(RV).- Este viernes a las nueve y cuarto de la noche, el Santo Padre Benedicto XVI
presidió desde el Coliseo el ejercicio pío del Vía Crucis. Este año los textos de
las meditaciones y de las oraciones de las catorce estaciones fueron preparadas por
los esposos Danilo y Anna Maria Zanzucchi, del Movimiento de los Focolares e iniciadores
del movimiento “Familias Nuevas”. Al concluir el Via Crucis, Benedicto XVI pronunció
unas palabras. (Audio) (RV-PY)
Texto
completo del discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas
Hemos
recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de
la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y
la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva»
(cf. Ap 21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con
íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en
su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.
La
experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia;
cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones
por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro
tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad
del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino del Via
Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos
nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para
tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo
del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que
tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras
familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí
encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme
esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?,
¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado»
(Rm 8,35.37).
En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la
familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y
le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo
obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes
humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia.
El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante
con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con
fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado,
la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.
En aquel hombre crucificado,
que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación,
es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos
a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que
ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia
desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones,
los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia
el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo
y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal,
el sufrimiento, la muerte. Amén.
Textos de las meditaciones
y oraciones del Santo Vía Crucis de Danilo y Anna María Zanzucchi
INTRODUCCIÓN Jesús
dice: «Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me
siga». Es una invitación que vale para todos, casados o solteros, jóvenes, adultos
y ancianos, ricos y pobres, de una u otra nacionalidad. Vale también para cada familia,
para cada uno de sus miembros o para la pequeña comunidad en su totalidad. Antes
de entrar en su Pasión final, Jesús, en el Huerto de los Olivos, abandonado por los
apóstoles adormecidos, tuvo miedo de lo que le esperaba y, dirigiéndose al Padre,
suplicó: «Si es posible, que pase de mí este cáliz». Pero añadiendo de inmediato:
«No se haga mi voluntad sino la tuya». En aquel momento dramático y solemne se
percibe una profunda enseñanza para todos los que se han puesto a seguirle. Como todo
cristiano, cada familia tiene también su via crucis: enfermedades, muertes, apuros
económicos, pobreza, traiciones, comportamientos inmorales de uno u otro, discordias
con los familiares, calamidades naturales. Pero, en este camino de dolor, todo
cristiano, toda familia puede fijar la mirada en Jesús, Hombre-Dios. Revivamos
juntos la última experiencia de Jesús en la tierra, acogida por las manos del Padre:
una experiencia dolorosa y sublime, en la que Jesús ha condensado el ejemplo y la
enseñanza más preciosa para vivir nuestra vida en plenitud, según el modelo de su
vida.
ORACIÓN INICIAL El Santo Padre: En el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. R/. Amén. El lector: Oremos.
Breve
pausa de silencio.
Jesús, en la hora en la que recordamos tu muerte, queremos
fijar nuestra mirada de amor en los indecibles tormentos que has padecido. Tormentos
condensados en aquel grito misterioso lanzado en la cruz antes de expirar: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Jesús, pareces un Dios eclipsado en
el horizonte: el Hijo sin Padre, el Padre privado del Hijo. Aquel grito humano-divino
tuyo, que desgarró el aire en el Gólgota, nos interroga y asombra todavía hoy, nos
muestra que algo inaudito ha ocurrido. Algo salvífico: de la muerte ha brotado
la vida, de las tinieblas, la luz, de la extrema división, la unidad. La
sed de configurarnos contigo nos lleva a reconocerte abandonado, donde quiera
que sea, de cualquier modo: en los dolores personales y en los colectivos, en
las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad, para injertar tu vida
siempre y en todo lugar, para propagar tu luz, establecer tu unidad. Hoy, como
entonces, sin tu abandono, no habría Pascua. R/. Amén.
