(RV) .- En la cita del Ángelus dominical, dedicado a la importancia de confiar en
la misericordia divina, Benedicto XVI dirigió un apremiante llamamiento por la paz
en Siria, asegurando sus oraciones por las víctimas inocentes y reiterando la urgencia
del diálogo:
«¡Queridos hermanos y hermanas!
Sigo con mucha preocupación
los dramáticos y crecientes episodios de violencia en Siria. En los últimos días han
causado numerosas víctimas mortales. Recuerdo en la oración a los fallecidos – entre
ellos algunos niños, a los heridos y a cuantos sufren las consecuencias de un conflicto
cada vez más preocupante. Además, renuevo un apremiante llamamiento para que se ponga
fin a la violencia y al derramamiento de sangre. Así como invito a todos – y ante
todo a las autoridades políticas de Siria - a privilegiar la senda del diálogo, de
la reconciliación y del compromiso por la paz. Es urgente responder a las legítimas
aspiraciones de los diversos componentes de la Nación, así como a los auspicios de
la comunidad internacional, preocupada por el bien común de toda la sociedad y de
la Región».
Introduciendo el rezo a la Madre de Dios, el Papa reflexionó
sobre el Evangelio de este domingo, en el diálogo de Cristo con un leproso, que manifiesta
la delicadeza con la cual Dios se inclina hacia el hombre, tan a menudo impotente
ante el sufrimiento, el dolor y la agresión del mal.
A pesar del frío,
numerosos peregrinos acudieron a la plaza de San Pedro a rezar con Benedicto XVI.
También en sus palabras en español, el Santo Padre recordó que la súplica confiada
conmueve el corazón del Señor, exhortando a buscar a Jesús con la oración y a testimoniar
su amor con nuestra vida:
Saludo con afecto
a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la diócesis de
Coria-Cáceres, así como a las Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver. Hoy la liturgia
nos hace ver cómo la súplica confiada conmueve el corazón del Señor, que manifiesta
su deseo de sanarnos, purificarnos y reconciliarnos con Él y con los hombres. Exhorto
a todos a imitar la fe del leproso del Evangelio, buscando a Jesús en la oración y
los Sacramentos con humildad y contrición, para alcanzar la limpieza de corazón, y
poder así proclamar su grandeza con la propia vida. Muchas gracias.
CdM
Texto
completo de las palabras del Papa, en italiano, antes del rezo del Ángelus:
¡Queridos
hermanos y hermanas!
El Domingo pasado hemos visto que Jesús, en su vida pública,
alivió a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el hombre la vida, la vida
en plenitud. El Evangelio de este domingo (Mc 1,40-45) nos muestra a Jesús en contacto
con la forma de enfermedad considerada en aquellos tiempos la más grave, tanto de
hacer a la persona “impura” y de excluirla de las relaciones sociales: hablamos de
la lepra. Una especial legislación (cfr Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea
de declarar a la persona leprosa, es decir impura; e igualmente correspondía al sacerdote
constatar su alivio y readmitir al enfermo resanado en la vida normal.
Mientras
Jesús iba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le aproximó y le dijo:
"Si quieres, puedes purificarme”. Jesús no escapa del contacto con aquel hombre, es
más, impulsado por una íntima participación de su condición, extiende la mano y lo
toca – superando la prohibición legal – y le dice: “Lo quiero, queda purificado”.
En aquel gesto y en aquellas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación,
está encarnada la voluntad de Dios de aliviarnos, de purificarnos del mal que nos
desfigura y que deteriora nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de
Jesús y el leproso es derrumbada cada barrera entre Dios y la impuridad humana, entre
lo Sagrado y lo que se le opone, ciertamente no para negar el mal y su fuerza negativa,
sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que todo mal, también de aquel
más contagioso y horrible. Jesús ha tomado sobre sí nuestras enfermedades, se ha
hecho “leproso” para que nosotros fuésemos purificados.
Un espléndido comentario
existencial a este Evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que
él reasume al inicio de su Testamento: “El Señor me dio de esta manera a mí, hermano
Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía
extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos,
y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me
parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve
un poco, y salí del siglo (mundo)”. En aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando
estaba todavía “en pecados”, estaba presente Jesús; y cuando Francisco se aproximó
a uno de ellos y, venciendo el propio asco, lo abrazó, Jesús lo alivió de su lepra,
es decir de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo,
que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a la vida nueva!
Querido
amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, que ayer hemos celebrado haciendo
memoria de sus apariciones en Lourdes. A Santa Bernardita la Santísima Virgen entregó
un mensaje siempre actual: la invitación a la oración y a la penitencia. Mediante
su Madre está siempre Jesús que sale a nuestro encuentro, para liberarnos de toda
enfermedad del cuerpo y del alma. Dejémonos tocar y purificar por Él, y tengamos misericordia
hacia nuestros hermanos.