de paz y artífices del desarrollo de las sociedades a las que pertenecen.
Que
Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de África y favorezca su
reconciliación; que ayude a la Región de los Grandes Lagos, a Sudán y Sudán del Sur,
concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y que a Malí, que atraviesa
un momento político delicado, Cristo glorioso le dé paz y estabilidad. Que a Nigeria,
teatro en los últimos tiempos de sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual
le infunda las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad pacífica
y respetuosa de la libertad religiosa de sus ciudadanos.