Orar también por aquellos que nos hacen el mal, sabiendo perdonar siempre
(RV).- (Con Audios) La Catequesis del Papa en el marco de la Audiencia General celebrada
esta mañana en el Aula Pablo VI del Vaticano estuvo centrada en la oración de Jesús
en la cruz, con las tres palabras que nos ha transmitido el Evangelio de Lucas. El
Papa destacó que en esta oración Jesús nos llama a imitarle y cumplir con el difícil
gesto de orar también por aquellos que nos hacen el mal, sabiendo perdonar siempre,
viviendo la misericordia y el amor. Escuchemos la catequesis y los saludos del Papa
en nuestro idioma precedida por la lectura evangélica del día: (Audio lectura evangélica)
(Audio catequesis
en Español) (PLJR -RV)
TEXTOS
DE LOS SALUDOS DEL PAPA EN NUESTRO IDIOMA
"Queridos hermanos y hermanas: Deseo
hablar hoy sobre la oración de Jesús en la cruz, desde las tres palabras que nos ha
transmitido el Evangelio de Lucas. En la primera palabra, Jesús dirige al Padre una
intercesión por sus verdugos y da la razón de esta súplica: «no saben lo que hacen».
La ignorancia atenúa la culpa, y deja así abierta la vía hacia la conversión. La segunda
palabra es la respuesta que da a la oración de uno de los dos hombres crucificado
con Él. Después de una vida equivocada, Jesús en comunión con el Padre, abre al hombre
las puertas del paraíso. La última palabra es de confianza. Si bien, el momento de
morir es dramático, la oración de Jesús esta invadida de una profunda calma que nace
de la confianza en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a Él. Queridos
hermanos y hermanas, esta oración de Jesús nos llama a imitarle y cumplir con el difícil
gesto de orar también por aquellos que nos hacen el mal, sabiendo perdonar siempre,
viviendo la misericordia y el amor. ******************* Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros del Club Atlético
de Madrid, así como a los demás grupos provenientes de España, Costa Rica, Chile,
Argentina, México y otros países latinoamericanos. Jesús que en el momento de la muerte
se confío totalmente en la manos de Dios Padre, nos comunique la certeza de que, a
pesar de las duras las pruebas, los problemas, el sufrimiento, estamos acompañados
de su gran amor. Muchas gracias".
Texto completo de la catequesis
del Papa traducida en español:
Queridos hermanos y hermanas
En
nuestra escuela de oración, el miércoles pasado, hable sobre la oración de Jesús en
la cruz, tomada del Salmo 22 “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Ahora
quisiera seguir meditando sobre las oraciones de Jesús en cruz en la inminencia de
la muerte y quisiera detenerme sobre la narración que encontramos en el Evangelio
de San Lucas. El Evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz,
de las cuales, dos – la primera y la tercera – son oraciones dirigidas explícitamente
al Padre. Mientras que la segunda es la promesa hecha al denominado buen ladrón, crucificado
con Él; respondiendo, en efecto al ruego del ladrón, Jesús lo tranquiliza: « Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
En la narración
de Lucas se entrelazan sugestivamente las dos oraciones que Jesús muriendo le dirige
al Padre y la acogida de la súplica que le dirige a Él el pecador arrepentido. Jesús
invoca al Padre y, al mismo tiempo, escucha el ruego de este hombre, que a menudo
es llamado latro poenitens, «ladrón arrepentido».
Detengámonos sobre estas
tres oraciones de Jesús. La primera la pronuncia en seguida después de haber sido
clavado en la cruz, mientras los soldados se están repartiendo sus vestiduras, como
triste recompensa por su servicio. En cierto sentido, es con este gesto que se cierra
el proceso de la crucifixión. Escribe san Lucas: « Cuando llegaron al lugar llamado
«del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro
a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después
se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos». (23,33-34).
La primera
oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión: pide el perdón para sus verdugos.
Con ello, Jesús cumple en primera persona lo que había enseñado en el Sermón de la
montaña, cuando dijo: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian» (Lc 6,27) y prometió también a cuantos saben perdonar:
«Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo» (v. 35).
Ahora desde la cruz, Él no sólo perdona a sus verdugos, sino que se dirige directamente
al Padre intercediendo en su favor.
Esta conducta de Jesús encuentra una «imitación»
conmovedora en la narración de la lapidación de san Esteban, primer mártir. Esteban,
en efecto, antes de morir, «poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «’Señor,
no les tengas en cuenta este pecado’. Y al decir esto, expiró». (Hch 7,60).
Era
su última palabra. La comparación entre la oración de perdón de Jesús y la del protomártir
es significativa. San Esteban se dirige al Señor Resucitado y le pide que su matanza
– gesto definido claramente con la expresión ‘este pecado’ – no sea imputada a los
que lo lapidaban. Jesús en la cruz se dirige al Padre y, no sólo pide el perdón para
los que lo crucifican, sino que ofrece también una lectura de lo que está sucediendo.
Según sus palabras, en efecto, los hombres que lo crucifican «no saben lo que hacen»
(Lc 23,34). Es decir, que Él presenta la ignorancia, el «no saber», como motivo de
su pedido de perdón al Padre, porque esta ignorancia deja abierto el camino hacia
la conversión, como también sucede en las palabras que pronunciará el centurión al
morir Jesús: «Realmente este hombre era un justo» (v. 47), era el Hijo de Dios. «Permanece
como consuelo para todos los tiempos y para todos los hombres el que el Señor, tanto
hacia los que verdaderamente no sabían – los verdugos – como lo que sabían y lo habían
condenado, presenta la ignorancia como motivo de su solicitud de perdón – la ve como
puerta que puede abrirnos a la conversión» (Jesús de Nazaret, II, 233).