PRIMERA
ESTACIÓN Jesús es condenado a muerte
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus
tibi. R/.Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio
según san Juan 18, 38b-40 Y dicho esto, [Pilato] salió otra vez adonde estaban
los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros
que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido. Pilato
no encuentra culpas suficientes para acusar a Jesús; cede a la presión de los acusadores
y, así, el Nazareno es condenado a muerte. Nos parece escucharte: «Sí, he sido
condenado a muerte, tantas personas que parecían amarme y entenderme, han hecho
caso de las mentiras y me han acusado. No han entendido lo que yo decía. Traicionado,
me han llevado a juicio y condenado A muerte, crucificado, la muerte más infame». Muchas
de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde
ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse
una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado? Mirarte,
Jesús, el traicionado, y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor y
la amistad que se había creado en nuestra pareja, sentir en el corazón las heridas
de la confianza traicionada, de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida. Mirarte,
Jesús, precisamente ahora que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo que
nos unía, en el don total de nosotros mismos. Solo tú, Jesús, me puedes entender,
me puedes dar ánimo, puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas. Puedes
darme la fuerza que me ayude a no juzgar a mi vez, a no sucumbir, por amor de
esas criaturas que me esperan en casa y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Stabat Mater
dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius.
SEGUNDA
ESTACIÓN Jesús con la cruz a cuestas
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus
tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio
según san Juan 19, 16-17 Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera»
(que en hebreo se dice Gólgota). Pilato entrega a Jesús en las manos de los jefes
de los sacerdotes y de los guardias. Los soldados le ponen sobre la espalda un manto
púrpura y en la cabeza una corona de ramas espinosas. Durante la noche se burlan de
él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con un pesado madero,
la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que todos vean cómo acaban los
malhechores. Muchos de los suyos escapan. Este suceso de hace 2000 años se repite
en la historia de la Iglesia y de la humanidad. También hoy. Es el cuerpo de Cristo,
es la Iglesia la que es golpeada y herida, de nuevo. Jesús, viéndote así, sangrando,
sólo, abandonado, escarnecido, nos preguntamos: «Pero aquella gente que tanto
habías amado, iluminado y hecho del bien, aquellos hombres, aquellas mujeres,
¿acaso no somos también nosotros hoy? También nosotros nos hemos escondido por
miedo a vernos implicados, olvidando que somos tus seguidores». Pero lo más
grave, Jesús, es que yo he contribuido a tu dolor. También nosotros, esposos,
y nuestras familias. También nosotros hemos contribuido a cargarte con un peso
inhumano. Cada vez que no nos hemos amado, cuando nos hemos echado las culpas
unos a otros, cuando no nos hemos perdonado, cuando no hemos recomenzado a querernos. Y
nosotros, en cambio, seguimos prestando atención a nuestra soberbia, queremos
tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado, incluso a quien ha
unido su propia vida a la nuestra. Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste: «Cuanto
hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis». Así dijiste precisamente:
«A mí».
Todos: Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur
nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in
terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Cuius animam gementem, contristatam et dolentem
pertransivit gladius.
TERCERA ESTACIÓN Jesús cae por primera
vez
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia por sanctam
crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 28-30 «Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre
vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Jesús cae.
Las heridas, el peso de la cruz, el camino abrupto y cuesta arriba. Y el gentío sofocante.
Pero no es sólo esto lo que lo ha postrado así. Tal vez es el peso de la tragedia
que se abre paso en su vida. Ya no se consigue ver a Dios en Jesús, hombre que se
muestra tan frágil, que tropieza y cae. Jesús, allí, en aquél camino, en medio
de toda aquella gente que grita y alborota, después de haber caído en tierra, te
vuelves a levantar e intentas seguir subiendo. En el fondo del corazón sabes que
este sufrimiento tiene un sentido, Te das cuenta de haber cargado con el peso de
tantas faltas, traiciones y culpas nuestras. Jesús, tu caída nos hace sufrir porque
comprendemos que somos nosotros la causa; o tal vez nuestra fragilidad, no sólo
física, sino la de todo nuestro ser. Quisiéramos no caer más; pero después cualquier
cosa, una dificultad, una tentación o un contratiempo, y nos dejamos ir, y
caemos. Habíamos prometido seguir a Jesús, respetar y cuidar a las personas que
ha puesto a nuestro lado. Sí, en realidad las queremos, o al menos así nos parece.
Si faltaran sufriríamos mucho. Pero, después cedemos en las situaciones concretas
de cada día. ¡Cuántas caídas en nuestras familias! ¡Cuántas separaciones, cuántas
traiciones! Y después, los divorcios, los abortos, los abandonos. Jesús, ayúdanos
a entender qué es el amor, enséñanos a pedir perdón.
Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. O quam tristis et afflicta fuit
illa benedicta mater Unigeniti!
