Benedicto XVI habla de su peregrinación a México y Cuba
(RV).- Al reanudar
su tradicional audiencia semanal de esta mañana, tal como suele hacer cada vez que
regresa de un viaje apostólico internacional, el Papa recordó su reciente visita a
nuestro continente, realizada del 23 al 29 de marzo, en que confirmó a los hermanos
en la fe de México y Cuba, y de todos los latinoamericanos.
El Santo Padre
agradeció asimismo a las Autoridades de México y Cuba, así como a sus pastores y fieles,
la acogida y muestras de bondad que le han dispensado durante los días de su visita,
que nunca olvidará. E invitó a todos a participar con devoción en las celebraciones
litúrgicas de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, para dejarnos alcanzar y
transformar por su amor.
Al tomar la palabra, hablando en italiano, el Papa,
entre otras cosas, afirmó que su viaje a México y a Cuba, “gracias a Dios, ha tenido
el deseado éxito pastoral”. Y manifestó su esperanza de que los pueblos mexicano y
cubano obtengan abundantes frutos para “construir en la comunión eclesial y con valor
evangélico un futuro de paz y fraternidad”.
En nuestro idioma, Benedicto XVI
dijo
(Audio) Queridos hermanos
y hermanas: Deseo hablar hoy sobre mi viaje apostólico a México y Cuba que
realicé para confirmar en la fe, la esperanza y la caridad a los hijos e hijas de
esos dos amados pueblos. Agradezco a las Autoridades de cada uno de esos países, así
como a sus pastores y fieles, la acogida y muestras de bondad que me han dispensado
en los días de mi visita, que nunca olvidaré.
En los diversos encuentros
y celebraciones litúrgicas no dejé de exhortar a todos a crecer en la alegría de ser
cristianos y pertenecer a la Iglesia, a la vez que hacía una encarecida exhortación
a reconocer y tutelar los derechos fundamentales de la persona humana. Animé también
a confiar en la bondad de Dios, que puede cambiar las situaciones insoportables y
oscuras, alentando igualmente a vivir en el empeño concreto de caminar unidos hacia
un futuro mejor.
En la oración pude encomendar de corazón al Señor y
a la Virgen María las preocupaciones y aspiraciones de quienes en esas queridas Naciones
sufren a causa de la violencia, la corrupción, la falta de libertad u otras plagas
sociales.
Como es costumbre, el Obispo de Roma saludó en diversas lenguas
a los numerosos grupos de peregrinos presentes, recordándoles a todos ellos, su visita
apostólica a nuestro continente, sin olvidar que está a punto de iniciar el triduo
pascual que nos permitirá experimentar la “inmensidad del amor Divino”.
De
hecho, al dar su cordial bienvenida a los peregrinos italianos, entre los cuales destacó
la presencia de numerosos jóvenes universitarios, procedentes de diversos países,
que participan en el Congreso internacional organizado por la Prelatura del Opus Dei,
el Papa les dijo que han venido a Roma con ocasión de la Semana Santa “para una experiencia
de fe, de amistad y de enriquecimiento espiritual”. Por esta razón los invitó a dedicar
estos días a la profundización del conocimiento de Jesús, respondiendo a la llamada
de amor que Él dirige a cada uno. Y a este propósito recordó cuanto escribía San Josemaría
Escrivá: “Todo lo que se hace por amor adquiere belleza y grandeza”.
Por último,
al dirigir unas palabras a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta
audiencia, Benedicto XVI les manifestó su deseo de que la contemplación de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús haga que los jóvenes se sientan cada vez más firmes
en el testimonio cristiano; que los queridos enfermos obtengan de la Cruz de Cristo
el apoyo cotidiano para superar los momentos de prueba y desaliento; y que del misterio
pascual, que contemplamos en estos días, los recién casados se sientan animados a
hacer de su familia “un lugar de amor fiel y fecundo”.
Hablando en italiano
el Santo Padre también recordó que mañana por la tarde, con la Santa Misa en la Cena
del Señor, entraremos en el Triduo Pascual, culmen de todo el Año litúrgico, para
celebrar el Misterio central de la fe: la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Y añadió que toda la vida de Jesús está orientada a esta hora, caracterizada por dos
aspectos que se iluminan recíprocamente: es la hora del “pasaje” y es la hora del
“amor hasta el extremo”.
