(RV).- (Con audio) Este mediodía, desde la ventana de su estudio Privado el Sucesor
de Pedro elevó el rezo del Ángelus ante los numerosos fieles y peregrinos que lo acompañaron
escuchando sus reflexiones y participando desde la Plaza vaticana en la plegaria mariana
dominical. En su alocución previa el Papa indicó la liturgia de este tercer domingo
de Cuaresma en la que el evangelista Juan nos habla del pasaje en el que Jesús habiendo
subido a Jerusalén encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas
y a los cambistas sentados delante de sus mesas, y a todos los echó del templo. Entonces
se acercaba la Pascua. Sobre una posible interpretación del gesto del Mesías, como
signo de violencia el Papa ha explicado que en realidad, es imposible interpretar
a Jesús como un violento porque la violencia es contraria al Reino de Dios e instrumento
del anticristo, y recordó que "la violencia no sirve nunca a la humanidad, sino que
la deshumaniza”. Jesús lo explica así “no hagan de la casa de mi Padre una casa de
comercio”. Jesús indicó: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar",
pero él no se refería a la estructura material, el Hijo del Hombre se refería –y los
discípulos lo comprendieron- al templo de su cuerpo, porque hablaba de la situación
que viviría con su Pasión, muerte y resurrección. Presentes en la Plaza de San
Pedro numerosos fieles de madre lengua española, a los que Su Santidad Benedicto XVI
saludó este III Domingo de Cuaresma. (Audio) (Patricia L. Jáuregui
Romero - RV) Edición Audio: Claudia Alberto
Texto saludos del Papa en español
Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de fieles
provenientes de Murcia, Alicante y Sevilla. En este tercer domingo de Cuaresma, el
Evangelio nos presenta a Jesús que sube a Jerusalén y, movido por el celo hacia las
cosas de su Padre, expulsa a los mercaderes del Templo. Así mismo declara que él es
el nuevo templo, morada definitiva de Dios entre los hombres. En Cristo, somos llamados
a ofrecer un culto auténtico, vital, en Espíritu y Verdad, y a presentar nuestros
cuerpos como templos del Dios vivo, sabiendo renunciar a las obras del mal. Encomendemos
a la Santísima Virgen María estos propósitos. Muchas gracias.
TEXTO DEL
ANGELUS DEL PAPA Alocución previa al rezo mariano: Queridos hermanos y hermanas: El
Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma refiere – en la redacción de San Juan-
el célebre episodio de Jesús que expulsa del templo de Jerusalén los vendedores de
animales y a los cambistas (Jn 2,13-25). El hecho, reportado por todos los Evangelistas,
sucede en proximidad de la fiesta de Pascua y despertó gran impresión sea entre la
multitud y en los discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de Jesús? Antes
que nada va notado que no provocó alguna represión por parte de los tutores del orden
público, porque fue visto como una típica acción profética: los profetas –en efecto-
en nombre de Dios, denunciaban con frecuencia abusos, y lo hacían a veces con gestos
simbólicos. El problema, si acaso, era su autoridad. Por eso los Judíos pidieron a
Jesús "¿Qué signo nos das para obrar así?" (Jn 2,18), demuéstranos que actúas verdaderamente
en nombre de Dios.
El hecho de sacar a los vendedores del templo fue también
interpretado en un sentido político-revolucionario, colocando a Jesús en la línea
del movimiento de los Zelotes. Estos eran en efecto “celantes” para la ley de Dios,
listos para usar la violencia para hacerla respetar. En los tiempos de Jesús se esperaba
un Mesías que librara a Israel del dominio de los Romanos. Pero Jesús decepcionó esta
expectativa, tanto que algunos discípulos lo abandonaron y Judas Iscariote además
lo traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como un violento: la violencia
es contraria al Reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La violencia no sirve
nunca a la humanidad, sino que la deshumaniza.
Entonces, escuchemos las palabras
que Jesús dijo cumpliendo aquel gesto: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa
de mi Padre una casa de comercio" (Jn 2,16). Y los discípulos entonces se recordaron
de lo que está escrito en un Salmo: “porque el celo de tu Casa me devora” (69,10).
Este Salmo es una invocación de auxilio en una situación de extremo peligro a causa
del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por
el Padre y por su casa lo conducirá hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que
paga de persona, no aquel que quisiera servir a Dios mediante la violencia. En efecto
el “signo” que Jesús dará como prueba de su autoridad será propiamente con su muerte
y resurrección. "Destruyan este templo – les dijo- y en tres días lo volveré a levantar"
(Jn 2,19). Y san Juan escribe: “Pero Él se refería al templo de su cuerpo” (Jn 2,20-21).
Con la Pascua de Jesús inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo
que es Él mismo, Cristo resucitado mediante el cual todo creyente puede adorar a Dios
Padre “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).
Queridos amigos, el Espíritu Santo
ha iniciado a construir este nuevo templo en el seno de la Virgen María. Por su intercesión,
oramos para que cada cristiano se convierta en piedra viva de este edificio espiritual. Traducción:
Patricia L. Jáuregui Romero - RV