CUARTA ESTACIÓN Jesús encuentra
a su Madre
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam
crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio según san Juan 19, 25 Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás,
y María, la Magdalena. En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus
miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene.
Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe también que ella es
hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer, hoy y mañana. Y sufre también
ella. En verdad, Jesús, te duele hacer sufrir de ese modo a tu madre. Pero
tienes que hacerla partícipe de tu divina y tremenda aventura. Es el plan de
Dios para la salvación de toda la humanidad. Para todos los hombres y mujeres
de este mundo, pero en particular para nosotros, familias, el encuentro de Jesús con
la madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre
actual. Jesús se ha privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros –también
nosotros esposos– tuviéramos una madre siempre disponible y presente. Por desgracia,
a veces nos olvidamos. Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra
vida de familia muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado
en los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros hijos,
le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una protección
moral! Y cuántas veces María nos ha escuchado, la hemos sentido cercana, confortándonos
con su amor materno. En el via crucis de toda familia, María es el modelo del silencio
que, aún en medio del dolor más desgarrador, genera la vida nueva.
Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Quæ mærebat et dolebat pia
Mater, dum videbat Nati pænas incliti.
QUINTA ESTACIÓN El Cirineo
ayuda a Jesús a llevar la cruz
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio
según san Lucas 23, 26 Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón
de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás
de Jesús. Tal vez Simón de Cirene representa a todos nosotros cuando de repente
nos llega una dificultad, una prueba, una enfermedad, un peso imprevisto, una cruz
a veces dura. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente a mí? ¿Por qué justamente ahora? El
Señor nos llama a seguirlo, no sabemos dónde ni cómo. Jesús, lo mejor que se puede
hacer es ir tras de ti, ser dócil a lo que nos pides. Tantas familias lo pueden
confirmar por experiencia directa: no sirve rebelarse, conviene decirte sí, porque
tú eres el Señor del Cielo y de la Tierra. Pero no sólo por esto podemos y queremos
decirte sí. Tú nos amas con amor infinito. Más que el padre, la madre, los hermanos, la
mujer, el esposo, los hijos. Nos amas con un amor que ve más lejos, un amor
que, por encima de todo, aun de nuestra miseria, nos quiere salvos, felices,
contigo, para siempre. También en familia, en los momentos más difíciles, cuando
se debe tomar una decisión importante, si la paz habita en el corazón, si se está
atento a percibir lo que Dios quiere de nosotros, somos iluminados por una luz que
nos ayuda a discernir y a llevar nuestra cruz. El Cirineo nos recuerda también
los rostros de tantas personas que nos han acompañado cuando una cruz muy pesada se
ha abatido sobre nosotros o nuestra familia. Nos recuerda a tantos voluntarios que
en muchas partes del mundo se dedican generosamente a confortar y ayudar a quién pasa
por momentos de sufrimiento o dificultad. Nos enseña a dejarnos ayudar con humildad,
si lo necesitamos, y también a ser cireneos para los demás. Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Quis est homo qui non
fleret, Matrem Christi si videret in tanto supplicio?
SEXTA ESTACIÓN La
Verónica enjuga el rostro de Jesús
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus
tibi. R/. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura de la segunda
carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6 Pues el Dios que dijo: «Brille
la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca
el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Verónica,
una de las mujeres que sigue a Jesús, que ha intuido quién es él, que lo ama, y por
eso sufre al verlo sufrir. Ahora ve su rostro de cerca, ese rostro que tantas veces
había hablado a su alma. Lo ve demudado, sangriento y desfigurado, aunque en todo
momento manso y humilde. No resiste. Quiere aliviar sus sufrimientos. Toma un paño
e intenta limpiar la sangre y el sudor de aquel rostro. En nuestra vida, a veces
hemos tenido ocasión de enjugar lágrimas y sudor de personas que sufren. Tal vez hemos
atendido a un enfermo terminal en un pasillo de hospital, hemos ayudado a un inmigrante
o a un desocupado, hemos escuchado a un recluso. E, intentando aliviarlo, quizás hemos
limpiado su rostro mirándolo con compasión. Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos de
que en cada uno de nuestros hermanos necesitados te escondes tú, Hijo de Dios. ¡Qué
distinta sería nuestra vida si lo recordáramos! Poco a poco tomaríamos conciencia
de la dignidad de cada hombre que vive en la Tierra. Toda persona, bonita o
fea, capaz o no, desde el primer instante en el vientre de la madre o tal vez
ya anciana, te representa, Jesús. No sólo. Cada hermano eres tú. Mirándote,
reducido a bien poca cosa allí en el Calvario, entenderemos con la Verónica que
en toda criatura humana podemos reconocerte. Todos: Pater noster,
qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas
tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari dolentem cum Filio?