La
segunda palabra de Jesús en la cruz que narra san Lucas es una palabra de esperanza,
es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con Él. El buen
ladrón ante Jesús vuelve en sí y se arrepiente, se da cuenta de que está ante el Hijo
de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le ruega: «Jesús, acuérdate de
mí cuando estés en tu Reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho
más allá de la misma solicitud; en efecto dice: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo
en el Paraíso»» (v. 43). Jesús es conciente de que entra directamente en la comunión
con el Padre y de reabrir al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, por medio
de esta respuesta, dona la firme esperanza en que la bondad de Dios puede alcanzarnos
también en el último instante de la vida y de que la oración sincera, aún después
de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera que
el hijo vuelva.
Pero detengámonos en las últimas palabras de Jesús al morir.
El Evangelista cuenta: «Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad
cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por
el medio. Jesús, con un grito, exclamó: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’.
Y diciendo esto, expiró». (44-46). Algunos aspectos de esta narración son distintos
con respecto a Marcos y a Mateo. En Marcos no se describen las tres horas de oscuridad,
mientras que en Mateo están enlazadas con una serie de acontecimientos apocalípticos,
como el terremoto, la apertura de las tumbas y los muertos que resucitan (cfr Mt 27,51-53).
En Lucas, las horas de oscuridad se producen por el eclipse de sol, pero
en aquel momento se produce también la ruptura del velo del templo. De esta forma
la narración de Lucas presenta dos símbolos, de alguna forma paralelos en el cielo
y en el templo. El cielo pierde su luz, la tierra se hunde, mientras que en el templo,
lugar de la presencia de Dios se rasga el velo que protege el santuario. La muerte
de Jesús se caracteriza explícitamente como un evento cósmico y litúrgico; en concreto
marca el principio de un nuevo culto, en un templo que no ha sido construido por los
hombres, porque es el cuerpo mismo de Cristo muerto y resucitado, que reúne a los
pueblos y les une en el sacramento de su Cuerpo y su sangre.
La oración de
Jesús, en este momento de sufrimiento -«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»-
es un enérgico grito de extrema y total entrega a Dios. Tal oración expresa la plena
conciencia de no estar abandonado. La invocación inicial - «Padre» - recuerda la declaración
que hiciera cuando era un muchacho de doce años. En aquella ocasión permaneció durante
tres días en el templo de Jerusalén cuyo velo ahora se ha rasgado. Y cuando a sus
padres, que le habían comunicado su preocupación, les había contestado: «¿Por qué
me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49).
Desde el principio hasta el final, lo que determina completamente el sentir de Jesús,
su palabra, su acción, es la relación única con el Padre. En la Cruz, Él vive plenamente,
en el amor, su relación filial con Dios, que alienta su oración.
Las palabras
pronunciadas por Jesús tras la invocación «Padre», retoman una expresión del Salmo
32: «En tus manos confío mi espíritu» (Sal 31,6). Sin embargo, estas palabras no son
una simple frase, sino que más bien manifiestan una decisión firme: Jesús se “entrega
al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de “entrega”,
llena de confianza en el amor de Dios. Frente a la muerte la oración de Jesús es dramática,
como lo es para cada hombre, pero, al mismo tiempo, se caracteriza por la profunda
calma que nace de la fe en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él.
En el Getsemaní, ya inmerso en la lucha final y la oración más intensa y cuando estaba
a punto de ser «entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44), «su sudor era como gotas
de sangre que corrían hasta el suelo» (Lc 22,44). Pero su corazón era plenamente obediente
a la voluntad del Padre, y por esto “un ángel del cielo” había venido a reconfortarle
(Lc 22,42-43). Ahora en los últimos instantes Jesús se dirige al Padre diciendo cuales
son realmente las manos a las que Él entrega toda su existencia. Antes de viajar a
Jerusalén, Jesús había insistido a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo:
El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44). Ahora que
está a punto de perder la vida, Él sella en la oración su última decisión: Jesús se
deja entregar «en las manos de los hombres», pero Él pone su espíritu en las manos
del Padre; de esta forma –como afirma Juan el Evangelista- todo se ha cumplido, el
supremo acto de amor se ha llevado hasta el final, al límite y más allá del límite.
Queridos
hermanos y hermanas, las palabras de Jesús en la cruz, en los últimos instantes de
su vida terrenal ofrecen indicaciones concretas para nuestra oración, pero también
le ofrecen una confianza serena y una firme esperanza. Jesús pide al Padre que perdone
a quienes le están crucificando, nos invita al difícil gesto de rezar también por
quienes nos hacen daño, sabiendo perdonar siempre, para que la luz de Dios pueda iluminar
su corazón; por lo tanto, nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud
de misericordia y amor que Dios tiene hacia nosotros: «perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» decimos cotidianamente en el
«Padre nuestro». Al mismo tiempo, Jesús que en el momento extremo de la muerte se
confía totalmente en las manos de Dios Padre, nos comunica la certeza de que, por
duras que sean las pruebas, los problemas difíciles, grande el sufrimiento, no estaremos
nunca fuera de las manos de Dios, de esas manos que nos han creado, nos sostienen
y nos acompañan en el camino de la existencia, porque están guiadas por un amor infinito
y fiel. Gracias.