(RV).- Ignacio de Loyola abandonó la localidad gipuzcuana
de Azpeitia a finales de enero o principios de febrero de 1522 y llegó al santuario
de Monserrat el 21 de marzo. Esta peregrinación fue el primer paso de un largo viaje
que tenía como meta alcanzar Jerusalén. A la ciudad santa, llegaría un año después.
Antes, el fundador de la Compañía de Jesús permaneció diez meses en una cueva en Manresa,
localidad cercana al monasterio benedictino catalán.
Un periodo de tiempo vital
en su experiencia religiosa. El santo fundador retirándose como un ermitaño y haciendo
vida ascética, escribió allí sus Ejercicios Espirituales. Ahora, un pequeño grupo
de laicos y jesuitas ha puesto en marcha el Camino Ignaciano siguiendo el recorrido
que el religioso vasco realizó en 1522. "Las circunstancias de hoy son perfectas para
recrear este Camino y convertirlo en un tesoro vivo para millones de personas, para
beneficio de sus vidas”, han explicado los promotores de la idea.
El Camino
discurre a lo largo de 650 kilómetros y está dividido en 27 etapas, que atraviesan
Euskadi, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña. "Se trata de una nueva oferta de ocio
dirigida a todas las personas que quieran experimentar un turismo no consumista, reflexivo
y de búsqueda espiritual", afirmó en la presentación del proyecto Josep Lluís Iriberri,
representante de la provincia jesuítica Tarraconense.
Manresa y las
huellas ignacianas
La página web Camino ignaciano reúne todos los aspectos
relacionados con la iniciativa y su origen. También alberga una pequeña biografía
de Ignacio de Loyola y, por supuesto, las etapas de este Camino, el alojamiento y
una propuesta de "meditación personal" para cada jornada del recorrido.
Tanta
actividad no es casualidad. De aquí a diez años, el 25 de marzo de 2022 se celebrarán
los 500 años de esta peregrinación y de la estancia en Manresa, de aquel noble guerrero,
Íñigo López de Recalde, que vivió una fuerte experiencia espiritual que lo llevó a
dejar el arte de la batalla para escribir sus 'Ejercicios espirituales' que se han
convertido en todo un referente para la comunidad jesuita mundial.
La capital
del Bages está impregnada de la huella de San Ignacio. Su estancia en Manresa fue
intensa. Aún quedan en pie el hospital donde se recuperó de una enfermedad; la casa
de la familia noble de los Amigant, que dieron cobijo al santo; el conocido Pou de
la Gallina, donde se produjo uno de los milagros más comentados del santo salvando
la gallina de una niña que se había ahogado en el pozo. Pero de todas, la huella más
evidente es la cueva natural que sirvió a San Ignacio de cobijo y de espacio de reflexión
y en la que se considera que escribió sus Ejercicios.
Hace poco, un excursionista
descubrió unas inscripciones religiosas en la entrada de una cueva, grande y profunda,
que se encuentra situada al otro lado del río en referencia a donde se halla el edificio
neoclásico de la Cueva de San Ignacio de Loyola. El jesuita Xavier Malloni y el gerente
de la Fundació La Cova, Pol Valero, tras una primera inspección ocular de las inscripciones
dijeron que “tienen un claro sentido religioso e ignaciano, aunque con la primera
inspección no podemos saber en qué época fueron hechas”. Los símbolos son claros:
un crismón, un símbolo en forma de pez, un típico signo ignaciano AMDG (A mayor Gloria
de Dios) y un cuadrado “que a simple vista es más difícil de identificar su sentido”.
Centro
de diálogo universal
Con el objetivo de hacer visible la huella de San
Ignacio en Manresa, en preparación del aniversario, la comunidad jesuita ha decidido
crear la Fundació La Cova, que ya está trabajando para convertir este edificio en
"un gran centro internacional de espiritualidad “un centro de espiritualidad es un
lugar de silencio para encontrarte contigo mismo y con Dios". El gerente de la Fundació
afirma que en este centro de espiritualidad. Según las previsiones de los impulsores
del Camino ignaciano “que está inspirado en el de Santiago”, se espera que en 10 años
se puedan acoger hasta 100.000 peregrinos. Actualmente las dependencias de La Cova
en Manresa reciben una media de 5.000 personas cada año lo que representa más de 10.000
pernoctaciones en el centro de espiritualidad, mientras que el santuario es visitado
por una media de 30.000 personas anuales de distintos países del mundo (ER-RV)