SÉPTIMA ESTACIÓN Jesús
cae por segunda vez
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/.
Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura de la primera carta
del apóstol san Pedro 2, 24 Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el
leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis
curados. Mientras avanza por la estrecha vía del Calvario, Jesús cae por segunda
vez. Entendemos su debilidad física, tras una terrible noche, después de las torturas
que le han infligido. Tal vez no son sólo las vejaciones, el agotamiento y el peso
de la cruz en sus espaldas lo que le hace caer. Sobre Jesús pesa una carga que no
se puede medir, algo íntimo y profundo que se hace sentir más netamente a cada paso. Te
vemos como un pobre hombre cualquiera, que se ha equivocado en la vida y ahora
debe pagar. Y pareces no tener ya más fuerzas físicas y morales para afrontar
el nuevo día. Y caes. Cómo nos reconocemos en ti, Jesús, también en esta nueva
caída por agotamiento. Y, sin embargo, te alzas de nuevo, quieres conseguirlo. Por
nosotros, por todos nosotros, para darnos el ánimo de levantarnos de nuevo. Nuestra
debilidad está ahí, pero tu amor es más grande que nuestras carencias, siempre
puede acogernos y entendernos. Nuestros pecados, que has cargado sobre ti, te
aplastan, pero tu misericordia es infinitamente más grande que nuestras miserias. Sí,
Jesús, gracias a ti nos levantamos. Nos hemos equivocado. Nos hemos dejado vencer
por las tentaciones del mundo, quizá por espejismos de satisfacción, por querer
escuchar que alguien todavía nos desea, porque alguien dice que nos quiere, incluso
que nos ama. Nos cuesta a veces hasta mantener el compromiso adquirido en nuestra
fidelidad de esposos. Ya no tenemos la frescura y el dinamismo de una vez. Todo
se hace repetitivo, cada acto parece una carga, vienen ganas de evadirnos. Pero
tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús, sin caer en la más grande de las tentaciones: la
de no creer que tu amor lo puede todo. Todos: Pater noster, qui
es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas
tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Pro peccatis suae gentis vidit
Iesum in tormentis et flagellis subditum.
OCTAVA ESTACIÓN Jesús
encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él
V/. Adoramus te, Christe,
et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura
del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 28 Lo seguía un gran gentío del pueblo,
y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió
hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras
y por vuestros hijos». Entre la multitud que lo seguía hay un grupo de mujeres
de Jerusalén, lo conocen. Viéndolo en aquellas condiciones, se confunden entre la
multitud y suben hacia el Calvario. Lloran. Jesús las ve, percibe su sentimiento
de piedad. Y también en aquel trágico momento quiere dejar una palabra que supera
la simple piedad. Quiere que en ellas, en nosotros, no haya sólo conmiseración sino
conversión del corazón, esa conversión de reconocer el error, de pedir perdón, de
reiniciar una vida nueva. Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia, por
egoísmo o temor, cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad. Sobre
todo, no nos implicamos personalmente, no nos comprometemos en la participación
profunda y activa en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y
lejanos. Continuamos a vivir cómodamente, reprobamos el mal y quien lo hace, pero
no cambiamos nuestra vida y no arriesgamos personalmente para que las cosas cambien, el
mal sea abatido y se haga justicia. Con frecuencia las situaciones no mejoran porque
no nos esforzamos en hacerlas cambiar. Nos hemos retirado sin hacer mal a nadie, pero
también quizás sin hacer el bien que habríamos podido y debido hacer. Y tal vez alguno
paga por nosotros, por nuestro abandono. Jesús, que tus palabras nos despierten, nos
den un poco de esa fuerza que mueve a los testigos del evangelio, tantas veces
hasta mártires, padres, madres o hijos que, uniendo su sangre a la tuya, han
abierto y abren también hoy el camino hacia el bien en el mundo. Todos: Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum
tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum
da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus
nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Eia mater,
fons amoris, me sentire vim doloris fac, ut tecum lugeam.