En efecto –prosiguió– es “precisamente el amor divino,
el Espíritu Santo del que Jesús está lleno, el que hace “pasar al mismo Jesús a través
del abismo del mal y de la muerte y lo hace salir al espacio nuevo de la resurrección.
El ágape, el amor actúa esta trasformación, de modo que Jesús pasa más allá de los
límites de la condición humana marcada por el pecado y supera la barrera que tiene
al hombre prisionero, separado de Dios y de la vida eterna”.
Por esta razón
–añadió el Papa– “participando con fe en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual,
estamos invitados a vivir esta transformación llevada a cabo por el ágape. Cada uno
de nosotros ha sido amado por Jesús “hasta el extremo”, es decir, hasta el don total
de sí en la cruz, cuando gritó: “¡Todo está cumplido!” (Jn 19, 30). “Dejémonos alcanzar
por este amor –terminó diciendo el Pontífice–, dejémonos transformar, para que se
realice verdaderamente en nosotros la resurrección. ¡Os invito, por tanto, a vivir
con intensidad el Triduo Pascual y deseo a todos una Santa Pascua!”.
Escuchemos
los saludos que Benedicto XVI dirigió esta mañana a los numerosos latinoamericanos
y españoles presentes en esta audiencia general:
(Audio) Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España,
México, Colombia, Puerto Rico y otros países Latinoamericanos. Invito a todos a participar
con devoción en las celebraciones litúrgicas de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo, para dejarnos alcanzar y transformar por su amor. Deseo a todos una Santa
Pascua, colmada de los dones de Dios. Muchas gracias (MFB – RV).
Texto
completo de la catequesis del Santo Padre Queridos hermanos
y hermanas,
Siguen aún vivas en mí las emociones suscitadas por mi reciente
viaje apostólico a México y Cuba, sobre el que me quisiera detener hoy. Surge de forma
espontánea en mi alma, una acción de gracias al Señor: en su providencia, Él ha querido
que llegara, por primera vez como Sucesor de Pedro, a estos dos países, que conservan
la indeleble memoria de las visitas realizadas por el beato Juan Pablo II. El bicentenario
de la Independencia de México y de otros países de América Latina, las dos décadas
de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede y el cuarto centenario del
hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre en la República de Cuba,
fueron las ocasiones de mi peregrinación. Con ella quise abrazar idealmente el entero
continente, invitando a todos a vivir juntos en la esperanza y el compromiso concreto
de caminar juntos hacia un futuro mejor.
Agradezco a los Señores Presidentes
de México y de Cuba, que con deferencia y cortesía me dieron su bienvenida, así como
a las otras autoridades. Gracias de corazón a los Arzobispos de León, de Santiago
de Cuba y de La Habana, y también a los otros venerados Hermanos en el episcopado,
que me recibieron con gran afecto, así como a sus colaboradores y a cuantos se prodigaron
generosamente en mi visita pastoral ¡Fueron días inolvidables de alegría y de esperanza,
que quedarán grabados en mi corazón!
La primera etapa fue la de León,
en el Estado de Guanajuato, centro geográfico de México. Allí, una gran multitud festiva
me reservó una bienvenida extraordinaria, jubilosa y alegre, como signo del abrazo
caluroso de todo un pueblo. Desde la ceremonia de bienvenida, pude percibir la fe
y la calidez de los sacerdotes, de las personas consagradas y de los fieles laicos.
En
presencia de representantes de las Instituciones, de numerosos Obispos y representantes
de la sociedad, recordé la necesidad del reconocimiento y de la tutela de los derechos
fundamentales de la persona humana, entre los que se destaca la libertad religiosa,
asegurando mi cercanía a cuantos sufren por las plagas sociales, de conflictos antiguos
y nuevos, la corrupción y la violencia. Recuerdo con profunda gratitud a las interminables
hileras de personas a lo largo de las calles, que me acompañaron con entusiasmo. En
esas manos extendidas en señal de saludo y de afecto, en esos rostros felices, en
aquellos gritos de alegría, pude acoger la tenaz esperanza de los cristianos mexicanos,
la esperanza que sigue ardiendo en los corazones a pesar de los difíciles tiempos
de violencia, que no dejé de deplorar y a cuyas víctimas dirigí mi pensamiento, pudiendo
consolar personalmente a algunas de ellas. El mismo día, mantuve un encuentro con
numerosos niños y adolescentes, que son el futuro de la nación y la Iglesia. Su alegría
inagotable, expresada con bellos cantos y músicas, así como sus miradas y gestos,
expresaban el gran anhelo de todos los chicos y chicas de México, de América Latina
y del Caribe de poder vivir en paz, serenidad y armonía, en una sociedad más justa
y reconciliada.
