(RV).- La Celebración Eucarística de la Vigilia es el culmen del Triduo, aún más de
todo el año litúrgico, manantial de la alegría pascual. Este Sábado Santo, Benedicto
presidió la Vigilia Pascual en la Basílica Vaticana, a las nueve de la noche. Y este
Domingo de Pascua de Resurrección, el Papa presidirá la Santa Misa, en la Plaza de
San Pedro, después de la cual impartirá su Bendición “Urbi et Orbi”, es decir, a la
ciudad y al mundo.
La Vigilia Pascual es la gran Noche santa del año: la celebración
más antigua, más importante y más rica de contenido. Estamos en vela para indicar
que vivimos la espera de la venida del Señor, con la esperanza de que se cumpla el
nuevo y definitivo pasaje marcado por la eternidad. En la vigilia se expresa nuestro
pasaje, de la muerte y del pecado, a la vida nueva en Cristo.
El Santo Padre
administró el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión a ocho neófitos, procedentes
de Italia, Albania, Eslovaquia, Camerún, Alemania, Turkmenistán y Estados Unidos.
Los catecúmenos recibieron la Santa Comunión bajos las dos especies del pan y del
vino: Cuerpo y Sangre del Señor.
En su homilía Benedicto XVI destacó que la
“Pascua es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo.
Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la enfermedad ni
la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo. «Ni la carne ni la sangre pueden heredar
el reino de Dios», dice Pablo en la Primera Carta a los Corintios (15,50).
En
efecto, el Papa destacó que: “La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más
fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que
la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la
tumba y se hace él mismo luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a él,
ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días”. Con la resurrección de
Jesús –aclara el Papa- la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras
él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo
día de Dios, que vale para todos nosotros”.
Texto y audio completo de la
homilía del Santo Padre de la Vigilia Pascual 2012 (Audio)
Queridos
hermanos y hermanas
Pascua es la fiesta de la nueva creación. Jesús
ha resucitado y no morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida
que ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo.
«Ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios», dice Pablo en la Primera
Carta a los Corintios (15,50). El escritor eclesiástico Tertuliano, en el siglo III,
tuvo la audacia de escribir refriéndose a la resurrección de Cristo y a nuestra resurrección:
«Carne y sangre, tened confianza, gracias a Cristo habéis adquirido un lugar en el
cielo y en el reino de Dios» (CCL II, 994). Se ha abierto una nueva dimensión para
el hombre. La creación se ha hecho más grande y más espaciosa. La Pascua es el día
de una nueva creación, pero precisamente por ello la Iglesia comienza la liturgia
con la antigua creación, para que aprendamos a comprender la nueva. Así, en la Vigilia
de Pascua, al principio de la Liturgia de la Palabra, se lee el relato de la creación
del mundo. En el contexto de la liturgia de este día, hay dos aspectos particularmente
importantes. En primer lugar, que se presenta a la creación como una totalidad, de
la cual forma parte la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un conjunto
que se desarrolla en el tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día
de la libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con las otras.
Por tanto, la creación está orientada a la comunión entre Dios y la criatura; existe
para que haya un espacio de respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor
y libertad. En segundo lugar, que en la Vigilia Pascual, la Iglesia comienza escuchando
ante todo la primera frase de la historia de la creación: «Dijo Dios: “Que exista
la luz”» (Gn 1,3). Como una señal, el relato de la creación inicia con la creación
de la luz. El sol y la luna son creados sólo en el cuarto día. La narración de la
creación los llama fuentes de luz, que Dios ha puesto en el firmamento del cielo.
Con ello, los priva premeditadamente del carácter divino, que las grandes religiones
les habían atribuido. No, ellos no son dioses en modo alguno. Son cuerpos luminosos,
creados por el Dios único. Pero están precedidos por la luz, por la cual la gloria
de Dios se refleja en la naturaleza de las criaturas.
¿Qué quiere decir
con esto el relato de la creación? La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro.
Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad,
a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso.
El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad
y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la
luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio
para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del
mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es
creado por Dios, sino que existe en virtud de la negación. Es el «no».
En
Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: «Que exista
la luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de
la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer
día, comienza la creación totalmente nueva. «Que exista la luz», dice Dios, «y existió
la luz». Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien
es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte
que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de
la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a
él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección
de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida
nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios,
que vale para todos nosotros.
Pero, ¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo
puede llegar todo esto a nosotros sin que se quede sólo en palabras sino que sea una
realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la profesión
de la fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo
día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Fiat lux,
que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega también para
nosotros. Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora él te apoyará y así entrarás
en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia antigua ha llamado al bautismo
photismos, iluminación.
¿Por qué? La oscuridad amenaza verdaderamente
al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero
no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es
el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera
amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores,
la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todas las
otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino
que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al
mundo. Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no
pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática
de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo
que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso
la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción
de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.
Queridos
amigos, quisiera por último añadir todavía una anotación sobre la luz y la iluminación.
En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio
de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta
es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose
a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio
pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto
sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una
fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en
esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es
llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza
una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de
mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría,
sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.
El
gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua,
nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto,
el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra
en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los
Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad
viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye
la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros
y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de
Cristo pueda iluminar al mundo.
Roguemos al Señor en esta hora que
nos haga experimentar la alegría de su luz, y pidámosle que nosotros mismos seamos
portadores de su luz, con el fin de que, a través de la Iglesia, el esplendor del
rostro de Cristo entre en el mundo (cf. Lumen gentium, 1). Amén.