NOVENA
ESTACIÓN Jesús cae por tercera vez V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus
tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio
según san Lucas 22, 28-30a. «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo
en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a
mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino». El camino de subida es
corto, pero ya no tiene fuerzas. Jesús está acabado física y espiritualmente. Siente
sobre sí el odio de los jefes, de los sacerdotes, de la muchedumbre que parecen querer
descargar sobre él la rabia reprimida por tantas opresiones del pasado y del presente.
Como si buscaran la revancha, haciendo valer su poder sobre Jesús. Y caes, caes
Jesús, por tercera vez. Pareces sucumbir. Pero he aquí que con extrema fatiga
te vuelves a levantar y reemprendes el terrible camino hacia el Gólgota. Ciertamente,
muchos de nuestros hermanos en todo el mundo están sufriendo pruebas tremendas
porque te siguen, Jesús. Están subiendo contigo hacia el Calvario y contigo
están también cayendo bajo las persecuciones que desde hace dos mil años laceran
tu cuerpo que es la Iglesia. Con estos hermanos nuestros en el corazón, queremos
ofrecer nuestra vida, nuestra fragilidad, nuestra miseria, nuestras pequeñas y grandes
penas cotidianas. Vivimos con frecuencia anestesiados por el bienestar, sin comprometernos
con todas las fuerzas en levantarnos de nuevo y levantar a la humanidad. Pero podemos
volver a ponernos en pie, porque Jesús ha encontrado la fuerza de volverse a alzar
y reemprender el camino. También nuestras familias son parte de este tejido deshilachado,
están sujetas a un estado de bienestar que se convierte en la meta misma de la vida.
Nuestros hijos crecen. Intentemos habituarles a la sobriedad, al sacrificio, a la
renuncia. Tratemos de darles una vida social satisfactoria en el ámbito deportivo,
asociativo y recreativo, pero sin que estas actividades sean sólo un modo para llenar
la jornada y tener todo lo que se desea. Por eso, Jesús, necesitamos escuchar
tus palabras, de las que deseamos dar testimonio: «Bienaventurados los pobres,
bienaventurados los mansos, bienaventurados los constructores de paz, bienaventurados
los que sufren por la justicia…». Todos: Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur
nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem
nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et
nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera
nos a malo. Fac ut ardeat cor meum in amando Christum Deum, ut sibi complaceam. DÉCIMA
ESTACIÓN Jesús es despojado de sus vestiduras V/. Adoramus te, Christe,
et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura
del Evangelio según san Juan 19, 23 Los soldados... cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura,
tejida toda de una pieza de arriba abajo. Jesús está en manos de los soldados.
Como todo condenado, es desnudado, para humillarlo, reducirlo a nada. La indiferencia,
el desprecio y despreocupación por la dignidad de la persona humana se unen con la
glotonería, la codicia y el propio interés: «cogieron su ropa». Tu manto, Jesús,
era sin costuras. Esto demuestra el esmero con que te trataba tu madre y las
personas que te seguían. Ahora te encuentras sin vestidos, Jesús, y experimentas
la desazón de los sometidos al capricho de gente que no tiene respeto de la persona
humana. Cuántos han sufrido y sufren por esta falta de respeto por la persona humana,
por la propia intimidad. Puede que a veces tampoco nosotros tengamos el respeto debido
a la dignidad personal de quien está a nuestro lado, «poseyendo» a quien está a nuestro
lado, hijo, marido, esposa, pariente, conocido o desconocido. En nombre de nuestra
supuesta libertad herimos la de los demás: cuánto descuido, cuánta dejadez en los
comportamientos y en el modo de presentarnos el uno al otro. Jesús, que se deja
mostrar así a los ojos del mundo de entonces y de la humanidad de siempre, nos recuerda
la grandeza de la persona humana, la dignidad que Dios ha dado a cada hombre, a cada
mujer, y que nada ni nadie debería violar, porque están plasmados a imagen de Dios.
A nosotros se nos confía la tarea de promover el respeto de la persona humana y de
su cuerpo. En particular a nosotros, los esposos, la tarea de conjugar estas dos realidades
fundamentales e inseparables: la dignidad y el don total de sí mismo. Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Sancta Mater, istud agas, Crucifixi
fige plagas cordi meo valide.