Los discípulos del Señor deben hacer crecer la alegría
de ser cristianos y la alegría de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también
las energías para servir a Cristo en situaciones difíciles y de sufrimiento. Recordé
esta verdad a la inmensa multitud, reunida para la celebración eucarística dominical,
en el Parque Bicentenario de León. Exhorté a todos a confiar en la bondad de Dios
Todopoderoso, que puede cambiar desde dentro, desde el corazón, las situaciones insoportables
y oscuras. Los mexicanos han respondido con su ardiente fe y en su adhesión convencida
al Evangelio, he reconocido, una vez más, signos consoladores de esperanza para el
Continente.
El último evento de mi Visita a México fue - siempre en
León - la celebración de las Vísperas en la Catedral de Nuestra Señora de la Luz,
con los Obispos mexicanos y los representantes de los Episcopados de América. Les
expresé mi cercanía en su compromiso, ante los distintos desafíos y dificultades,
así como mi gratitud a cuantos siembran el Evangelio, en situaciones complejas y,
a menudo, no sin limitaciones. Los animé a ser celosos Pastores y guías seguros, suscitando
en todas partes la comunión sincera y la adhesión cordial al magisterio de la Iglesia.
Luego dejé la amada tierra mexicana, donde experimenté una especial devoción y cariño
hacia el Vicario de Cristo. Antes de despedirme, animé al pueblo mexicano a permanecer
fiel al Señor y a su Iglesia, firmemente anclado en sus raíces cristianas.
El
día siguiente comenzó la segunda parte de mi Viaje apostólico, con la llegada a Cuba,
a donde fui, en primer lugar, para sostener la misión de la Iglesia Católica, comprometida
en anunciar el Evangelio con alegría, a pesar de la pobreza de los recursos y de las
dificultades aún por superar, para que la religión pueda desarrollar su propio servicio
espiritual y formativo en el ámbito público de la sociedad. Esto es lo que quise subrayar
al llegar a Santiago de Cuba, segunda ciudad de la isla, sin dejar de resaltar las
buenas relaciones existentes entre el Estado y la Santa Sede, finalizadas al servicio
de la presencia viva y constructiva de la Iglesia local. También aseguré que el Papa
lleva en su corazón las preocupaciones y aspiraciones de todos los cubanos, especialmente
de los que sufren por la limitación de la libertad.
La primera Santa
Misa que tuve el gozo de celebrar en tierra cubana se colocaba en el contexto del
IV centenario del descubrimiento de la imagen de la Virgen de la caridad del Cobre,
patrona de Cuba. Fue un momento de fuerte intensidad espiritual, con la participación
atenta y orante de millares de personas, signo de una Iglesia que viene de situaciones
difíciles, pero con un testimonio vivaz de caridad y presencia activa en la vida de
la gente. A los católicos cubanos, que junto a la entera población, esperan en un
futuro siempre mejor, he dirigido la invitación para dar un nuevo vigor a su fe y
a contribuir, con el coraje del perdón y de la comprensión, en la construcción de
una sociedad abierta y renovada, donde haya cada vez más espacio para Dios, porque
cuando Dios es excluido, el mundo se transforma en un lugar inhabitable para el hombre.
Antes de dejar Santiago de Cuba me dirigí al Santuario de Nuestra Señora de la Caridad
en el Cobre, tan querida por el pueblo cubano. La peregrinación de la imagen de la
Virgen de la Caridad en las familias de la Isla ha suscitado gran entusiasmo espiritual,
representando un significativo evento de nueva evangelización y una ocasión de redescubrimiento
de la fe. A la Virgen Santa encomendé sobretodo a las personas que sufren y a los
jóvenes cubanos.