UNDÉCIMA ESTACIÓN Jesús es clavado
en la cruz V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam
crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio según san Juan 19, 18-22 Lo
crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió
un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno,
el rey de los judíos». Llegados al lugar del «Calvario», los soldados crucificaron
a Jesús. Pilato hace escribir: «Jesús Nazareno, el rey de los judíos», para ridiculizarlo
y humillar a los judíos. Pero, sin quererlo, este escrito certifica una realidad:
la realeza de Jesús, rey de un reino que no tiene confines ni de espacio, ni de tiempo. Apenas
podemos imaginarnos el dolor de Jesús durante la crucifixión, cruenta y dolorosísima.
Nos asomamos al misterio: ¿Por qué Dios, haciéndose hombre por amor nuestro, se deja
clavar en un leño y alzar desde la tierra entre atroces espasmos, físicos y espirituales? Por
amor. Por amor. Es la ley del amor lo que lleva a dar la propia vida por el bien del
otro. Lo confirman esas madres que han afrontado incluso la muerte para dar a luz
a sus hijos. O los padres que han perdido un hijo en la guerra o en atentados terroristas
y que no desean vengarse. Jesús, en el Calvario nos representas a todos, a todos
los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Sobre la cruz nos has enseñado a amar. Ahora
comenzamos a comprender el secreto de aquella alegría perfecta de la que hablabas
a los discípulos en la última cena. Has tenido que bajar del cielo, hacerte niño, después
adulto y entonces padecer en el Calvario para decirnos con tu vida lo que es el
verdadero amor. Mirándote allí arriba en la cruz, también nosotros, como familia,
esposos, padres e hijos estamos aprendiendo a amarnos y a amar, a cultivar entre nosotros
esa acogida que se da a sí misma y que sabe ser aceptada con reconocimiento. Que sabe
sufrir, que sabe trasformar el sufrimiento en amor. Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Tui Nati vulnerati, tam
dignati pro me pati poenas mecum divide. DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús
muere en la cruz V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio según san Mateo
27, 45-46 Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda
la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:«Elí, Elí, lemá sabaktaní»
(es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») Jesús está colgado
en la cruz. Horas de angustia, horas terribles, horas de sufrimientos físicos inhumanos.
«Tengo sed», dice Jesús. Y le acercan a la boca una esponja empapada en vinagre. Un
grito surge de improviso: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». ¿Blasfemia?
¿El condenado grita el Salmo? ¿Cómo aceptar a un Dios que clama, que se lamenta, que
no sabe, no entiende? ¿El Hijo de Dios hecho hombre que se siente morir abandonado
por su Padre? Jesús, te has hecho uno de los nuestros hasta este punto, uno
con nosotros, excepto en el pecado. Tú, Hijo de Dios hecho hombre, tú, que eres
el Santo, te has identificado con nosotros hasta experimentar nuestra condición
de pecadores, la lejanía de Dios, el infierno de aquellos que no tienen Dios. Tú
has probado la oscuridad para darnos la luz. Has vivido la separación para darnos
la unidad. Has aceptado el dolor para dejarnos el amor. Has sentido la exclusión,
abandonado y suspendido entre el cielo y la tierra, para acogernos en la vida de
Dios. Un misterio nos envuelve al revivir cada paso de tu pasión. Jesús,
tú no guardas celoso el tesoro de tu ser igual a Dios, sino que te haces pobre
de todo para enriquecernos. «En tus manos entrego mi espíritu». ¿Cómo has hecho,
Jesús, en aquel abismo de desolación, para confiarte al amor del Padre, para
abandonarte a él, para morir en él? Sólo mirándote a ti, sólo contigo, podemos
afrontar las tragedias, el sufrimiento de los inocentes, las humillaciones, los
ultrajes, la muerte. Jesús vive su muerte como don para mí, para nosotros, para
nuestra familia, para cada persona, para cada familia, para cada pueblo, la humanidad
entera. En aquel acto renace la vida. Todos: Pater noster, qui
es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas
tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Vidit suum dulcem Natum
moriendo desolatum, dum emisit spiritum. DECIMOTERCERA ESTACIÓN Jesús
es bajado de la cruz y entregado a su Madre V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus
tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio
según san Juan 19, 38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo
de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse
el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. María
ve morir a su Hijo, Hijo de Dios y también suyo. Sabe que es inocente, y que ha cargado
con el peso de nuestras miserias. La Madre ofrece al Hijo, el Hijo ofrece a la Madre.