La segunda etapa cubana fue en la Habana, capital
de la Isla. Los jóvenes, en particular, fueron los principales protagonistas de la
exuberante acogida en el recorrido hacia la Nunciatura, donde he tenido la oportunidad
de entretenerme con los Obispos del País para hablar de los desafíos que la Iglesia
cubana está llamada a afrontar, conciente que la gente espera de ésta con confianza
creciente. El día siguiente he presidido la Santa Misa en la Plaza principal de la
Habana, llena de gente. A todos he recordado que Cuba y el mundo tienen necesidad
de cambios, pero éstos ocurrirán sólo si cada uno se abre a la verdad integral del
hombre, presupuesto imprescindible para alcanzar la libertad, y se decide a sembrar
entorno así reconciliación y fraternidad, fundando la propia vida en Jesucristo:
Sólo Él puede conjurar las tinieblas del error, ayudándonos a vencer el mal y todo
lo que nos oprime. He querido además insistir que la Iglesia no pide privilegios,
sino que pide proclamar y celebrar también públicamente la fe, llevando el mensaje
de esperanza y de paz del Evangelio en todo ambiente de la sociedad. En apreciar los
pasos cumplidos hasta ahora en este sentido por parte de las Autoridades cubanas,
he subrayado que es necesario continuar en este camino de cada vez más plena libertad
religiosa.
Al momento de dejar Cuba, decenas de millares de cubanos
vinieron a despedirme por las calles, a pesar de la fuerte lluvia. En la ceremonia
de despedida he recordado que en la hora presente las diversas componentes de la sociedad
cubana están llamadas a un esfuerzo de sincera colaboración y de un diálogo paciente
por el bienestar de la patria. En esta perspectiva, mi presencia en la isla, como
testimonio de Jesucristo, ha querido ser un estímulo para abrir las puertas del corazón
a Él, que es fuente de esperanza y de fortaleza para crecer el bien. Por esto he
saludado a los cubanos exhortándoles a reavivar la fe de sus padres y edificar un
futuro cada vez mejor. Este viaje en México y Cuba, gracias a Dios, ha tenido los
objetivos pastorales deseados. Puedan el pueblo mexicano y cubano obtener los frutos
abundantes para construir en la comunión eclesial y con coraje evangélico un futuro
de paz y fraternidad.
Queridos amigos, mañana por la tarde, con la
Santa Misa en Coena Domini, entraremos en el Triduo Pascual, vértice de todo el Año
Litúrgico, para celebrar el Misterio central de la fe; la pasión, muerte y resurrección
de Cristo. En el Evangelio de San Juan, este momento culminante de la misión de Jesús
es llamado su “hora”, que se abre con la Última Cena. El Evangelista lo introduce
de este modo: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el
mundo, los amó hasta el fin.” (JN 13,1). Toda la vida de Jesús esta orientada en esta
hora, caracterizada por dos aspectos que se iluminan recíprocamente: es la del “pasaje”
(metábasis) y es la hora del “amor (ágape) hasta el fin”. En efecto, es justo el amor
divino, el Espíritu Santo del que Jesús esta lleno, que permite “pasar” a Jesús mismo
a través del abismo del mal y de la muerte y lo lleva al “espacio” nuevo de la resurrección.
Es el ágape, el amor que obra esta transformación, de manera que Jesús va más allá
de los límites de la condición humana marcada por el pecado y supera la barrera que
tiene al hombre prisionero, separado de Dios y de la vida eterna. Participando con
fe en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, estamos invitados a vivir esta
transformación actuada por el ágape. Cada uno de nosotros ha sido amado por Jesús
“hasta la muerte”, o sea hasta el don total de Sí mismo en la cruz, cuando gritó:
«Todo se ha cumplido». (JN 19,30). Dejémonos alcanzar por este amor, dejémonos transformar,
para que se realice verdaderamente en nosotros la resurrección. Los invito, por tanto,
a vivir con intensidad el Triduo Pascual y deseo a todos una ¡Santa Pascua! (Traducción
del italiano de Cecilia de Malak y Patricia Ynestroza - RV)