A Juan, a nosotros. Jesús y María, he aquí una familia que, sobre el Calvario,
vive y sufre la suprema separación. La muerte los aleja, o por lo menos así parece,
a una madre y a un hijo con un lazo al mismo tiempo humano y divino inimaginable.
Lo ofrecen por amor. Juntos se abandonan a la voluntad de Dios. En la grieta abierta
en el corazón de María entra otro hijo, que representa a la humanidad entera. Y el
amor de María por cada uno de nosotros es la prolongación del amor que ella ha tenido
por Jesús. Sí, porque verá su rostro en los discípulos. Y vivirá para ellos, para
sostenerlos, ayudarlos, animarlos, llevarlos a reconocer el Amor de Dios, y que en
su libertad se dirijan al Padre. ¿Qué me dicen, qué nos dicen, qué les dicen a
nuestras familias esa Madre y ese Hijo en el Calvario? Uno sólo se puede parar, atónito,
ante esta escena. Se intuye que esta Madre, este Hijo nos están dando un don único,
irrepetible. En efecto, en ellos encontramos la capacidad de ensanchar nuestro corazón
y abrir nuestro horizonte a la dimensión universal. Allí, sobre el Calvario, junto
a ti, Jesús, muerto por nosotros, nuestras familias acogen el don de Dios: el
don de un amor que puede abrir los brazos al infinito. Todos: Pater
noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat
voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et
dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et
ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Fac me tecum pie flere, Crucifixo
condolore, donec ego vixero DECIMOCUARTA ESTACIÓN Jesús es colocado
en el sepulcro V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum. Lectura del Evangelio según san Juan
19, 41-42 Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto,
un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos
era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Un
profundo silencio envuelve el Calvario. Juan testifica en el evangelio que el Calvario
se encuentra en un huerto donde hay un sepulcro que aún no se había usado. Precisamente
allí los discípulos de Jesús pusieron su cuerpo. Aquel Jesús, que poco a poco han
reconocido como Dios hecho hombre, está allí, muerto. En la soledad desconocida se
sienten perdidos, no saben qué hacer, cómo comportarse. Sólo les queda consolarse
mutuamente, darse ánimos unos a otros, abrazarse. Pero justamente allí donde en los
discípulos madura el momento de la fe, recordando lo que Jesús ha dicho y hecho cuando
estaba entre ellos, y que entonces habían comprendido sólo en parte. Allí comienzan
a ser Iglesia, en espera de la Resurrección y de la efusión del Espíritu Santo. Con
ellos esta la madre de Jesús, María, que el Hijo había confiado a Juan. Se reúnen
con ella, alrededor de ella. En espera. A la espera de que el Señor se manifieste. Sabemos
que aquel cuerpo después de tres días ha resucitado. Así, Jesús vive por siempre y
nos acompaña, él personalmente, en nuestro viaje terreno entre alegrías y tribulaciones. Jesús,
haz que nos amemos mutuamente. Para tenerte de nuevo entre nosotros, cada día,
como tu mismo has prometido: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos». Todos: Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur
nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem
nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et
nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera
nos a malo. Quando corpus morietur, fac ut animæ donetur Paradisi gloria.
Amen.
DISCURSO DEL SANTO PADRE Y BENDICIÓN APOSTÓLICA El
Santo Padre dirige su palabra a los presentes. Al final del discurso, el
Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:
Dominus vobiscum. R/. Et
cum spiritu tuo. Sit nomen Domini benedictum. R/. Ex hoc nunc et usque in sæculum. Adiutorium
nostrum in nomine Domini. R/. Qui fecit cælum et terram. Benedicat vos omnipotens
Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. R/. Amen.
Crux Fidelis La
schola: R/.Crux fidelis, inter omnes arbor una nobilis, nulla silva talem profert,
fronde, flore, germine! Dulce lignum, dulces clavos, dulce pondus sustinet! 1.
Pange, lingua, gloriosi proelium certaminis, et super crucis tropæo dic triumphum
nobilem, qualiter Redemptor orbis immolatus vicerit. R/. 2. De parentis protoplasti
fraude factor condolens, quando pomi noxialis morte morsu corruit, ipse lignum
tunc notavit, damna ligni ut solveret. R/.